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196. El Secreto de Cristo
196.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
196.2. No se detiene el agua del manantial, aunque tú dejes de mirarla; no dejan de hacer sus nidos primorosos y mullidos los pajaritos, aunque nadie los aplauda; los más bellos atardeceres suceden ante playas desiertas, y los secretos más íntimos de la materia todavía no han sido formulados ni contemplados ni agradecidos por nadie, pero ¡ahí están!
196.3. ¿Qué te dicen estos ejemplos, mi pequeño amigo? Que tu bondad debe realizarse en lo escondido, en ese «secreto» del que te habló Nuestro Señor Jesucristo, allí donde Dios ve y paga (Mt 6,4.6.18). Ahora bien, en ese pasaje Cristo no dijo que la paga fuera en secreto, pero sí es cierto que una parte de la paga es en secreto. De eso quiero hablarte hoy.
196.4. Si miras la vida de Cristo “desde fuera,” te resulta incomprensible. Un ritmo extenuante de trabajo; gente que demanda más y más atención, más y más cuidado, más y más amor; sin el sosiego de un hogar, la caricia de una esposa solícita, o la remuneración afectiva que dan los hijos con su saludo, su sonrisa y su abrazo. Incomprendido por los discípulos, odiado por sus enemigos, urgido por todos. Sobrecargado con una misión intransferible y trascendental como ninguna; solo en medio de las multitudes; a menudo llamado pero pocas veces acogido de verdad. Torturado por el anhelo de la gloria divina en ese barro irresponsable que es la existencia humana; quemado por la sed, falto de alimento, escaso de provisiones, privado a menudo de un buen descanso. Todos esperan de Él sin que le sea permitido esperar mayor cosa de nadie; todos quieren apoyarse en Él sin que se le autorice confiar y apoyarse realmente en nadie; debe ser todo para todos, aun sabiendo que muchos lo tratarán como si no fuera nada, como si no valiera la pena, como si no fuera nadie. Y para desenlace de semejante vida, una avalancha de traiciones, un aguacero de insultos, una tormenta de blasfemias, el alud de un castigo inhumano y cruel, el silencio de los Cielos y el espanto de la Cruz. Es incomprensible; es absurdo; parece simplemente ridículo o demencial… si lo ves desde fuera.
196.5. Mas en Cristo existe un “adentro.” Él, que a todos enseñó que el Padre veía “en lo secreto,” lo dijo porque lo sabía, porque lo había vivido. Habló así porque en su propio secreto había sentido como nadie la dulce presencia del amor del Padre.
196.6. Los hombres del mundo tienen sólo exterioridad. Toda su felicidad se juega en las cosas que se ven, se palpan, se compran o se venden, se aplauden o se denigran. En su interior hay apenas un poquito de espacio, donde tienen que hacer caber su poquito de podredumbre: lo que quieren llevarse a la eternidad.
196.7. Cristo es exactamente lo contrario. Su exterior, como el de la Cruz, es rugoso e incomprensible. Da amor, produce bienes, ofrece bondad, pero al mirarle fijamente, desconcierta y deja espantada a la inteligencia humana. Por el contrario, su interior es palacio deslumbrante; altar incandescente de finísimo incienso; casa amplia donde todo tiene su lugar y donde todos son acogidos con un amor que no cabe en palabras de hombres ni de ángeles.
196.8. Por eso hace tanto bien el amor devoto al Corazón de Jesús, porque con esa palabra y en ese nombre hay como una puertecita que te lleva hacia ese secreto de Cristo Jesús.
196.9. Dios Padre vio y conoció ese “secreto” de Cristo, y por eso dijo con voz que resonó a modo de trueno: «en Él me complazco» (Mt 3,17; 17,5; Mc 1,11). Nuestro Señor, terminada la dura jornada se iba solo a la montaña a hacer oración, es decir: acudía a ese “secreto,” a esa intimidad de amor con el Padre. En lugar de los rostros desfigurados por la enfermedad o el pecado, allí le esperaba el rostro hermoso por excelencia; en lugar de las voces destempladas de los odios o miserias de los hombres, allá le aguardaba la palabra dulce que sólo sabe decirle “¡Hijo, Hijo mío!;” en lugar del elenco repetido de las traiciones y envidias humanas, allí venía, como a su igual, el Amor. ¿No es bello el secreto de Cristo?
196.10. Ese secreto no ha quedado en secreto. Se ha abierto para ti hoy. Recíbelo. Para ti será el Reino de los Cielos.