La Comunión entre las Personas divinas “se realiza” mediante la participación; sin ella no hay comunión. Entre ellas hay una participación infinita de conocimiento y amor, desde toda la eternidad. Cuando se afirma que “la Trinidad es un misterio inaccesible,” se puede pensar que es muy distante de nuestra vida. Si así fuese, no sería el misterio principal de nuestra fe. Y gracias a Dios no es así. La Santísima Trinidad no es algo frío, abstracto, lejano. Al contrario, siendo amor infinito, es un misterio íntimo, próximo, sorprendentemente vital, generador de comunión y referencia obligatoria de toda comunión (de la Iglesia, de la humanidad, del cosmos).
Vivir en la Trinidad
Para vivir la Comunión, necesitamos estar con la Trinidad, contemplar la Trinidad, extasiarnos en su estilo de comunión y de unidad. “Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en una comunión recíproca. Ninguna de estas Personas es anterior, posterior, ni inferior a la otra. Cada Persona envuelve a las Otras. Son distintas no para vivir separadas, sino para unirse y poder entregarse Unas a las Otras. En el principio no existe la soledad, sino la Comunión de los Tres Únicos. El amor, la benevolencia y la entrega entre las Tres Divinas Personas existen a causa de la Comunión” (P. J.M. Guerrero). “Comunión recíproca entre las personas –que es amor fecundo y generoso- y amistad eterna, que es entrega total recíproca, no posesiva; participación recíproca y dinámica; diferencia en la unidad; son estas las tres grandes líneas que configuran la Vida Trinitaria y, al mismo tiempo, son origen y meta de toda comunión entre personas”.
La Vida Fraterna y el Misterio Trinitario
Nacimos como hijos de Dios en el seno de la Trinidad al ser bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). Desde entonces, nuestra vida está marcada por la Trinidad de tal manera que no podemos comenzar y llevar adelante nada sino en el nombre y bajo el poder de Ellos. También, la Vida Fraterna es un reflejo de la Trinidad; “del Padre que quiere formar una sola familia humana; del Hijo que vino a realizar la fraternidad en un mundo dividido; del Espíritu Santo, que es vínculo de comunión y de unidad en la Iglesia y en ella suscita familias espirituales y comunidades fraternas”.
El Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, nos introduce en la comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo, uniéndonos entre nosotros. Por eso, el primer fruto de la venida del Espíritu Santo es la koinonía, i. e. “la comunión” entre los creyentes: “Todos eran un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32). La dimensión de comunidad manifiesta la presencia del Espíritu, pues donde hay comunidad, allí está el Espíritu Santo. Y a su vez su presencia se concretiza en la comunión. La primera Comunidad de Jerusalén, fruto de la acción de la Trinidad, ha sido modelo “en el cual la Iglesia se inspira siempre que quiere revivir el fervor de los orígenes y refundar, i. e. retomar su camino en la historia con renovado fervor evangélico, viviendo el estilo de vida de unidad que viven las Personas en la Trinidad.
La Vida Consagrada, desde sus orígenes, se inspiró en la Comunidad de vida de los Apóstoles y de la primera comunidad de Jerusalén. Pero, su fuente originaria es la Comunión de vida de las Personas divinas: “Nuestra Comunión tiene su origen y modelo en la misma Trinidad” (C 36). Ella es su modelo y su dinamismo unificador. En efecto, la Trinidad es, no solo origen de toda comunión, sino fuente única y ejemplar. Por eso, a Ella tenemos que llegar y en ella quedarnos, desde la contemplación, si queremos lograr una comprensión más completa y profunda de la comunión en Dios y una vivencia entre nosotros. Es por esto que “la Vida Consagrada tiene el mérito de haber contribuido eficazmente a mantener viva en la Iglesia la exigencia de la fraternidad como confesión de la Trinidad” (Vida Consagrada 41).
La Vida Religiosa, misterio de comunión
La Vida Religiosa proviene de la Trinidad y está empapada, modelada en ese misterio de Comunión. De tal manera que no podemos entender la Vida Religiosa, sino en clave de comunión. Ella hunde sus raíces en el misterio trinitario, es su elemento central. Tenemos acceso al Padre en el Espíritu en Cristo, participando así de la naturaleza divina. La Vida Religiosa participa de la comunión Trinitaria y es obra prodigiosa de la Trinidad. Hasta ahora no se había prestado la atención debida a la noción de comunión, elemento central en la Trinidad. Y, “¿qué significa la palabra “comunión”? Fundamentalmente se trata de la koinonía del Padre, del Hijo en el Espíritu Santo. Esta comunión la obtiene la Iglesia en la Palabra de Dios y en los sacramentos. El bautismo es puerta y fundamento de esa comunión, y la Eucaristía es su fuente (cf. LG 11). Allí hay que ir a beber, a empaparse de comunión para poder vivirla con los hermanos. Y esto se hace desde la oración, desde la contemplación del misterio adorable de Dios-Trinidad, de Dios-Comunión, de Dios-Amor.