181.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
181.2. Extranjero y lejano permaneció el pecado; lejano y extraño a la casa de Nazareth. No había espacio en aquella casa porque ya estaba toda llena. Llegó el demonio y quiso entrar en ella, pero repleta de virtudes y de amor colmada no tuvo por donde entrar, y sólo de lejos pudo amenazarla, más por declarar su derrota que por adelantar algo en su victoria.
181.3. Nazareth es patente muestra de la unidad que nace del amor; y es muestra también, en verdad, de cuáles son los escoltas del amor en esta tierra: oración y silencio, pobreza y humildad, paciencia y misericordia. Si a estas seis virtudes unes el amor, obtienes el número bíblico siete, tantas veces pronunciado en la Escritura como sinónimo de lo que es completo y pleno.
181.4. De esas seis virtudes comparas del amor, tres brillaron de modo altísimo en María: la oración, el silencio y la humildad; y otras tres se destacaron mucho en José: la pobreza, la paciencia y la misericordia. Dios lo quiso así, no porque a uno faltara lo que el otro tenía, pues ambos abundaron en todas sino por dar ejemplo a hombres y mujeres en el matrimonio.
181.5. Como es tan frecuente, gracias a Dios Espíritu Santo, la predicación sobre la Santa Virgen, deja que hoy me detenga un poco más en José y en estas virtudes suyas que, por ocultas, pueden quedar escondidas a los ojos de los hombres.
181.6. De su pobreza no tengo que hablarte, pues ya te lo declara todo la Escritura: llegar al madero de ese pesebre fue para él algo de lo que años después vivió María, llegada al madero de la Cruz. Un dolor intenso anegó su alma en aquella noche, que fue para él como una pequeña pascua. Al igual que su Hijo, años después, en el Calvario, José ni pudo ni quiso odiar, y así brilló su paciencia.
181.7. No por última vez, ciertamente, pues pronto le ves oyendo espantosas noticias sobre la persecución de Herodes y apremiantes y duros mandatos sobre aquella huida a tierras de Egipto. Salir como un reo y padecer como un culpable, siendo inocente; ser tratado como extranjero y cuidar a los suyos: ¿no son todos rasgos que luego ves brillar en su Hijo? Paciente entre dolores y orante en medio de las pruebas; obediente en difíciles circunstancias y generoso en tiempos de escasez: ¡qué grande, qué bello es José!
181.8. ¿Y qué diremos de su misericordia? No parece en un primer momento que esta virtud brille tanto como las otras dos que te he mencionado, pero así es. Piensa sólo en que la única explicación que se le dio a José por todas esas persecuciones, humillaciones y trabajos fue lo que le dijo el Ángel: “Él salvará al pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). ¡Tantos dolores, tanta espera, tanto esfuerzo y tan poco fruto sólo por esas palabras: porque ese Niño hay que cuidarlo, educarlo y amarlo, ya que “Él salvará al pueblo de sus pecados”! Dime, ¿qué corazón, si no está hecho en los hornos del Cielo, tiene tanta generosidad? ¿Qué corazón, si no está colmado de misericordia, obra sólo por esta motivación? Pues bien sabes que no tuvo otra paga, ni otro gozo ni otro aplauso, sino haber acogido la voz del Ángel y entregarse en cuerpo y alma a ese Niño que salvaría al pueblo de los pecados.
181.9. Poco se predica de José. Debería hablarse más y mejor. Ya ves cómo es maestro de vida en santidad.
181.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.