MARÍA Y EL PADRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
Les invito a reflexionar sobre el papel de María en nuestro caminar hacia el Padre. El quiso la presencia de María en la historia de la salvación. En efecto, cuando decidió enviar a su Hijo al mundo, señaló que viniera naciendo de María: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos” (Gal 4,4). El Padre dispuso que María lo comunicara a toda la humanidad. Por tanto, María se encuentra en la encrucijada de los dos caminos: el que va desde el Padre a la humanidad como madre que da a todos a su Hijo, el Salvador; y el que los hombres deben recorrer para ir al Padre.
María ha tenido con el Padre del cielo una relación única, que nace del mismo título de “Madre de Dios”. Pues Jesús es “Hijo de Dios y de María”, como decía san Ignacio de Antioquia. Por su Hijo Jesús, Ella ha sido colocada al lado del Padre. Solo ella puede decir a Jesús, lo mismo que le dijo el Padre: “Este es mi Hijo amado” (Mt 3,17). Repasemos algunos episodios del Evangelio donde se nos muestra a María en una relación especial con el Padre.
En las bodas de Caná
María vivió en la tierra llena del Espíritu, y con la mirada fija en Jesús y en el Padre celestial. Su deseo más intenso consiste en hacer que las miradas de todos converjan en esa misma dirección. Quiere promover una mirada de fe y de esperanza en el Salvador que nos envió el Padre. Ella fue modelo de esa mirada de fe y esperanza sobre todo cuando, en la tempestad de la pasión de su Hijo, conservó en su corazón una fe total en él y en el Padre.
Con esta mirada de fe y de esperanza, María impulsa a la Iglesia y a los creyentes a cumplir siempre la voluntad del Padre, que nos ha manifestado Cristo. Las palabras que dirigió a los sirvientes, en las bodas de Caná: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5) las dirige también hoy a nosotros. Es una exhortación a entrar en el nuevo período de la historia con la decisión de realizar todo lo que Cristo dijo en el Evangelio en nombre del Padre y actualmente nos sugiere mediante el Espíritu Santo, que habita en nosotros. Si hacemos lo que nos dice Cristo, el presente milenio podrá asumir un nuevo rostro, más evangélico y más auténticamente cristiano, y responder así a la aspiración más profunda de María.
Las palabras: “Hagan lo que él os diga“, señalándonos a Cristo, nos remiten también al Padre, hacia el que nos encaminamos. Coinciden con la voz del Padre que resonó en el monte de la Transfiguración: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo” (Mt 17, 5). Este mismo Padre, con la palabra de Cristo y la luz del Espíritu Santo, nos llama, nos guía y nos espera. Nuestra santidad consiste en hacer todo lo que el Padre nos dice. Acompañados y sostenidos por María, recibimos el nuevo milenio de manos del Padre y nos comprometemos a corresponder a su gracia con entrega humilde y generosa.