Primeramente porque es el camino que Jesús tomó para salvarnos y lo puso como requisito para seguirle y conformarnos con Él: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). ¿Por qué debemos seguir a Jesús? Porque el Padre nos dio la salvación y la vida eterna a través de Él: “quien tiene al Hijo tiene la Vida”. En segundo lugar porque sin la Cruz y la Resurrección no viene el Espíritu Santo de manera permanente. Y porque “Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo” (CEC 1005), y no morimos con Cristo si no aceptamos su Cruz. Solamente nos incorporamos a Cristo si nos incorporamos a su camino con la Cruz. En tercer lugar porque “Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo” (CEC 618), es decir: “para entrar a la gloria es necesario pasar por la Cruz” (CEC 555), pues Cruz, Muerte y Resurrección son la “glorificación ” de Jesucristo. En resumen, sólo con la Cruz nos incorporamos a Cristo, a su Vida, Pasión, Muerte y Resurrección. Sólo con la Cruz nos hacemos cristianos de verdad siendo fieles a los Sacramentos de la santa Iglesia. La Cruz es garantía de camino verdadero al cielo.
Si la Pasión de Cristo es la razón de ser de su Encarnación por voluntad del Padre para nuestra salvación, y si la Cruz es requisito para seguirle y unirse a Él y es requisito para morir y resucitar con Él, podemos decir que la Cruz es centro imprescindible de la doctrina cristiana. Si se soslaya la Cruz del mensaje cristiano, se le quita su esencia y su eficacia. La Cruz marca un punto central puesto por Dios en la historia de la Creación, en el cual se unen lo eterno y lo temporal, de donde parten y a donde llegan todas las líneas de la acción ministerial y orante de la santa Iglesia. Es un punto desde el cual el latir divino de los corazones inmaculados de Jesús y María sostienen en el amor y la fortaleza a todo el Cuerpo Místico de Cristo (cf. CEC 826).
La Cruz es el Signo de Dios puesto para identificar a los hijos de Dios (cf. Ez 9, 4). La Cruz es el Estandarte que la santa Iglesia está llamada a entregar a todas las criaturas para que alcancen la salvación universal que Dios tiene proyectada. La Cruz es un don del Espíritu Santo en nombre del Padre y del Hijo: es el tesoro de la santa Iglesia administrado en los Sacramentos: en el Bautismo como iniciación cristiana recibimos junto con la filiación divina la incorporación al camino de Jesús con su Cruz. La Cruz es bendición de Dios y signo de su victoria sobre todo mal. La Cruz, por ser de Dios, es principio, medio y fin (como victoria) de toda acción verdaderamente espiritual.
Desde el punto de vista espiritual y místico la Cruz, ese instrumento horrible y terrible de tortura y muerte, con dulce Jesús en ella, es transfigurada en una obra maestra, perfecta y acabada, de infinita belleza, que emociona, conmociona, asombra y extasía. La Cruz con Jesús es la obra excelsa de Dios que contiene de manera sintética la expresión de su poder, su amor, su voluntad y su sabiduría, en tal forma armonizada que nadie puede verla sin ser conmovido; pues es icono de la presencia real y actuante de Dios, y signo de redención, victoria y sana contradicción.
El madero vertical de la Cruz representa a Dios, y el horizontal a la Creación: a Dios y al hombre, al espíritu y a la materia, al cielo y a la tierra, a la contemplación y a la acción, al hombre interior y al hombre exterior, a la Iglesia y al mundo, respectivamente. Pero los representa en unidad y armonía por la presencia del Redentor crucificado. La Cruz también representa la unión hipostática: el madero vertical al Hijo de Dios y el madero horizontal al Hijo del hombre. La Cruz, pues, es instrumento de unión, ya que es el amor divino en oblación fundido con las criaturas, a fuerza de martillo y clavos, para que no haya separación. La Cruz es representación de entrega extrema de amor. El Amor quiso sacrificarse para renovar su Obra y para salir victorioso sobre el odio, el mal y la maldad, para ello utilizó tres medios en los que se asentó: las Sagradas Escrituras, la Cruz y los Sacramentos; quien los asimila tiene a Dios en plenitud.