La afirmación de un Dios “personal” resulta difícil de admitir para aquellos que ven en ella sólo una proyección de nuestra propia manera de ser, o de nuestras necesidades o deseos. Dos respuestas–insuficientes–han sido: (1) La de Einstein, o sea, reconocer un misterio y una trascendencia pero sin nombre, y sin una revelación posible. (2) La del averroísmo (por Averroes): sostener que hay como dos ámbitos de lo verdadero: la verdad de la inteligencia y la verdad de la fe–o en el caso de nuestro mundo postmoderno, la verdad de la ciencia y la de la emoción/devoción/tradición.