185.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
185.2. Una de las más extrañas sensaciones, pero también una de las más buscadas por tus contemporáneos, es la del vértigo. ¿Por qué —puedes preguntarte— esa casi necesidad de experimentar el peligro y de aproximarse y rozar la muerte? ¿No tiene ya suficientes motivos de preocupación el hombre, como para andar a la caza de lo arduo, lo riesgoso, lo aterrador o lo irreversible?
185.3. Aparentemente la Biblia no ofrece muchas indicaciones sobre esta búsqueda del alma humana. Puedes incluso tener la impresión de que el vértigo es una emoción propia sólo de los tiempos recientes y que por consiguiente es vano inquirir qué tendría que decir la Escritura ante ella. Sin embargo, no es así.
185.4. En su esencia, el vértigo es una excursión hacia los predios aterradores de la muerte, y su motivación propia es precisamente esa, la de conjurar el miedo a la muerte y, por así decirlo, vencerla o saberla vencida. No es casualidad que los hombres prefieran más esta emoción, pues ellos se saben más próximos a la muerte que las mujeres, en las que, como has predicado tantas veces, corren los ríos mismos de la vida. Así pues, puedes decir que el vértigo hecho comercio, hecho cultura, hecho simple y anodino entretenimiento es propio, aunque no exclusivo, de tu tiempo; pero sus raíces y su esencia no pertenecen sólo a los días que cubrirás sobre este planeta.
185.5. La gran diferencia entre ese vértigo de pasatiempo y la mayor parte de lo que lees en la Escritura está en que para ésta el valor tiene su propia dignidad, como expresión que es de resolución de la voluntad humana, y por ello tiene su verdadera fuente en Aquel que ha creado al hombre y le ha dado esa voluntad.
185.6. Piensa por ejemplo en Moisés ante los ejércitos del Faraón. «Al acercarse Faraón, los israelitas alzaron sus ojos, y viendo que los egipcios marchaban tras ellos, temieron mucho los israelitas y clamaron a Yahveh. Contestó Moisés al pueblo: “No temáis; estad firmes, y veréis la salvación que Yahveh os otorgará en este día, pues los egipcios que ahora veis, no los volveréis a ver nunca jamás. Yahveh peleará por vosotros, que vosotros no tendréis que preocuparos. Dijo Yahveh a Moisés: «¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los israelitas que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto. Moisés extendió su mano sobre el mar, y Yahveh hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar, y se dividieron las aguas» (Éx 14,10.13-16.21).
185.7. Moisés, solo y en medio de egipcios agresivos y hebreos temblorosos, pudo palpar el vacío de la nada: muerte en los rostros aguerridos de los egipcios que clamaban venganza; muerte en los rostros demudados de los israelitas que anunciaban motín y asonada. Y él ahí, sin otra palabra que aquella voz de un Dios al que no había visto nunca; sin otro brazo que la certeza de la fe; sin otro aliento que el viento frío de la noche. Ese es el vértigo puro, y por ello lo que siguió no fue otra cosa que la sensación misma de la victoria sobre la muerte.
185.8. De ahí el lenguaje que Dios dirige a Josué: «Sé valiente y firme, porque tú vas a dar a este pueblo la posesión del país que juré dar a sus padres. ¿No te he mandado que seas valiente y firme? No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas» (Jos 1,6.9). Tener valor, en esos textos, no es ser temerario ni amar poco la vida. Es tener seguridad fundada en el Único que puede vencer la muerte. Por ello, después de la resurrección de Nuestro Señor, puedes leer sobre las obras de los apóstoles de Cristo: «Los judíos que no habían creído excitaron y envenenaron los ánimos de los gentiles contra los hermanos. Con todo se detuvieron allí bastante tiempo, hablando con valentía del Señor que les concedía obrar por sus manos señales y prodigios, dando así testimonio de la predicación de su gracia» (Hch 14,2-3).
185.9. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.