141.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
141.2. Las flores, desde tiempo inmemorial, según la medida de tus años, han sido referencia de belleza. Toda la profundidad de las raíces y la seriedad del tronco: toda la diligente labor de las hojas y la diversidad de ramas y ramitas se vuelve explosión de colores, texturas y contrastes en las flores. La flor, por así decirlo, da una razón de ser a todo el árbol que la sostiene. Y si no hubiera flores en el campo, parecería que no existiera más razón para el trabajo que poder trabajar más y más. En la flor y en su serena hermosura descansa el trajín de la naturaleza; el universo se remansa cuando nace una flor, y con paciencia espera a que despliegue sus pétalos y esparza su aroma.
141.3. En las flores el misterio de la vida sobrevuela a la inteligencia y roza al puro sentimiento, como queriendo enseñar a los hombres que las verdades más profundas están más para ser contempladas que para ser analizadas. La sabiduría de las flores puede recordarte que más estás tú comprendido y sumergido en la verdad que ella en tus fórmulas o en tus razonamientos.
141.4. Las flores hacen concreta la abstracción del color; cada una, en su especie, es como si una forma del cielo hubiera dejado su concepto. Son como puertas en las que la bondad, desinteresada y pudorosamente desnuda, se ofrece a los ojos castos y eleva con suavidad el alma.
141.5. Las flores son esculturas candorosas, son pinturas desde dentro pintadas, como revelaciones del abstruso mundo de la materia convertidas en tonos y matices. ¿Es que estaba escrito que sólo las ecuaciones de la matemática o sólo la rudeza de los laboratorios nucleares tenían permiso de entrar en los arcanos de la materia? Tal vez esos colores y esas preciosas aventuras de la vida en perfume digan más sobre el mundo en el que vives y discurres.
141.6. Mira, ¡qué distintos somos! Yo bendigo la labor de aquellos que a ti poco te importarían por su labor, aunque como personas signifiquen mucho, los jardineros. Deberías creerme que, a la hora de su muerte, tienen tantos rastros del Dios Bello, que es difícil que no le encuentren. ¡No hay muchos oficios que tengan como propia esta bendición!
141.7. La belleza de las flores serena el corazón. Puedes arrancar una flor, como tantos hacen, pero mira que al tratar de poseerla la destruyes. Una flor, una simple flor, puede enseñarte a amar sin adueñarte y a admirar sin poseer. ¡Y es esta una lección tan grande! De ella brota como espontáneamente la pureza, al punto que, como sabes, el amor virginal suele compararse con esa delicada relación que tiene su expresión más simple en las flores. Y por ello, movidos de un impulso natural, hombres y mujeres de todos los siglos han regalado flores, y especialmente rosas, a la Rosa del Cielo, la Bienaventurada Virgen María.
141.8. Otra enseñanza que te dan las flores se llama “respeto.” ¡Qué poco cuesta una flor en el mercado, y sin embargo, ningún taller ni esfuerzo humano puede reproducirla en sus detalles y sobre todo en su fuerza de vida! Es pequeño su precio, pero es inmenso su valor. Sí: las flores te enseñan la diferencia entre “precio” y “valor,” y con ello el comienzo de todo respeto. Si el respeto ha de ser algo más que miedo y conveniencia, debe empezar por ser conciencia y capacidad de limitarse ante aquello que vale; esto es, ante aquello que no puede ser poseído por las manos, es decir, manipulado. No es mal consejo sugerirte que te apartes del hombre que no sabe detenerse ante la belleza de una flor.
141.9. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.