Hola Fray Nelson:
Espero se encuentre muy bien. Si no es abusar de su tiempo y sus ocupaciones, ¿sería posible sacarme de una duda?
La semana pasada se llevó a cabo en la Universidad un Congreso de Neurociencia al que invitaron y condecoraron a eminentes médicos javerianos, como Rodolfo Llinás entre otros. Cuando enciendo mi computador e ingreso a Internet, siempre aparecen de inmediato la página de la Javeriana y su página también.
El congreso lo estaban transmitiendo en vivo y en directo, e ingresé preciso cuando un médico estaba terminando su conferencia, los últimos diez minutos. Él leía en ese momento apartes de experiencias místicas de Santa Teresa, supongo que se trataba de Santa Teresa de Ávila.
Ella describía las visiones experimentadas en sus éxtasis: cómo viendo una luz a su izquierda, aparecía un Ángel, etc., y el médico explicaba, que eso coincidía, entonces, con lo que produce un tipo de epilepsia, con algo originado en el lóbulo temporal derecho.
Luego se refirió a la neuroteología, y terminó diciendo que en todo caso había mucho respeto hacia quienes estudiaban Santos y Beatos, hacia la Iglesia Católica.
Lo que alcancé a captar, o el mensaje que me llegó, fue que prácticamente todo en lo que uno cree es simple producto del cerebro. Es decir, como si toda experiencia sobrenatural, o Dios mismo, fueran creados por el cerebro, y peor aún, por una enfermedad del cerebro.
Esto me dio como dolor y tristeza. Porque, además, buscando en Internet, encuentra uno que Juana de Arco, Catalina de Siena, la otra Teresita, también sufrían de esa epilepsia, o de algún otro problema en el cerebro. Entonces, San Pablo debe ser el más enfermo, según esos estudios, y conclusión: “los santos fueron o son una partida de gente desquiciada”.
Incluso hablan de alucinaciones olfativas, el olor a rosas etc., como producto de ese tipo de enfermedades, y todo con explicación científica. ¿Cómo se explicaría científicamente la aparición a veces en la oración de las escarchas, por ejemplo?
Concretamente, pregunto: ¿Qué se podría entender por “neuroteología”? ¿Qué opina usted de todo ello, Fray Nelson? ¿Qué opina la Iglesia Católica?
Gracias, Fray. Un saludo. – MM.
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Tu pregunta es muy importante y merece una respuesta con cierto nivel de detalle, así que pido un poco de tu tiempo porque también necesitaremos ser bastante precisos en algunos términos.
El cerebro humano está constituido por millones de millones de neuronas, cada una de las cuales es una célula que puede conectarse con otras de su clase a través de sinapsis. Precisamente estos trillones de conexiones son los que le dan al cerebro sus principales cualidades: flexibilidad, complejidad, adaptabilidad.
Los seres humanos percibimos el mundo exterior a través de nuestros órganos de los sentidos, los cuales envían información al cerebro. Es aquí donde las cosas empiezan a ser realmente complejas. La más elemental de las percepciones sensoriales implica un alud de pequeños impulsos eléctricos que, a través de la red de sinapsis, llega al cerebro. ¿En qué momento esa cascada de microimpulsos se vuelve un acto de ver, por ejemplo?
Parte de la respuesta tiene que ver con el hecho de que en el cerebro hay áreas especializadas. Muchos lectores estarán familiarizados con la idea de que si uno recibe un golpe en una parte del cerebro, o sufre un daño en una parte determinada, ello altera o en muchos casos suprime una función del mismo cerebro, cosa que a menudo impide, de hecho, esa función. Por eso se dan casos de personas que pierden la capacidad de ver aunque sus ojos trabajen normalmente.
Ello sugiere la posibilidad de hacer un “mapa” del cerebro, es decir, una correspondencia entre lo sensorial y lo funcional, por un lado, y lo neuronal, por otro lado. Tales mapas se han venido haciendo y refinando desde hace muchos años, utilizando técnicas cada vez más avanzadas de localización de sectores y áreas en el cerebro. Algunas técnicas permiten incluso ver cómo las áreas del cerebro que se activan en un momento dado van cambiando a medida que cambian las tareas u ocupaciones del cerebro. No han faltado entonces los que hagan la comparación con un disco duro de un computador: así como hay sectores específicos en la memoria óptica o magnética de un disco duro, así también debería haber un conjunto de células que hospedara cada pensamiento, palabra, recuerdo o emoción que uno ha tenido.
