Los ruidos agresivos
Los ruidos tan comunes y agresivos en nuestra sociedad constituyen un peligro serio para la salud psíquica y física. Si los percibimos como intrusos, enemigos de nuestra paz y tranquilidad, nos crean graves tensiones. Además, pueden provocar rencores muy profundos cuando los asociamos a ciertas personas o partes de nuestra sociedad. Para vivir en paz y proteger la salud es preciso reconciliarse con ellos. Gracias al perdón y la reconciliación podemos cambiar nuestra actitud hacia los ruidos; y de ese modo reducir las tensiones y poner fin a los rencores y resistencias. Tal es el objetivo del siguiente ejercicio.
Concentra tu atención por un momento en los ruidos que más te molestan. A través de ellos puedes llegar a ser fuerte: la sociedad que te rodea, la fábrica, la discoteca, los jóvenes y su música a todo sonido, al escuela, el niño que llora, esa persona que grita. Ponte en su lugar y trata de comprender a esas personas. Ora al Señor de esta manera o parecida: “Jesús, dame tu amor y tu comprensión hacia esa o esas personas; crea en mí tu silencio y tu paz”. Desde Jesús ofrece el perdón y la paz a la sociedad que te rodea, a las personas, a los ruidos, a las circunstancias.
Con los ojos cerrados y oídos bien alerta, dedica un rato a captar todos los sonidos y ruidos que llegan hasta ti: suaves, fuertes, próximos, lejanos. Vete percibiendo todos esos ruidos sin resistirlos, sin crisparte, con gran paz. Déjalos que te visiten como amigos, que te acaricien o rocen ligeramente. Tómalos como parte de algunos de los hijos de Dios, que acaso ni piensan en Él. Ruidos y sonidos alaben al Señor. Pero no los retengas en tu mente. Déjalos ir como han venido, sin esfuerzo, sin preocuparte de ellos.
Concéntrate en tu propia respiración, atento sólo al aire que penetra tus pulmones. Es un símbolo del Espíritu de Dios, que va penetrando todo tu ser. Con cada respiración repite mentalmente: ¡Ven, Espíritu de paz, inunda mi ser!