UN PERSONAJE MEZQUINO
(Lc 15, 25-27; Gén 4,2; Sab 2,24)
Les invito a reflexionar con especial atención sobre el segundo cuadro de la parábola. En ella no hay una solo detalle que no tenga un significado querido por Jesús. Veamos la historia del hijo mayor, contada por Jesús ante dos clases de interlocutores: los pecadores y publicanos y los fariseos, escribas y sacerdotes. En este hijo, Jesús quiere hacer un pintura del espíritu que anima a los dirigentes judíos: los fariseos, los escribas, y una cantidad de personas de ayer, de hoy y de siempre, que marginan y rechazan a los que creen malos. Al describir al hijo mayor Jesús quiere descubrirnos un espíritu que se esconde bajo capa de religiosidad y de cumplimiento estricto de normas y deberes. Ya había dicho el relato que “el padre repartió su bienes entre los dos“. Al hijo mayor le interesó muy poco que su padre, también a él, diese la herencia, que sólo se da cuando el padre muere. Con eso le estaba reclamando que el padre había muerto, también, para él. Pero el mayor no entendió el lenguaje del padre al repartir la herencia a los dos hermanos y continuó viviendo lejano del Padre, a pesar de estar con Él. Al respecto, es interesante anotar que, en labios del hijo mayor, refiriéndose a su padre, no se encuentra, ni una vez, la palabra “padre”, sí un tú totalmente despectivo.
La silla vacía
Dice el relato: “El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y el baile” (v. 25). Inicia diciendo que el hijo mayor no se encuentra en la casa, su silla allí continúa vacía. Por eso tiene que dar la explicación de su ausencia: se encontraba trabajando en el campo. Aparece así este muchacho como un trabajador incansable, que trabaja todo el día, un perfecto cumplidor de su deber. Algo parecido sucede con la persona que tiene del Padre celestial una imagen de Dios contratista. El debe respetar lo que en la ley ha quedado estipulado. Todo se reduce a un sistema de correspondencia, de sueldo. El hombre cumple los mandamientos de Dios y Él le otorga la debida recompensa, se dedica a hacer cosas, apostolados. No se tiene la relación de un hijo con su padre, sino de una trabajador con su patrón. Esto explica que en una mente legalista no quepa que a un pecador se le conceda un perdón gratuito. Este hijo es modelo de tantos que cumplen escrupulosamente la ley y que mantienen con Dios relaciones de estricta legalidad, casi mercenarias. Este muchacho es representante de una religiosidad ritual, árida, interesada, jamás una mentalidad de hijo.
El ganado del padre
La parábola habla del ternero cebado, dando la idea de que el padre era rico en ganado. Y entre el ganado que debía tener en la finca el padre no podían faltar los camellos. En efecto, el padre de la parábola aparece como un patriarca y la Biblia hace aparecer el camello como un animal que tiene un lugar privilegiado en el ganado de los Patriarcas. Así, del Padre de la fe dice: “Abrahán recibió ovejas, bueyes, asnos, servidores y sirvientas, burras y camellos” (Gn 12,16). Los camellos son numerosos en la historia de Isaac. Cuando Rebeca salió al encuentro de su futuro esposo lo hizo en camello: “una tarde Isaac, estaba meditando en el campo, levantó la vista y vio que los camellos llegaban. Rebeca levantó también la vista y vio a Isaac y descendió de su camello” (Gn 24, 63-64). Cuando el patriarca Jacob regresó a su país: “se levantó e hizo montar en camellos a sus mujeres”. El Profeta Isaías, describiendo la restauración de Jerusalén, exclama: “Serás cubierta de camellos que cargarán oro e incienso y publicarán las alabanzas a Dios” (Is 60,6).
El camello era tan cotizado por los Patriarcas, pues se le comparaba a la oración y su ritmo al ritmo de la oración. “Como el camello es indispensable a quien quiera atravesar el desierto; así la oración lo es también para el que quiere caminar hacia el jardín del Edén. El camello lleva a su amo a pesar de las áridas extensiones, como la oración nos conduce con fuerzas a través de todas las dificultades y pruebas existentes. Hasta en su comportamiento habitual, el camello es un signo de oración; cuando después de su ruda jornada de trabajo, puede darse algún reposo, le gusta ponerse de rodillas como un humilde servidor. Y cuando se de la oración de los orientales”.
Un gran trabajador
“Estaba en el campo“: en la parábola el trabajo acapara todo el tiempo del hijo mayor, sin que haya momentos para estar con el padre, con el hermano menor, para alimentar su afecto con él, dialogar sobre los amigos. Pienso que, según este estilo de vida, si al anochecer, o durante la cena el padre y el muchacho mayor querían compartir, hablarían de las labores realizadas durante el día, de la próxima cosecha, de la conveniencia de cambiar o talar algunos olivos, algunos viñedos, de arrancar algunas higueras, muy frondosas, pero de escaso fruto. Hablarían de los rebaños de camellos, que sacarían a la venta, para lograr jugosas ganancias, en fin, de las muchas cosas que piden la atención del dueño de la hacienda. Aparte de los comentarios técnicos de un agricultor, al mayor no le interesaba mucho comentar lo personal, sus sentimientos, que mantenía bien ocultos en lo más recóndito de su corazón. Si de pronto, el padre ponía el tema del hijo que partió para tierras lejanas, enseguida el mayor cambiaría de conversación. El hijo mayor estaba cerca de los negocios, pero bien lejos del hermano y de su padre. Algunos exegetas dicen que trabajar “en el campo” es trabajar lejos del padre, fuera de casa. Y San Jerónimo añade que trabajar “fuera de casa” significa “sudar en las obras terrenas, lejos de la gracia del Espíritu Santo, ajeno a los designios del Padre”. El hijo mayor, por tanto, permanecía lejos del Padre y, por eso, su silla tenía que estar vacía en el banquete donde se estaba celebrando la unidad de la familia.
