Querido Fray Nelson: Tengo una pregunta que me da vueltas en la cabeza. Un sacerdote Episcopaliano me dijo que nadie puede negar el cuerpo y la sangre de Cristo y cómo nosotros nos atrevemos a hacerlo. Y luego me contó su experiencia: El tenia un amigo muy querido era Católico Romano que murió y este sacerdote Episcopaliano asistió al servicio pero el Sacerdote oficiante (Católico romano) fue muy claro en decir que él no podia recibir la Comunión. Yo no se que decirle. Pude sentir el dolor que esto le cusó ya que teniendo la vocación de sacerdote, debe saber de la presencia de Jesus en la Eucaristía. La pregunta es: Si Jesus dijo a sus amigos que coman de su cuerpo y beban de su sangre porque excluímos a algunas personas: Los divorciados, los Episcopalianos, etc. que quieren recibirlo.
Gracias por aclararme este cuestionamiento. – Maria Elena.
Gracias a ti por preguntar. Para darte una respuesta tenemos que profundizar un poco en estas dos preguntas: ¿Qué es la Eucaristía? Y luego: ¿Quiénes son los Episcopalianos? En efecto, pienso que quizás tú misma, o algunos de nuestros lectores, podrán pensar que ser “episcopaliano” es equivalente a ser “católico” porque–alguien dirá–“al fin y al cabo, ambos son sacerdotes.”
Vamos con lo primero. ¿Qué es la Eucaristía? Nuestra fe católica no economiza palabras para descrtibir lo que es. El Catecismo nos enseña: “La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.” (n. 1322). Tal vez no entendemos todas las palabras pero ya parece bien que estamos ante algo muy grande, de hecho, lo más grande que tenemos sobre la tierra.
Leamos por ejemplo los números 1324 a 1327:
1324 La Eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11). “Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” (PO 5).
1325 “La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las que la Igle sia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre” (CdR, inst. “Eucharisticum mysterium” 6).
1326 Finalmente, la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: “Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar” (S. Ireneo, haer. 4, 18, 5).
¿Por qué la Eucaristía tiene su lugar absolutamente único? La respuesta es clara: por el modo único de presencia que Cristo tiene en Ella, y por la unión que cada Eucaristía tiene con el sacrificio único por el cual somos salvos. Yo sigo de la mano del Catecismo, que toma acentos de poesía y de amor agradecido cuando dice, en el n. 1333: “En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su pasión: “Tomó pan…”, “tomó el cáliz lleno de vino…”. “
Es evidente que nadie, ninguno de nosotros, es perfectamente digno de comer la Eucaristía. Pero eso no significa que cualquiera en cualquier circunstancia pueda comerla. No existe un “derecho” a comer la Eucaristía, como si fuera algo que la Iglesia “tiene” que dar. La eucaristía no es una cosa que se “da” a la manera que se da un recordatorio, un pasabocas, o un símbolo de algo bonito. En el n. 1385 leemos: “Para responder a esta invitación [de Cristo], debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: “Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” ( 1 Corintios 11,27-29).
La Eucaristía realiza la unión con Cristo, pero ya nos han dicho que también la significa, la hace visible. Si esa unión no tiene un sustento en la realidad, el sacramento no resulta venerado ni da fruto, sino que el sacramento es ofendido, y san Pablo nos dice que quien así obra “come y bebe su propio castigo.” Esas palabras tan serias deben hacernos pensar en lo que implica comulgar.
Un caso típico es el de una persona que tuviera odio en su alma. Por un lado, esa persona necesita de Cristo, y en ese sentido uno estaría tentado de decirlo: “ve a la iglesia, y comulga…” Pero por otro lado, si esa persona no quiere renunciar a su odio, y se acerca al Banquete de la Caridad, que es la Eucaristía, es obvia la contradicción, porque parece neceistar de Cristo pero está rechazando a Cristo, puesto que está rechazando su mensaje.
Ahora bien, el odio no es el único pecado; no es la única condición objetiva y real por la que nos distanciamos de Cristo. Supongamos una persona que no cree en la vida eterna. Es un ser humano excelente, en lo que uno puede ver, pero piensa que “uno se muere, y todo se acabó.” ¿Tendría sentido que esa persona comulgara? Démonos cuenta, por favor, que comulgar es unirse a Cristo en algo que es más íntimo que cualquier unión que uno pueda imaginar, incluyendo las uniones propias de la amistad o incluso la intimidad entre esposos. Si alguien está negando el mensaje de esperanza infinita que Cristo nos trae y a la vez dice que quiere comulgar, está contradiciendo con una cosa la otra. Es como decir: “confío en ti pero no te creo.”
