178.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
178.2. En la Carta de Santiago te encuentras una invitación sorprendente: “Resistid al diablo…” (St 4,7); aún más impresionante es la consecuencia que se sigue: “…y huirá de vosotros” (St 4,7).
178.3. ¿Qué más quería la raza de los hijos de Adán sino una promesa así? Cuando miras en tu imaginación a tantos pueblos esclavos del miedo a los poderes de los cielos —que no son el Cielo, sino “los aires,” como te enseña Pablo (Ef 2,2)—; cuando miras con qué opresión se arrastran las mentes dominadas por la superstición o cualquier forma de idolatría; cuando descubres a la Humanidad entera bajo chirriantes cadenas de todas las formas de pecado, dime: ¿no te resulta de lo más admirable que haya un texto bíblico que te diga que tú mismo, o cualquiera de tus hermanos los hombres, puede poner en retirada al que es autor principal de toda esa catástrofe que hace gemir al Universo? ¿No es asunto que amerita extensa meditación, prolongada gratitud y cumplida alabanza? Pues eso es lo que se te dice: “huirá de vosotros.” Esta vez será él quien tendrá que huir, cumpliendo plenamente lo que dijo Nuestro Adorable Señor Jesucristo: “Yo veía a Satanás caer del Cielo, como un rayo…” (Lc 10,18).
178.4. Ahora bien, semejante promesa tiene una especie de condición: “¡resistid!.” El ser humano, herido por los terrores de la muerte, y por todo su cortejo: la debilidad, la enfermedad, la vejez, la pobreza, las calamidades, simplemente no puede ese “resistir” porque no tiene en qué apoyarse. Mas provisto de la fortaleza que le da el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rom 8,11) sí puede forjarse en la resistencia, y puede vencer.
178.5. Es una terrible mentira y una horrible injusticia que, cuando se habla de preferir el mal, que desde luego implica resistir a las inspiraciones del bien, se dice con toda naturalidad que ese es un ejercicio de la libertad. Le preguntas a una abortista por qué ha hecho lo que ha hecho y por qué promueve lo que promueve y te presenta un argumento que se resume en: “porque yo soy libre.” ¿Qué clase de aberración en las palabras es esa, que hace de la escogencia del mal un ejercicio de la libertad, pero silencia arteramente que el rechazo del mal también es —¡y en qué grado!— una obra de la más pura y plena libertad?
178.6. Bien está que Santiago recuerde a todos que la libertad ha sido sanada, y que por eso ahora más que nunca puede oponerse al mal y al maligno. Por eso habla él de la “ley perfecta, la que hace libre” (St 1,25), porque el problema no estaba en que hubiera normas sino en que no había corazones capaces de acoger ni siquiera lo más sano y razonable de esas normas. Pero una vez sanados por el poder de la gracia de Cristo, el obstáculo ha sido derribado, el paladar ha sido sanado, las rodillas vacilantes han sido robustecidas y ahora tenéis autoridad en la Sangre de Cristo para resistir al mal, vencerlo y cantar victoria en alabanza del Amor Divino.
178.7. Deja que te invite a la alegría de la victoria. Dios te ama; ¡su amor es eterno!