140.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
140.2. ¡Con cuánta reverencia pronuncian los bienaventurados habitantes de los cielos el Nombre Santo de Dios y con cuánto desprecio el mundo lo ignora o maltrata!
140.3. Dime, ¿por qué la gente exige tanto en su comida y en su vestido, hasta ser intolerantes con cualquier defecto que encuentran, mientras que a Dios sólo le arrojan las sobras de su tiempo y de sus fuerzas? A ti por ejemplo, te veo llegar a la oración con el cansancio y la mente embotada. Veo que te pasa a menudo que, cuando ya no pueden darte más los hombres entonces te vuelves a tu Dios. Cuando ya ninguna idea te atrae, piensas en tu Hacedor. Él va de segundo o de tercero, o va en el lugar que pueda, como uno más dentro de una serie.
140.4. Mira a los hombres cuando buscan mujer; casi parece que ninguna termina de satisfacerles. Mira a las mujeres cuando quieren esposo; en todos tienen algo que corregir. Todo es importante y ningún defecto es tolerado. Pero las ofrendas que ellos y ellas presentan a Dios no son así perfectas, sino llenas de enmendaduras, retrasos, manchas y deficiencias. ¿Cuándo presentarás a Dios un día inmaculado? ¿Cuándo será que tu vida resuena en todas las cuerdas y no sólo en algunas? ¿Conoces algún director de orquesta que soporte el sonido de un violonchelo sin una cuerda o de un piano al que le falten teclas? ¿Por qué entonces se supone que Dios sí debe recibir cualquier cosa y de cualquier modo y a cualquier hora?
140.5. Y la Iglesia: ¿qué diremos de la Iglesia? Mientras que los hombres quieren mujeres de cuerpo perfecto, la Iglesia se asemeja a una pobre artrítica, incapaz de acompañar el paso y el ritmo del ágil amor de Cristo, su Esposo. ¿Hay alguien a quien esto le importe? ¿Dónde están las lágrimas de compunción por todos aquellos que debían ser piernas y brazos de la Santa Iglesia, y que con tanta frecuencia vemos reducidos a muñones lamentables o extremidades paralíticas?
140.6. Debía ser tan ágil el paso de esta grácil Dama, la Iglesia, que estuviera primero que sus hijos allí donde corriera algún peligro la vida de sus hijos. ¿Es eso lo que vemos? ¿No es acaso la Iglesia peregrina como una coja digna de compasión que jadea tratando de seguir el paso de sus niños extraviados? ¿Era eso lo que quería Cristo para la Comunidad nacida del amor que le llevó hasta la Cruz? ¿Son esos los frutos propios del poder que Dios Padre desplegó el día bellísimo de Pentecostés?
140.7. Presenta, pues, a Dios tu corazón humilde, o por lo menos, tu corazón humillado. Preséntale tu alma pura, o por lo menos tu alma penitente. Si no tienes una mente llena de sabiduría, cual corresponde al Don que Dios ya otorgó, presenta por lo menos una mente dispuesta a aprender con humildad de discípulo. Si no tienes esa voluntad firme y diamantina, cual debieras tener en razón de las gracias ofrecidas en la Cruz, preséntale por lo menos una voluntad dócil dispuesta a acogerle y seguirle. Si no tienes buenos recuerdos, por lo menos no te aferres a los males pasados. Si no tienes obras buenas, llénate cuando menos de aquella sencillez de alma que sabe necesitarlo todo como un niño y agradecerlo todo como un verdadero pobre.
140.8. Te ama Dios. Y Dios que te ama me ha enviado hoy a bendecirte con la palabra que reprende y el amor exhorta. ¡Dios!, ¿qué hago para que ardas? Mi ser es fuego, y fuego quiero ver en ti. Dios te ama; su amor es eterno.