Jesús nos enseñó muchas cosas, y las enseñó con claridad. Por ejemplo, nos dijo que existe un plan de Dios para el amor humano de pareja. Nos enseñó que el matrimonio implica algo que también habla de unión de un modo sublime, de modo que, aunque la gente de su tiempo admitía el divorcio, Jesús mismo lo rechazó. La Iglesia Católica es fiel a esta enseñanza de Cristo, y por eso dice que si ha habido sacramento del matrimonio, y ese matrimonio es válido entonces sólo la muerte lo deshace. Esto no se lo inventó un Papa. Esto no lo inventó la Iglesia. Es algo que viene de Cristo, el mismo Cristo al que uno recibe cuando comulga. ¿Cómo puedo uno entonces decirle a Cristo: “Te recibo a ti pero no quiero recibir lo que tú nos enseñaste”?
Entonces no es que la Iglesia ponga normas arbitrarias, sino que la Iglesia defiende la grandeza del sacramento precisamente para que sea lo que Cristo quiso que fuera: fuente de salvación, cumbre de unidad con él y con la Iglesia misma del Cielo. A los que dicen que quieren comulgar pero se encuentran en situaciones como las aquí descritas, la Iglesia tiene que decirles un doloroso “no,” pero ese no es siempre “no, por ahora.” Es un “no” necesario, un “no” que pone en camino, un “no” que no debe convertirse en aislamiento sino en comienzo de un itinerario que finalmente lleva a un “sí.” De modo ordinario ese itinerario implica cuatro cosas: conversión de corazón, sacramento de la reconciliación, acompañamiento de la comunidad y debida formación cristiana. No debemos pensar que el NO es una palabra definitiva, pero tampoco podemos apresurar un SÍ puramente social, o un SÍ de una caridad mal entendida y chata, porque eso sería en verdad menospreciar o valorar en poco la Sangre con la que Cristo ratificó todas y cada una de sus enseñanzas.
Ahora sí conviene aclarar un par de puntos sobre los episcopalianos. Se llaman de esa manera los miembros de la Iglesia Anglicana (o mejor: Comunión Eclesial Anglicana) que desarrollan su ministerio en los Estados Unidos de América. Tomaron el nombre de “episcopalianos” porque, al contrario que otras versiones del protestantismo, estos creen en el ministerio de los obispos, que en griego se dice “epíscopos.”
Ante todo: la Iglesia Católica no reconoce en principio la ordenación sacerdotal de los anglicanos, y por lo tanto, no reconoce como válido el sacerdocio de ellos, ni cree por tanto que en una misa anglicana se consagre el Cuerpo de Cristo. Por lo menos, hay una severa duda que pesa sobre esa celebración. De nuevo, aquí no se trata de algo caprichoso. Así como no existe el “derecho” de comulgar sólo porque “yo quiero,” tampoco existe el derecho de ordenarse sacerdote sólo porque “yo quiero.” Una de las condiciones de la ordenación es que quien lo ordene a uno sea un obispo válidamente ordenado él mismo. por supuesto, eso implica que ese obispo debe haber recibido la ordenación de otro obispo válidamente ordenado, y así retroactivamente. A esto se le llama la “sucesión apostólica,” porque es obvio que sólo una sucesión de obispos que se remonte hasta el tiempo de los apóstoles puede considerarse válida.
Pues bien, los anglicanos, en general, no tienen eso. Hay serias dudas sobre un número inmenso de sus ordenaciones, que probablemente nunca fueron válidas. Esto por supuesto implica que las “misas” por ellos celebradas pueden ser elocuentes ( y suelen serlo), estéticamente hermosas (y suelen serlo) pero en términos del sacrificio de Cristo en el calvario, esas misas de ellos no son la Misa instituida por Cristo.
Esto no implica que menospreciemos a los episcopalianos en cuanto seres humanos, o incluso en cuanto modelos de algunas virtudes cristianas. Pero eso es una cosa; otra cosa, en cambio, es si vamos a considerar que su idea de la Eucaristía es la correcta o no, o si vamos a recibir de ellos un pedazo de pan o el Cuerpo de Cristo.
En particular, es perfectamente lógico lo que ha dicho el episcopaliano. Para ellos la Eucaristía es un símbolo, sobre todo. El aspecto de signfiicación social, emocional o psicológica prima sobre la presencia real o el sacrificio que se ahce presente en el altar. En tales condiciones, el consejo de ellos es que todo el mundo comulgue, casi sin que importe quién sea. Los episcopalianos, por ejemplo, tienen obispas y la actual presidente de la Confesión Episcopaliana en Estados Unidos es una mujer que tiene como meta que todos se acerquen al altar, de modo que, en particular, los divorciados, los homosexuales, y los que han sido antes excluidos por sus posturas liberales en materia moral, sean ahora admitidos.
Nosotros, sin embargo, lo católicos, creemos que no es ese el camino. Es verdad que todos estamos invitados a la mesa del Señor, pero esa invitación contiene, como nos dijo san Pablo, una cláusula de conciencia que no se debe obviar. Sólo en obediencia al Señor existe verdadera gratitud hacia el Señor. A Él la gloria por los siglos. Amén.