SERVIR ES PERDONAR: Les invito a reflexionar sobre el perdón partiendo de un gesto simbólico del Señor (Jn 13, 2-17) en una de sus enseñanzas extraordinarias. Se trata del gran servicio que debemos entregar al hermano con nuestro perdón. También nosotros, como discípulos de Jesús, podemos realizar ese gesto simbólico de lavar los pies a los hermanos. Esta experiencia puede tocar nuestro corazón, si la hacemos en oración. Con el gesto del lavatorio de los pies Jesús quiso enseñar a sus discípulos lo que es el servicio. Y servir es amar. Y amar es perdonar. Así que, en oración, vamos a lavar los pies a un hermano, como símbolo de amor, para reparar la falta de amor en nuestra vida; y como símbolo de perdón, para perdonar a quien sintamos necesidad de hacerlo.
Gracias al perdón podemos dejar nuestro pasado atrás, y abrirnos a nuevas relaciones personales: con Dios, con nosotros mismos, con el mundo que nos rodea, con la gente del trabajo, con nuestra familia. En nuestras relaciones herimos a las personas y éstas nos hieren a nosotros. Por eso, necesitamos el bálsamo del perdón.
Jesús nos enseñó a perdonar: Tengo que perdonar, porque el Padre me perdonó por su hijo Jesús mediante la cruz. Pero, según los evangelios, la vida de Jesús fue también un continuo acto de amor y de perdón, enseñándonos a perdonar. Su muerte en la cruz y su resurrección constituyeron la cúspide de su vida de perdón. Cristo quiere de sus discípulos, que adoptemos como estilo de vida el perdón. Aunque para quienes lo ven desde fuera es algo heroico, para el cristiano debe ser su manera ordinaria de vivir. Así lo deja entrever la carta a los Efesios: “Sean amables unos con otros, con un corazón tierno, perdonándose mutuamente como Cristo les perdonó a ustedes” (Ef 4,32).
Cuando Jesús nos manda: “No juzguen y no serán juzgados” (Lc 6, 37), nos quiere decir que no pongamos etiquetas a nadie, no condenemos, y perdonemos siempre. Jesús fue hasta el extremo del perdón dando su vida por nosotros para que así nosotros pudiésemos perdonar. En la cruz, no solo nos perdonó sino que nos excusó delante de su Padre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Necesitamos repetir continuamente la oración del discípulo: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. ¿Cuántas veces tengo que perdonar? Tantas cuantas necesitas perdonar. Así que no puedes perdonar 3 y esperar ser perdonado 9. Si quiero ser perdonado 9, debo perdonar 15, debo perdonar 70 veces 7, todas la veces, siempre. Es esta la enseñanza de Jesús.
Cómo debe ser el perdón: El perdón, como el amor, es incondicional. No debo poner ninguna condición para perdonar. En la parábola del hijo pródigo, el padre fue a abrazar al hijo que estaba perdido y había vuelto, sin esperar que le devolviese el dinero que había malgastado. Esto es muy importante para nosotros, perdonar incondicionalmente. Es esta nuestra responsabilidad espiritual. Así lo expresó Jesús en la parábola del criado despiadado: este debía mucho dinero a su patrón y pidió al rey más tiempo porque el rey le iba a arrestar y a llevarlo a la cárcel. El criado le pidió y el rey no solo le dio más tiempo sino que le perdonó la deuda. Si yo le debo a una persona 300 millones de pesos, y ella me perdona esa deuda, yo soy 300 millones de pesos más rico, porque ella me ha perdonado. Puedes ver cómo eres de rico a través del perdón de Cristo. Era una gran deuda la que el siervo tenía y el rey le perdonó. Pero, este criado fue y se encontró con otro que tenía una pequeña deuda con él, y fue tan cruel y despiadado con él que lo mandó arrestar por esa pequeña deuda. Enterado el rey de lo sucedido, se enfadó tanto, que mandó arrestar al sirviente de por vida.
