183.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
183.2. Aquel texto de la Carta de Juan expresa un hermoso misterio del que quiero hablarte: “Ahora somos hijos, y aún no se ha manifestado lo que seremos; sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3,2).
183.3. Hablando a sus hermanos los hombres dice: “somos hijos,” pero también añade: “seremos semejantes a Él.” Hay una tensión hermosa que, abarca el arco del tiempo, entre ese “somos” y aquel “seremos.”
183.4. Ahora bien, el ser humano redimido por el libre beneplácito del Padre, y así sanado en su voluntad rebelde, no es un objeto, un bulto pasivo que es transportado como una maleta, desde lo que “es” hasta lo que “será.” En cierto sentido, como lo declara Pablo en la Carta a los Efesios, hace crecer todas las cosas hacia su madure en Cristo. O dicho con palabras más sencillas: cada vez se hace más hijo.
183.5. El camino entero de la vida cristiana puede ser descrito así: ser cada vez más hijo. Paralelamente, este camino implica hundirse cada vez más en las aguas bellas del océano de la paternidad divina. Sumérgete en Dios Padre, profundiza en tu condición de hijo de Dios: esta es la vida del cristiano.
183.6. Sin embargo, debo aclararte que ser más hijo no significa parecerse más a lo que son los hijos en esta tierra; sumergirse en la paternidad divina no es trasladar hasta Dios más y más características de las que descubres en los papás de esta tierra. Ser más hijo es el resultado natural de caminar con Cristo; hundirse en el misterio adorable de Dios Padre es el fruto propio de estar con Cristo. Junto a Él aprendes a ser hijo, de Él aprendes quién es tu Padre.
183.7. No cabe, por tanto, una experiencia de hijo, como te la estoy describiendo, sin una experiencia de Cristo. Y sin esa experiencia los hombres no pueden llamarse más “hermanos” de lo que lo son en sus familias, tantas veces maltrechas y golpeadas.
183.8. La expresión “fraternidad universal,” resulta profundamente evocadora para los hombres de tu tiempo, tanto más cuanto más proyectan en ella los anhelos que quedan insatisfechos en la precariedad de sus hogares rotos. Y por esta fuerza de sentimiento compartido, semejante “lema” cobra más impacto político y publicitario cuanto más vacíos de amor, de paz y de perdón están los hombres.
183.9. Hay un punto muy delicado de equilibrio, tal que, si se sobrepasan ciertas condiciones de destrucción afectiva generalizada, la sociedad como tal, es decir como conglomerado, pierde la capacidad de hacer la oportuna crítica a su propio estado interior. Si ese punto se sobrepasa los hombres se vuelven capaces de creer cualquier palabra pública que les parezca contener el vigor sano que no recibieron de sus papás y la acogida cálida que no les dieron sus mamás.
183.10. En tales circunstancias la sociedad humana entera se vuelve extraordinariamente vulnerable a la demagogia, y en su búsqueda apresurada y ciega de referencias parecidas al hogar que nunca tuvieron, puede delegar su tesoro más precioso, es decir el cultivo de la conciencia de sus propios hijos, a los encargados de la gestión pública, es decir a los gobiernos de los Estados.
183.11. Ya puedes tú suponer el temible riesgo que esto entraña: en uno de esos periodos en que se ha sobrepasado el “punto crítico,” el poder público puede utilizar las entes de los niños y jóvenes en formación simplemente para reforzar su propio poder. Hay que temer que un Estado demasiado vigoroso pueda, en algunas circunstancias, reclamar para sí mismo una especie de reconocimiento religioso, seguramente bajo astuta capa de ideales tan vagos y ambiguos como esa vacía “fraternidad universal.”
183.12. No es tan fácil, empero, que un desastre oral de estos se propague. El declive de la familia implica el declive del individuo, con lo cual es inevitable a largo plazo que las naciones que dejan enfermar sus familias hasta estos niveles críticos tengan luego que resignarse a entregar el poder político, científico y económico a otras naciones. Por esta razón, precisamente, pasa el poder de unos a otros imperios.
183.13. Además, todo aquello que puede en un sentido facilitar la consolidación de un imperio perverso puede en el sentido exactamente opuesto ayudar a su declive y desaparición. En efecto, todos los argumentos que ayudan a que una cierta persona se afirme en el poder son otras tantas razones para que alguna otra persona se pregunte: “¿Y por qué no soy yo el que está ahí gobernando?.” Esto hace que la perversidad y la malicia luchen contra sí mismas, y por tanto, retrasa el éxito del mal.
183.14. Las cosas pueden cambiar drásticamente, sin embargo, cuando ese gobierno está vinculado a bienes intransferibles. El dinero, y el poder mismo, son bienes transferibles, pero el placer de servir a un gran señor no es algo que se pueda tener ni siquiera siendo ese gran señor. Esto explica por qué el ascenso del Anticristo requiere de una particular acción del demonio. Sólo infundiendo muy intensos placeres de tipo espiritual y no transferible es posible que se llegue a construir un poder mundial opuesto a la verdad de Cristo. Sólo con grandes dosis de engaño mental y de magia se dejará seducir la Humanidad. En aquellas horas terribles será tan intenso el volumen de espiritismo y todo género de magia que no bastará la claridad intelectual para vencerlo, sino que sólo tendrán victoria los que se aferren con intenso amor y esperanza a la virtud de la fe: la fe desnuda, la fe perseguida, la fe grande y santa.
183.15. Prepara, pues, tu corazón y enseña a quienes te escuchen a preparar su corazón para la fe, pues, como dice la Primera Carta de Juan, “¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios” (1 Jn 5,5).
183.16. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.