167.1. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
167.2. Con motivo de tu viaje quiero enseñarte dos cosas. La primera es la norma de tu peregrinar en la tierra; la segunda se refiere al uso de los bienes temporales.
167.3. En cuanto a lo primero, recíbeme esta frase: no te vayas, sin quedarte; no te quedes, sin irte. La primera parte se refiere a la estabilidad y unidad contigo mismo que has de conservar, no importa cuántas cosas cambien afuera de ti. Ningún viaje ha de llevarse todo lo que tú eres, y ninguna transformación exterior, lo mismo que ninguna circunstancia, ha de adueñarse de ti por completo, pues tú ya tienes dueño, como te amonestó Pedro cuando dijo que habías sido rescatado: «con una Sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo» (1 Pe 1,19).
167.4. Esto es lo que quiere decir: “no te vayas sin quedarte.” Haya siempre en ti algo profundo, algo radical que permanece y “se queda.” De esto te da testimonio en primer lugar el Santísimo Señor Jesucristo, el cual, aun en medio de las circunstancias más diversas fue siempre el mismo: no lo engrandecieron los aplausos ni lo abatieron las humillaciones; a solas con el Padre su mirada se colma de esa serenidad que luego conserva en medio de las multitudes enardecidas de fervor, de piedad, de entusiasmo o de ira. Él iba por todas partes, pero a la vez “se quedaba” como lo sugiere Juan al decir de Él que es «el Unigénito que está en el seno del Padre…» (Jn 1,18).
167.5. También es egregio testimonio de esto que te enseño aquel campeón entre los apóstoles, Pablo de Tarso. ¡Cuántas veces te he visto admirarte en la lectura de esos textos llenos de amor y sabiduría, redactados desde una cautividad cruel, injusta y absurda! En verdad era como si Pablo, al tiempo que viajaba por todo aquel mundo antiguo, dejaba reposar su corazón junto al Corazón Sagrado de su Amadísimo Señor y Salvador!
167.6. Y también nosotros los Ángeles somos testimonio de esto, pues nuestro encargo, al acercarnos a vuestras vidas, recorriendo incluso vuestros caminos, como hizo Rafael, no es “dejar” a Dios sino buscar y amar al hombre amado de Dios.
167.7. La segunda parte de la enseñanza se resume en esta expresión: “no te quedes sin irte.” En efecto, cada viaje te obliga a moverte, pero no te mantiene en movimiento. Quiero decir: siempre llegas a algún lugar. La imagen más sencilla de este movimiento que llega a un término es la noche. Aunque sea en circunstancias a veces incómodas, lo más común es que la noche te obligue a detenerte y hacer posada en algún lugar. Como Jacob, alguna vez tendrás que hacer de una piedra todo tu descanso (Gén 28,11). Esto significa que todo desplazamiento tiene términos. Pues bien, la segunda parte de la frase que te comento te invita a que ese reposo físico sea el comienzo incesante de una peregrinación interior, profunda, espiritual. También en esto Jacob te sirve de ejemplo. Su cuerpo reposa y se hace casi semejante a la muerte, pero Dios llama su espíritu y le hace entrar en un viaje distinto, en un caminar que tiene otro ritmo, ya no el de sus pasos, sino el del vuelo ardentísimo de los Ángeles.
167.8. Es lo mismo que te enseña Jesucristo: terminada la dura jornada, con sus pies maltratados por la sobrecarga de esfuerzo, aún tiene fuerzas para subir a la montaña. Postrado entonces su camino sigue, ya no con los pies sino con el afecto y la plegaria. Todas esas voces que han resonado en sus piadosos oídos ahora brotan en susurros o gemidos de súplica amorosísima ante su Padre Dios. Por eso dice la frase: “no te quedes sin irte,” esto es, aunque llegue el reposo, que no repose el amor, que no cese el anhelo continuo y quemante por la gloria de Dios y la salvación de las almas.
167.9. De esto sabía bien Pablo, que en tantas cosas es maestro para ti. Cuando su cuerpo se vio confinado por los muros de la cárcel y la dureza de las cadenas, él se supo y declaró libre, y dio rienda a su libertad diciendo: «pero la Palabra no está encadenada…» (2 Tim 2,9).
167.10. Por eso te digo: “no te vayas sin quedarte; no te quedes sin irte.” Te quiero mucho. Otro día te hablo sobre la administración de los bienes temporales, condición saludable de quien es, como tú, peregrino.
167.11. Deja que te invite a la alegría; Dios te ama, su amor es eterno.