PRISIONEROS EN NUESTRA PROPIA CARCEL: Imagínate que tienes que ir a trabajar con las manos atadas, los pies encadenados y cargando una pesada bola de hierro. Te darías cuenta de inmediato, lo difícil que sería trasladarte al lugar indicado y desempeñar eficientemente tus labores. No solo eso, sería enorme la energía mental y física que estarías perdiendo al cargar ese peso durante todo el día, y tratar de pensar sobre como ser libre de esa esclavitud.
Este ejemplo ilustra con toda claridad lo que realmente sucede en el ámbito espiritual. Es decir, cuando alguien nos perjudica o nos decepciona, tenemos la tendencia a enojarnos dando lugar a la amargura y resentimiento contra esa persona. Y cuanto más pensamos en aquel incidente, más razones encontramos para sentirnos indignados, causando un deterioro físico, mental y emocional, lo cual impide que podamos aprovechar al máximo nuestras capacidades. Cuando esto está sucediendo en nuestra vida, es porque nos hemos convertido en prisioneros en nuestra propia cárcel, debido a que no hemos podido perdonar a quien nos hizo daño, siendo así, también somos prisioneros de la otra persona, porque en lo único que estamos pensando es en la manera de desquitarnos de ella. Cuando en realidad los únicos que estamos siendo perjudicados, somos nosotros mismos. La amargura, rencor y enojo, son un agobiante peso que tenemos que cargar, y eso nos esta consumiendo por dentro. ¿Cuáles son las consecuencias que sufrimos cuando estamos prisioneros en nuestra propia cárcel? Veamos:
Produce una esclavitud emocional: La persona que nos perjudicó, comienza a dominar nuestros pensamientos, actitudes, conversaciones y planes futuros. De tal manera que levantamos una pared invisible cada vez mas alta contra los demás, debido al temor de volver a ser heridos. Llegamos al grado que nos quedamos completamente solos y aislados, sintiéndonos rechazados y que a nadie le importamos.
Destruye las relaciones afectivas: Si persistimos en guardar rencor contra alguien que nos ha traicionado, entones será muy difícil seguir manteniendo una relación muy estrecha con esa persona. Se pierde la confianza, amor y respeto, de tal forma que terminan siendo relaciones truncadas. A la vez, mostramos una actitud a la defensiva, haciendo que los demás se alejen de nosotros.
Perjudica nuestra salud: Nuestros cuerpos fueron creados de tal manera que no podemos albergar por mucho tiempo el enojo, amargura y rencor, sin que nos afecte física y emocionalmente. Así que comenzaremos a sentir diversos trastornos y padecimientos, lesionando severamente nuestra salud.
Afecta nuestra relación con Dios: Ya no tenemos el mismo interés en participar en la iglesia, ni la disposición para meditar continuamente en la Palabra de Dios. No podemos orar con efectividad, perdemos el gozo y la paz, ya que la ira, resentimiento y amargura, son un obstáculo espiritual que obstruyen nuestra comunión con Dios y detienen todas las bendiciones que desea darnos. La Biblia nos amonesta en Efesios 4, 31-32 de la siguiente manera: “Quítense de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sean benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, como Dios también los perdonó a ustedes en Cristo”. La orden de Dios es precisa: Despójense de toda AMARGURA, que es un resentimiento muy arraigado, ENOJO, que es cólera, irritación y furia, IRA, que es una alteración violenta y agresiva, MALEDICENCIA, que consiste en la acción de maldecir, y toda MALICIA, es la inclinación para actuar con maldad.