Dios nos llama a ser generosos otorgando el perdón. Pues Dios nos perdona en la medida en que perdonemos a otros. Si yo no perdono a una persona le cierro mi corazón y comienzo a odiar. Y cuando me cierro al perdón convierto a esa persona en algo tan malo que la aparto de mi vida. Un corazón que no perdona empieza a hablar mal del otro, incluso desproporcionadamente. Y bloquea el amor que viene de Dios y bloquea nuestro crecimiento en Cristo. La falta de perdón nos convierte en personas amargadas.
Debo buscar dar el perdón: No solamente estamos llamados a imitar a Cristo perdonando a otros, sino también pidiendo perdón a Dios, a quien herimos, hiriendo al hermano. Si necesito buscar el perdón de una persona también necesito buscar el perdón de Dios. Y esto lo hago en la confesión, arrepintiéndome de mis pecados: “Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Dios para perdonar los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1Jn 1,9).
El perdón es un proceso: El perdón tiene diferentes etapas, que necesitamos seguir. Si tenemos que perdonar debemos darnos cuenta de que hemos sido heridos. Si la herida no es cubierta con el perdón produce ira o enfado, y eso produce amargura, envenenamiento. Pero para perdonar necesitamos antes reconocer que hemos sido heridos. También debemos pedir a Dios que nos sane esa herida que hemos recibido. Y si nosotros tenemos una buena relación con la persona que nos ha herido, necesitamos hacerla consciente de que nos ha herido para poder restaurar esa relación. Tenemos que tener mucho cuidado en no cerrarnos. Cuántas veces hemos oído que alguien ha hecho mal a otra persona. Y la ofendida ya ha cometido un asesinato en su mente o en su corazón, diciendo: “a esta persona no le vuelvo a hablar más porque me ha hecho esto y esto”. ¿Qué es eso? Es un asesinato, estoy echando a esa persona de mi vida.
Perdón y amor van juntos: Cuando Cristo habló del perdón, lo hizo hablando del amor. Esto significa que cuando Cristo perdonó no solamente no dejó de amar, sino que incrementó su amor hacia los demás. A través de la cruz, Cristo nos amó y nos perdonó.
¿Qué sucede cuando necesitamos perdonar? Necesitamos recrear una relación personal, construir puentes otra vez, encontrarnos otra vez como hermanos y reconstruir lo que hemos roto. Y muchas veces la reconstrucción de estas relaciones personales significa también restitución. La restitución no significa solamente que yo he cogido dinero y que tengo que devolverlo, sino también que si he quitado el respeto o el honor debo devolverlo nuevamente. Y cuando comenzamos un proceso de perdón necesitamos empezar de nuevo a amar, a organizar las circunstancias en las que se ha producido la ruptura. A organizar nuestra memoria, para poder perdonar y olvidar. No puedo olvidar el incidente en si mismo, pero a través de la gracia que Dios nos da, recordarás el mal suceso que ha provocado la ruptura. Pero con la gracia de Cristo sobre esa herida, olvidarás la cicatriz que te ha causado, el mal que te ha hecho, no el incidente, porque nosotros debemos recordar las cosas. Pero la gracia de Cristo nos ayudará a olvidar la herida.
Como el perdón no es fácil, necesitamos el poder de Dios para perdonar, no podemos esperar que el perdón llegue fácilmente, ya que ser herido no es algo estupendo. El perdón cuesta, lleva tiempo, y requiere un esfuerzo, no viene automáticamente. El sanar viejas cicatrices y restaurar relaciones personales es cuestión de tiempo. Necesitamos servir a quienes hemos herido en nuestra vida, darles amor, para que seamos capaces de perdonar y de restaurar aquello que hemos hecho mal. Se necesitan dos para bailar un tango. No puedo bailar el tango yo solo, necesito compañero. De la misma manera, cuando hablamos de perdón, se requieren las dos personas. Así, si yo quiero buscar el perdón, el otro necesita también recibir la gracia para perdonarme y abrir de nuevo su corazón a mí. El proceso sanador se hace mucho más rápido cuando es recíproco.