Bienvenida la sensatez
que tu desierto nos trae;
la amable serenidad
que anuncia tu sobrio traje.
Bienvenida la esperanza
que por medio de profetas
Dios concede, compasivo,
y regala a manos llenas.
Bienvenido aquel silencio,
que es elocuente Palabra
y es bálsamo bendito
para el alma que lo abraza.
Bienvenido ese dolor
que rompe al corazón de piedra
y lo vuelve por fin de carne
y por dentro lo renueva.
Bienvenida la penitencia,
las cenizas y el ayuno,
y aquello que nos recuerde
qué pronto pasa este mundo.
Bienvenida la caridad
y también la misericordia,
y que el alma que era egoísta
deje su senda tortuosa.
Bienvenido tú, Jesucristo,
maestro en la penitencia,
danos de tu plegaria
y un poco de tu inocencia.