Estas actitudes nos mantendrán permanentemente prisioneros, en nuestra propia cárcel, e impedirán que lleguemos a ser las personas íntegras que Dios quiere que seamos, y cumplir el propósito que ha designado para nuestras vidas. Si no estamos dispuestos a examinarnos a nosotros mismos, sino que siempre estamos echando la culpa a los demás por nuestros problemas, entonces nos estaremos engañando y seguiremos siendo prisioneros de nuestra propia cárcel. En cambio, si nos auto analizamos, entonces descubriremos las verdaderas causas que nos mantiene atados. Mientras haya rencor y amargura en nuestro corazón, no experimentaremos un avivamiento espiritual, porque el amor de Dios no puede manifestarse en una vida dominada por el rencor. Tenemos que aprender a ser “benignos, misericordiosos y perdonadores unos con otros”, siendo esta la única llave que podrá abrir la celda de nuestra prisión emocional y ser verdaderamente libres.
Una triste experiencia: Esta es la historia de una mujer joven de quien su tío había abusado sexualmente. Aunque era, sin duda, la víctima inocente de un depravado, su desdicha parecía ser, por lo menos en parte, auto-perpetuada. No quería ni podía juntar la fortaleza interior necesaria para perdonar. Se había encerrado en sí misma, en su propia desgracia y no quería salir de allí a través del perdón. Amordazada durante años por el temor de exponerse, y por el alcoholismo que su atormentador mantenía con regalos diarios de vodka, esta pobre mujer estaba desesperada. Se le había brindado terapia psiquiátrica intensiva y no le faltaban comodidades materiales. Tenía buen empleo y un círculo de amigos que la apoyaban; no se habían escatimado esfuerzos para ayudarle a restablecerse. A pesar de todo, sus emociones oscilaban desde la risa nerviosa hasta el llanto inconsolable. Se llenaba de comida un día, y al otro día ayunaba y se purgaba. Y bebía botella tras botella. Esta pobre alma era una de las personas más difíciles para ayudar pues solo ella podía iniciar el proceso de su sanación. Pero todo consejo parecía inútil. Enfurecida y confundida, se sumió cada vez más profundamente en la desesperación hasta que, finalmente, tuvo que ser hospitalizada porque había tratado de estrangularse.
Las heridas que causa el abuso sexual llevan años en sanar; en muchos casos dejan cicatrices permanentes. Sin embargo, no es inevitable que termine en una vida atormentada o en el suicidio. Por cada caso como el que acabamos de describir, hay otros cuyas víctimas encontraron la libertad y una nueva vida, una vez que pudieron perdonar. Esto no significa resignarse u olvidar lo ocurrido; tampoco depende de poder encontrarse cara a cara con el abusador, cosa que hasta podría ser contraproducente. Pero sí significa que se debe tomar una decisión consciente de dejar de odiar, porque el odio jamás nos ayuda. Como un cáncer, el odio se extiende a través del alma hasta destruirla por completo.
Otra experiencia: “A lo largo de los años, he tendido relaciones estables con personas que me han engañado, mentido y abandonado inesperadamente. También he tenido traumas personales que han puesto a prueba de una forma especial mi disposición a perdonar. Una a los 20 años, cuando estaba en la universidad. El violador, que me superaba don mucho en tamaño y fuerza, me agresión con actitud hostil y amenazante. Esa violación fue una agresión extrema a mi libertad personal, un ataque a mi cuerpo y mis emociones. Al principio tuve un abrumador sentimiento de ira y miedo, pero con el paso del tiempo llegué a perdonar. Y estro no significa justificar comportamientos inaceptables o abusivos. No existe en el mundo manera alguna de que yo pueda justificar lo que me ocurrió. Y porque opté por perdonar, la experiencia vivida no ha endurecido mi corazón, no me ha encerrado en mí misma. Al perdonar me liberé de la carga de continuar siendo víctima para siempre, y puedo disfrutar de mi vida actual plenamente y con libertad. A veces me ha resultado fácil perdonar; otras, el perdón ha sido una decisión muy valiente. Pero en ambos casos, siempre me proporcionó más paz en el corazón, siempre me dejó más feliz, y libre para continuar creando relaciones sanas con otras personas y conmigo misma” (Robin Casarjian).