Al comienzo de la Misa confesamos públicamente que somos pecadores de pensamiento, palabra, obra… y omisión. Siempre he creído que la parte de la omisión la omitimos demasiado en demasiadas consideraciones relativas a nuestra fe y nuestra vida cristiana. por definición lo omitido es aquello a lo que uno no ha prestado la atención, el cuidado o el esfuerzo que se merece; ello mismo hace que uno esté como predispuesto a seguir ignorando lo que ya ha empezado a ignorar, y así las omisiones se apilan unas sobre otras, endureciendo de paso la conciencia.
Estas realidades no son sólo personales. También los grupos humanos se acostumbran a ignorar porciones enteras de su realidad o clases enteras de ciudadanos, con lo cual dejan listo el terreno para los abusos raciales, étnicos o económicos. los bien fundados cimientos del prejuicio vuelven ciegos nuestros ojos, mientras nuestros oídos se acostumbran a estribillos como “el pobre es perezoso,” “el negro es menos inteligente,” “el gitano es ladrón,” “el paria nada merece, sino desprecio.” La omisión sistemática degenera así en odio.
En la religión existe también la posibilidad de la omisión como sistema, y el ejemplo que viene a mi mente es el de aquellas personas que, en aras de un ecumenismo superficial, o por pura comodidad emocional, quieren alimentar su fe cristiana asistiendo a grupos no católicos, o conciertos “cristianos” (que propiamente deberían llamarse protestantes o evangélicos). Quienes alaban o adoran a Cristo siguiendo las melodías de las estrellas de la Música Cristiana difícilmente reconocerían un hecho fundamental: sus corazones se están nutriendo deficientemente, se están desnutriendo, y sus mentes se están acostumbrando a prescindir sistemáticamente de aspectos básicos de la misma revelación cristiana.
En tales casos, los sermones o canciones de estos protestantes hacen daño no por lo que dicen sino por lo que sistemáticamente no dicen. A veces aludo a este hecho afirmando que para matar a una persona puedes hundirle un puñal o también dejar de alimentarla. La fe en la Eucaristía, en la confesión, en la presencia de Cristo-Cabeza en el sacerdote; la necesidad del magisterio de la Iglesia y la unión con 20 siglos de fe transmitida y vivida; la importancia y el ejemplo de los mártires y de los santos… todo ello simplemente no existe en Marcos Witt, ni tampoco existe en las docenas y docenas de grupos cristianos que añaden más instrumentos y arreglos pero sin completar jamás la doctrina.
Claramente el flanco de la Iglesia Católica que está más próximo a dejarse llevar por esa marea de omisiones es la Renovación Carismática (RCC). He visto por propia experiencia que los ministerios de música de la RCC suelen tomar como referencia y gran ideal a las bandas, conjuntos o autores de música cristiana, como si estos fuera el paradigma del verdadero servicio de alabanza. Lo que allí cuenta no es la verdad de lo que se canta sino el impacto musical, emocional o subjetivo que tengan los eventos o los cantantes. No es extraño que un número no despreciable de los ministerios católicos sientan que su siguiente paso lógico es independizarse (de toda tutela dentro de la Iglesia) y empezar a “hacerse un nombre” a base de publicar sus propias composiciones con sus propios arreglos. En algunos casos el asunto acaba muy mal, a saber, con todo el antiguo “ministerio de música” ministrando en adoración dentro de alguna comunidad evangélica.
por supuesto, no se trata de demonizar lo protestante. Pero así como uno ve que no se puede vivir de devocionales protestantes sin perder demasiada sustancia de nuestra fe, así debería uno ver el riesgo que se corre al volverse adicto a un tipo de música que exalta sólo algunos aspectos–los más individuales y subjetivos de la fe–en desmedro de los aspectos más comunitarios e históricos. La solución, desde mi punto de vista, no es un retorno nostálgico al solo latín, la música de órgano o la polifonía. Alguien dijo: “Hay gente para la cual dudar de algo es empezar a creer apasionadamente lo opuesto.” Así también digo yo: Hay católicos para los cuales evitar el progresismo equivale a canonizar el pre-concilio. Y sin embargo creo que debe haber modos más sabios, humildes y provechosos de pensar estas cosas y de ser fieles al querer de Dios para su pueblo.