PRISIONEROS EN NUESTRA PROPIA CARCEL: Imagínate que tienes que ir a trabajar con las manos atadas, los pies encadenados y cargando una pesada bola de hierro. Te darías cuenta de inmediato, lo difícil que sería trasladarte al lugar indicado y desempeñar eficientemente tus labores. No solo eso, sería enorme la energía mental y física que estarías perdiendo al cargar ese peso durante todo el día, y tratar de pensar sobre como ser libre de esa esclavitud.
Este ejemplo ilustra con toda claridad lo que realmente sucede en el ámbito espiritual. Es decir, cuando alguien nos perjudica o nos decepciona, tenemos la tendencia a enojarnos dando lugar a la amargura y resentimiento contra esa persona. Y cuanto más pensamos en aquel incidente, más razones encontramos para sentirnos indignados, causando un deterioro físico, mental y emocional, lo cual impide que podamos aprovechar al máximo nuestras capacidades. Cuando esto está sucediendo en nuestra vida, es porque nos hemos convertido en prisioneros en nuestra propia cárcel, debido a que no hemos podido perdonar a quien nos hizo daño, siendo así, también somos prisioneros de la otra persona, porque en lo único que estamos pensando es en la manera de desquitarnos de ella. Cuando en realidad los únicos que estamos siendo perjudicados, somos nosotros mismos. La amargura, rencor y enojo, son un agobiante peso que tenemos que cargar, y eso nos esta consumiendo por dentro. ¿Cuáles son las consecuencias que sufrimos cuando estamos prisioneros en nuestra propia cárcel? Veamos: