EL AMOR SANA (Mc 1,40-42)
No digo que iniciemos, sino que continuemos, pues toda nuestra reflexión sobre el perdón nos ha llevado siempre hasta el amor, como la gran columna vertebral del perdón. En efecto la falta de perdón habla de una incapacidad de amar a quien no queremos perdonar. Les invito a que ofrezcamos a Jesús que sea dueño de nuestro interior y que haga un trasplante, o lo que El crea mejor, de nuestro corazón de piedra y lo cambie por un corazón de carne, que ame a todos los hermanos. Invitémosle a que visite todos los lugares de nuestra vida en donde hemos sido heridos. En efecto, a la base toda herida afectiva hay un problema de perdón. Y si este perdón no se da, es imposible encontrar la paz consigo mismo, con el prójimo y con Dios.
Amor de Jesús: Nos cuenta Marcos que “se le acercó a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dijo: ‘si quieres, puedes limpiarme’. Compadecido de él, Jesús extendió su mano y le dijo: ‘quiero, queda limpio’. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” (Mc 1,40-42). El evangelista nos dice que Jesús “se compadeció”. Compadecer es padecer-con, es decir, sufrir con el otro, llevado del amor a esa persona. En presencia del dolor y de la desgracia, Jesús siente compasión, amor, y por eso sana; por eso realiza sus milagros. Toda curación proclama, más que el poder de Jesús, su amor. Y a Él se le conquista, también por el amor.
Nosotros asociamos los milagros de Jesús más con su poder que con su amor. Pero me parece que este es un mecanismo de defensa. Pues de otro modo, la ausencia de curaciones por nuestra parte la atribuimos más a nuestra falta de poder que a nuestra falta de amor. El Señor curaba porque sentía compasión por los enfermos.
Cuando un niño pequeño se cae y se hace daño en la mano, por ejemplo, su mamá lo levanta y lo abraza, mientras besa y acaricia amorosamente la mano de su hijo. El niño se levanta, se calma y el dolor desaparece. Esta es la forma como el Señor nos sana, acariciando y besando nuestro corazón, nuestras heridas, por las cuales somos incapaces de perdonar. Por eso las personas serán capaces de perdonar, si experimentan el amor del Señor y lo transmiten a quienes antes odiaban. No son necesarias ningunas técnicas psicológicas, se necesita algo del amor y compasión de Jesús para con aquellas personas que han sido sacadas fuera del círculo del amor. Necesitamos expresar el amor del Señor con nuestra actitud, nuestros gestos, el tono de la voz y nuestras palabras.
Lo que realmente hiere a la persona y genera toda clase de enfermedades psicosomáticas es el desamor, el rechazo, el desprecio. Y lo que regenera, sana y libera es el amor, que otorgamos con el perdón. Cuando perdono a una persona, la acepto como es y la miro con amor, ya la estoy cambiando y, sobre todo, estoy cambiando yo.
Amor de la persona: Veamos el siguiente testimonio, que nos haba de la capacidad de transformación que tiene el amor: “Estoy cuidando a una señora de 86 años. Hace cuatro meses había sido desahuciada por los médicos. Estos la habían enviado para su casa a terminar allí lo que le quedaba de vida. Su médico me propuso si quería hacerme cargo de ella, y yo acepté. Cuando fui por primera vez a su casa, no pude evitar llorar al verla en el estado en que la vi. ¡Cuánto pedí a Jesús por ella! Estuve de acuerdo que la señora necesitaba grandes dosis de amor y de mimos. La pobre mujer estaba como una niña, apenas hablaba, no comía, no podía hacer nada. No podía mover nada de su cuerpo. Pero, poco a poco aquello fue cambiando, llegando a caminar con ayuda y a veces por sí misma. Hoy la señora canta, me cuenta infinidad de cosas, y hablamos mucho de Jesús. Ha llegado a hacer oración por mí cuando yo no me encontraba del todo bien. El médico, que decía que esa señora nunca se podría tener en pie, reconoció que eso es obra de Dios. El la está sanando a base de amor. Yo le bailo, le canto, la mimo mucho; y ella responde con gran amor. El amor que ha recibido a raudales le ha echo olvidar el desamor que la estaba matando. No dejo de alabar y dar gracias a Jesús por esa mujer que Él está curando. Yo misma he llegado a ver a Jesús en ella”.
