179.1. Hay dos maneras de medir los esfuerzos. Según el tamaño de tus posibilidades, y según el tamaño de las necesidades. Los principiantes y los mediocres, todo lo miden de acuerdo con sus recursos, y no piensan en otra cosa, como si Dios tuviera que obrar según las medidas humanas. Los avanzados en la vida espiritual y los verdaderos amigos de Dios en todo consideran sobre todo lo que aún hace falta, y por eso parecen incansables, y en cierto modo lo son, pues no laboran sólo con sus energías sino con la fuerza y la vida que les vienen de Dios.
179.2. Si miras a Jesucristo, en Él puedes encontrar qué significa amar en proporción a las necesidades. Puedes incluso decir que fueran estas necesidades de los hombres las que le dieron un rumbo a su misericordia, y por ello, a su vida entera. Cuando aquel centurión, que era un pagano, dijo a Jesús con angustiados ojos: “Tengo en casa un criado que sufre mucho…” (Mt 8,6), bastaron estas palabras para que Jesús cambiara su agenda de aquel día. Esto no fue extraño, pues de hecho su agenda diaria no tenía otro compromiso sino amar siempre más y siempre mejor. Y si en ese momento amar más significaba salirse materialmente de una ruta, tal cosa no es motivo de impaciencia para el Cristo, sino una indicación de que su camino seguía por otro lugar. El Amor le hacía la agenda a Jesucristo.
179.3. Desde luego esto significa que hay una obra de Dios que va desde las posibilidades del sujeto hasta las necesidades de sus prójimos. Ser un buen predicador es vivir precisamente allí, en el puente que une lo que tú puedes con aquello que no puedes pero que sí se necesita. Tal cosa quiso indicar Pablo, hablando de sí mismo, cuando dijo que se había hecho “todo para todos” (1 Cor 9,22). Más allá, pues, de las limitaciones de carácter, de cultura o de otro género, el Amor con mayúscula, el Amor que es el Espíritu Santo toma vidas así y las hace vidas sin fronteras, vidas más allá de toda frontera, vidas capaces de ser moldeadas en el patrón mismo del Hijo de Dios.
179.4. Vivir así es vivir en una continua indigencia, pues es conservar la mirada en aquello que no se alcanza, que no se tiene, incluso que no se puede. Como Jesús de camino sobre las olas, los verdaderos evangelizadores tienen tal certeza de la solidez de la Palabra que pueden vencer la radical fragilidad de las aguas, es decir, de sus propios defectos e imperfecciones, y también de las opiniones torcidas o crueles de sus prójimos.
179.5. Pero insisto: te estoy hablando de una vida en la indigencia, en la carencia y en la experiencia frecuente de no contar con lo que se quiere ni poder controlar del todo lo que va a obtenerse. Si lo que tú quieres son procesos controlados en los que sabes completamente qué vas a invertir y qué vas a recibir, no sirves para el Evangelio. Lo que Cristo pide de ti es una siembra generosa y lo que te promete es una cosecha sobreabundante. Dale lo que te pide y espera con certeza lo que te promete; niégale lo que te pide y entonces tendrás que volver tus ojos a las cuentas, las sumas y las restas, y el rostro tuyo perderá su brillo y el alma tuya su gozo y su experiencia de la gracia.
179.6.Ya sabes, pues, a qué alegría te invito, y cuál es su raíz y su fuerza. Dios te ama; su amor es eterno.