En la parábola se advierte, además, un contraste entre la atmósfera de fiesta que hay en la casa por el regreso del más pequeño de la familia y la atmósfera que vive el hijo mayor en su interior. Es un contraste llamativo: fiesta, alegría, por un lado y pesadumbre, disgusto, rechazo por otro. Se presiente que la música, la fiesta son para él sinfonías de pesadumbre, de tormento, de celos que nublan todo su ser. En vez de mover su corazón al gozo por la recuperación de su hermano, aquella música le retuerce las entrañas y alimenta en él, mas bien, una rivalidad interior. Su corazón aparece endurecido; hay en él una actitud negativa hacia su padre y hacia el que, más adelante, en vez de llamar “mi hermano”, designará despectivamente como “ese hijo tuyo, que se gastó tu dinero con prostitutas“. ¡Qué lejano se encuentra ese corazón del padre y del hermano!
Es por eso que el muchacho, en vez de acudir al padre, más bien se acercó a uno de los criados, a preguntar lo que pasaba. ¿porqué no se acercó a su padre? Lo más normal hubiese sido buscar a su padre, preguntar y compartir con él lo que estaba sucediendo. Pero, por “estar en el campo“, lejano de su padre, entretenido en tantas otras cosas, entre negocios, al regresar del campo su primera actividad no podía ser buscar a su padre, compartir con él, acompañarle. Ya desde aquí empieza a notarse la lejanía que vivía con su padre. Sabe que su padre está destrozado desde que se marchó el pequeño; desde entonces no había en casa más que lamentos y ahora escucha música, fiesta. No se le ocurre pensar en el regreso de su hermano. Además, ha preferido compartir con el criado, antes que con el padre, los acontecimientos que han envuelto la vida de su hermano, a quien no quiere reconocer. El criado le dijo: “Tu hermano ha regresado y tu padre ha mandado matar el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo“(v. 27). Esta última frase cae como una pedrada sobre el hijo mayor. Si el padre estaba lejano en su vida, con mayor razón el hermano. Esa frase hace aparecer en el mayor mundos desconocidos, hace despertar en él fieras dormidas en su interior. Entre esas fieras aparece una muy terrible, llamada envidia, que se opone a todo lo que signifique amor. El envidioso no sabe lo que significa amar y no le interesa dejarse amar. En el fondo, ni siquiera se ama a sí mismo. Y con su actitud acrecienta el cáncer que lo destruirá completamente.
Hacia fuera hay en el corazón del hermano mayor para que, al ver el amor, no se alegre sino que se entristezca, para que en vez de regocijarse por el regreso del hermano deje endurecer su corazón, se torne severo con su padre y cruel y despiadado con el hermano? La envidia es una fuerza terriblemente destructora. Ella está muy ligada a la raíz del pecado, pues por ella ha entrado el pecado en el mundo: “la envidia del diablo introdujo la muerte en el mundo, y la experimentan los que toman su partido” (Sap 2,24). Hay una lógica que impide amar, y que muestra una vida esquizofrénica, una vida donde no hay asomos de coherencia, sino una rotura abismal entre el interior y el exterior la persona envidiosa. Por un lado va lo que aparece y por otro, totalmente opuesto lo que piensa y vive en el interior. Personas así de incoherentes son incapaces de amar. Fue por envidia que se cometió el primer homicidio en el mundo, fue por envidia que los presuntos sabios y el poder religioso entregaron a Cristo a la muerte. Esos hombres envidiosos se habían endurecido y se habían vuelto incapaces de amar.
Cuando aún no hemos experimentado a Dios como a nuestro Padre, es imposible que lleguemos a descubrir al otro como hermano. Algo de esto sucede en nuestro mundo moderno. Dios está muy lejano en nuestras vidas, solo ha llegado a ser en nosotros una simple idea, por lo mismo, los demás no pueden ser nuestros hermanos y nuestra vida no puede convertirse en la experiencia calurosa de una vida de familia, de una vida de fraternidad entre nosotros.
El hermano menor, de hambriento, sucio, andrajoso y desilusionado, ha pasado a ser un hombre digno, ha reconocido a su padre y se ha reconocido a sí mismo como hijo; de libertino y disoluto se ha convertido en un redimido, en un hijo que ha aceptado en su vida la misericordia del Padre. Con el abrazo y el beso que ha recibido, después de su villanía, ha conocido de verdad a su padre. Pero el hijo mayor no quiere saber nada de esta recuperación, de esta fiesta de la unidad. Además de mezquino, aparece como un “disociador”, porque no quiere entrar a la fiesta del padre, que ha recuperado al hijo perdido, no quiere tomar parte en la alegría que debería ser, también suya, porque se ha recobrado al hermano sano y salvo. Hace tiempos ha perdido su relación vital padre-hijo-hermano. Trabajar por los demás no es suficiente cuando el corazón permanece de piedra y no aflora en él la capacidad de amar al otro.
¡¡¡Gracias Fray Nelson por la claridad con que muestra la actitud egoista del hermano mayor!!!Esto me ayuda a ver mis malas actitudes frente a mis hermanos…e intentar cambiarlas…
Este comentario es para mi como un poco de luz…que me ayuda a ver lo que a veces vivo con prisa y descuidadamente.
¡¡¡Dios bendiga tanto bien que hace predicando el amor de Dios!!!
¡¡¡Que María Santísima lo cubra con su manto maternal!!!
Verónica