Queridos muchachos y jóvenes deportistas:
Me siento feliz al recibiros y saludaros cordialmente junto con los dirigentes del Comité Olímpico Nacional Italiano, los cuales, al término de la manifestación nacional de los Juegos de la Juventud, os han acompañado para daros la posibilidad de expresar aquí, también en nombre de vuestros colegas pertenecientes a todas las regiones de Italia, los sentimientos de vuestra fe cristiana y de vuestra alegría juvenil. Doy las más sinceras gracias al doctor Franco Carraro, vuestro solícito presidente, por las amables palabras con las que ha querido abrir este encuentro familiar.
Educación moral
Vuestra presencia alegra mi espíritu, no sólo por el espectáculo de estupenda juventud que ofrecéis a mi mirada, sino también por los valores físicos y morales que representáis. Efectivamente, el deporte, incluso bajo el aspecto de educación física, encuentra en la Iglesia apoyo por todo lo que comporta bueno y sano. Sin duda, la Iglesia no puede menos de estimular todo lo que sirve para desarrollo armónico del cuerpo humano, considerado justamente la obra maestra de toda creación, no sólo por su proporción, vigor y belleza, sino también, y sobre todo, porque Dios ha hecho de él morada e instrumento de un alma inmortal, infundiéndole ese «soplo de vida» (cf. Gén 2,7), por el cual el hombre es hecho a su imagen y semejanza. Si luego se considera el aspecto sobrenatural, resultan iluminadoras las palabras de San Pablo: «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? … ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios? … Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Cor 6,15.19-20).
Educación física
He aquí, queridísimos jóvenes, algunos rasgos de lo que la revelación nos enseña sobre la grandeza y la dignidad del cuerpo humano, creado por Dios y redimido por Cristo. Por eso, la Iglesia no cesa de recomendar la valoración de este instrumento maravilloso mediante una apropiada educación física, la cual, mientras, por una parte, hace que se eviten las desviaciones del culto al cuerpo, por otra, entrenan al cuerpo y al espíritu en el esfuerzo, ánimo, equilibrio, sacrificio, nobleza, fraternidad, cortesía y, en una palabra, en el fair-play. Practicando de este modo, el deporte os ayudará, sobre todo, a convertiros en ciudadanos amantes del orden social y de la paz; os enseñará a ver en las competiciones deportivas no ya luchas entre rivales, no factores de división, sino pacíficas manifestaciones competitivas, en las cuales no debe faltar, incluso en el obligado esfuerzo por conseguir la victoria, el sentido de respeto hacia el concurrente.
Con estos pensamientos y estos deseos, muy gustosamente os imparto, a vosotros, a vuestros familiares y a vuestros amigos, mi especial bendición apostólica, en prenda de abundantes gracias celestes y como signo de mi benevolencia.
Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes participantes en los XIII Juegos Italianos de la Juventud, 11 de octubre de 1981