Para lograr la curación de una persona por perdón, es necesario un movimiento hacia el corazón de Dios, para adentrase en el Océano insondable de su amor.
Amor potenciado: María Santísima es Madre de Misericordia, salud de los enfermos, consuelo de los afligidos. Está siempre junto a Jesús para interceder por nosotros y transmitirnos lo que recibe de El. Cuando una madre compasiva y afligida se dirige a María, y la oración de las dos llega hasta Jesús, no hay nada que Él les pueda negar. Una madre es incapaz de odiar a sus hijos. Está llena de amor y, por eso, llega hasta el corazón de sus hijos.
El perdón y los sentimientos: Es esencial comprender lo siguiente. Cuando alguien siente que es incapaz de perdonar es porque quiere hacerlo desde sus sentimientos, desde sí mismo. Con sus solas fuerzas nunca lo podrá. Sólo logrará enfermarse más de odio o indiferencia. Es con Cristo como debemos entrar en actitud de perdón. La única manera de perdonar es con el amor de Jesús, que se logra en la oración. El perdón no se sitúa al nivel de los sentimientos, depende de la voluntad. Por eso, con mis encuentros con Jesús puedo lograr tomar la decisión de perdonar y pedir a Jesús que venga a penetrar y a fortalecer con su presencia mi voluntad, las decisiones que yo tenga que tomar. Y es que el perdón es fruto de la gracia del Señor, de su amor en mí, no de mis sentimientos.
Un testimonio: “Recuerdo bien el tiempo en que mi noviazgo se rompió. Me decía que debía perdonar a mi novio. Me ponía de rodillas, exclamando que lo perdonaba por esto, por aquello. Pero yo no había descubierto aún la gracia del perdón. Fue entonces cuando ví mi propia actitud frente a mi novio. Vi el otro lado del problema.
En un retiro de sanación, alguien me preguntó porqué no me había casado. Contesté que me encontraba bien así. Más 15 personas me hicieron la misma pregunta. Comprendí, entonces, que yo me negaba a casarme a causa de la infidelidad que había visto en mi padre para con mi madre, a quien había hecho sufrir mucho. Por esa infidelidad, yo había sufrido desde mi niñez e inconscientemente había hecho el propósito de no casarme.
Perdoné a mi padre en el retiro. Pero cuando regresé a casa y lo ví, sentí ganas de cortarlo en pedacitos. Comprendí las palabras de Jesús de la necesidad de perdonar “no siete, sino setenta veces siete” (Mt 18,22). Me puse a orar y orar todos los días durante diez minutos pidiendo a Dios la gracia de perdonar todo lo que me había hecho padecer, hasta que recibí la gracia de perdonarlo. A medida que oraba el Señor me mostraba los buenos recuerdos que guardaba de él. Después de unos 8 meses recibí la gracia en mi corazón. Necesito, por tanto, orar todos los días hasta que se me otorgue dicha gracia.
Por eso día tras día le pido: “Señor Jesús, dame la gracia de perdonar a mi padre todas sus aventuras, todas sus infidelidades, todo lo que hemos sufrido por su causa”. A medida que yo oraba por perdón, mis sentimientos fueron cambiando frente a él. La oración modificaba mis sentimientos y emociones. Me fui tornando apacible y mi relación con él fue mejorando hasta que llegó a ser maravillosa. Fui constatando el trabajo hecho por el Señor no solo en mi propio corazón sino en el de mi padre.
Necesitamos hacer una oración fiel y perseverante para pedir la gracia del perdón. Pues no basta con perdonar una vez por todas. Solo una oración diaria hecha por días, meses e incluso años, nos podrá obtener la gracia del perdón.