La analogía con los computadores no es de tan fácil uso, sin embargo. En un computador, cada letra individual puede seguirse hasta una serie de unos y ceros, y por eso se habla de tecnología digital, por los dígitos. La memoria humana, en cambio, es extraordinariamente compleja, y parece claro hoy que jamás encontraremos la neurona que guarda la sensación que yo tenía en mi primer día de colegio.
Aquí hace su aparición un nuevo concepto: correlato neuronal, que es una extensión de la idea de las “áreas.” La diferencia entre los dos planteamientos es que cuando se habla de áreas o zonas se presupone que hay una asociación uno-a-uno entre tejidos y percepciones, recuerdos o palabras, por ejemplo. Al contrario, cuando se habla de correlatos un mismo tejido puede estar funcionalmente implicado en más de una operación. El correlato neuronal de un recuerdo puede usar sectores, zonas o neuronas particulares que cumplen otras funciones. Según eso, lo correspondiente a un recuerdo específico o una palabra específica no es una sección del cerebro sino un “patrón” (pattern) que, al parecer, en algunos casos, incluso podría reproducirse en sustratos biológicos diferentes.
Mucho de la investigación neurológico-funcional actual consiste exactamente en lo dicho: identificación de áreas y de patrones, es decir, hablando en general: identificación de correlatos neuronales.
Desde el punto de vista fisiológico o médico no hay nada que objetar a un trabajo de tan elevado nivel de tecnología. Pero hay preguntas que no necesariamente quedan respondidas a base de más tecnología. Por ejemplo: ¿en realidad un correlato neuronal explica una experiencia? Grandes filósofos han planteado de varios modos preguntas relacionadas con este tipo de análisis. Digamos un caso: si un científico es muy inteligente e ilustrado, y comprende perfectamente la teoría de los correlatos neuronales de los colores pero él mismo es ciego de nacimiento, y lego resulta que un tratamiento nuevo le permite ver por primera vez el color, ¿es verdad o no que esa experiencia le permite aprender o conocer algo nuevo? Si aprende algo nuevo, ¿qué es? Algunos filósofos llaman a eso “qualia,” algo así como el impacto de la experiencia del lado del sujeto experienciante–no de lo experienciado.
Lo interesante de esos cuestionamientos filosóficos es que permite también preguntarse en dónde está la frontera entre describir y explicar. Si alguien dijera que tener rabia es congestionarse la cara de sangre, respirar agitado y levantar el tono de voz, lo más probable es que le digamos que eso no es la ira sino una descripción “externa” de lo que es estar airado. Uno entiende la ira cuando entiende por qué airarse, no solamente cuando puede describir, aunque sea en detalle, cómo se conectan y suceden los síntomas de la ira. Según eso, la pregunta es: ¿los correlatos neuronales son una explicación de lo que uno vive o una descripción de los estadios de acción y reacción del cerebro ante lo que uno vive?
Y ahí mismo se ve la fragilidad de los que pretenden atacar la existencia objetiva de Dios (o de experiencias religiosas auténticas) a base de neurología. Uno se da cuenta que la negación que se hace de Dio se podría extender a la negación de todo el mundo exterior. Uno de esos grandes científicos podría decir: “Los perros no existen. Lo que existen son los circuitos neuronales activados que la gente asocia con la idea de algo que ellos llaman ‘perro.’ Hemos detectado que cuando se da esa serie de activación de circuitos, todos creen que tienen delante un perro.”
Evidentemente, la sola serie de reacciones eléctricas o bioeléctricas de la corteza cerebral no demuestra que algo exista pero tampoco demuestra que no exista. Viendo cerebros uno no sabe si el mundo más allá del cerebro existe. Cosa aún más cierta cuando se piensa que distintas causas pueden desencadenar series de interacciones neuronales similares. O dicho de otro modo: si un mismo efecto se puede producir por acción bioquímica, mecánica, eléctrica o por actuación de los órganos de lo sentidos, eso no demuestra ni desmiente que haya experiencias ajenas al cerebro que puedan producir tales efectos. La reproducción de un efecto neuronal no dice nada sobre el mundo de lo existente más allá del cerebro.
Por supuesto, el aire de “celebridad” que tienen ciertos científicos, y el lenguaje altamente sofisticado que se ven obligados a usar causan impacto en muchos auditorios. Pero, pasado el impacto, uno ve que ellos mismos no podrían cabalmente demostrar que le hablaron a un auditorio.