«Presentando el núcleo central de su misión redentora, Jesús dice: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Se refiere a aquella vida ‘nueva’ y ‘eterna’, que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador. Pero es precisamente en esa ‘vida’ donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre.» (Evangelium vitae 1c)
«Otras veces Jesús habla de “vida eterna”, donde el adjetivo no se refiere sólo a una perspectiva supratemporal. ‘Eterna’ es la vida que Jesús promete y da, porque es participación plena de la vida del ‘Eterno’. Todo el que cree en Jesús y entra en comunión con Él tiene la vida eterna (cf. Jn 3, 15; 6, 40), ya que escucha de Él las únicas palabras que revelan e infunden plenitud de vida en su existencia; son las “palabras de vida eterna” que Pedro reconoce en su confesión de fe: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68-69). Jesús mismo explica después en qué consiste la vida eterna, dirigiéndose al Padre en la gran oración sacerdotal: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida divina.» (Evangelium vitae 37c)
«Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo. El creyente hace suyas las palabras del apóstol Juan: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!… Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3, 1-2).» (Evangelium vitae 38a)
[De los escritos de Juan Pablo II, llamado El Grande]