Al señalar los sufrimientos del Señor, que ha querido ser por nosotros el despreciado, el último de los hombres, el hombre de los dolores que conoce el sufrimiento, las ceremonias pascuales invitan a morir al pecado, a suprimir el viejo fermento…, el fermento de la malicia y de la iniquidad para convertirse en nueva criatura. Si Aquel, que es Hijo de Dios por naturaleza, ha querido hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, nosotros, a los que El ha hecho hijos de Dios por la gracia, tenemos el deber de imitar y reproducir sus actos. El hecho de pertenecer al Cristianismo nos hace participantes de este misterio de muerte espiritual con Cristo, según la exhortación del Apóstol, que Nos complacemos en repetiros: ¿Acaso no sabéis que todos cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en la muerte de El? Pues junto con El hemos sido sepultados por el Bautismo en la muerte; a fin de que, como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva… Que ya no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal.
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