Todos los fieles deben recibir al Espíritu Santo después del bautismo por la imposición de las manos de los obispos, de modo que puedan ser hallados plenamente cristianos, ya que cuando el Espíritu Santo es derramado sobre ellos, el corazón creyente es ensanchado para la prudencia y la firmeza. Recibimos el Espíritu Santo para poder ser hechos espirituales; porque el hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios.
Nosotros recibimos el Espíritu Santo para poder ser sabios para discernir entre el bien y el mal, para amar lo justo, y para detestar lo injusto, así como para resistir la malicia y el orgullo, y resistir el lujo y diversos atractivos, y los deseos impuros e indignos. Nosotros recibimos el Espíritu Santo para que, encendidos con el amor a la vida y el ardor de la gloria, podamos ser capaces de elevar nuestra mente de cosas terrenas a cosas celestiales y divinas.
Dado en las Nonas de setiembre, esto es, en el quinto día del mismo mes, durante el consulado de los ilustrísimos Antonino y Alejandro.
[Epístola de S.S. Urbano I a todos los cristianos, Sección VII. Urbano I fue Supremo Pastor de la Iglesia entre los años 222 y 230, en tiempos del emperador Alejandro Severo.]