132.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
132.2. La obra de la conversión sucede en el tiempo pero más allá del tiempo. Has oído hablar de conversiones “instantáneas” y también de “procesos de conversión.” En realidad las dos cosas son ciertas, porque cada conversión se asemeja a la obra de la creación. Dime, ¿sucedió la creación “de un momento para otro”? En cierto modo sí, porque lo que empezó a existir tuvo un comienzo, y es claro que es posible definir un “antes” y un “después” de ese comienzo. El cambio sucedido, incapaz de ser apresado en palabras humanas, es inconmensurable con el tiempo, pues entre no existir y existir no hay término medio.
132.3. Mas ¿puede afirmarse también que la creación es un proceso? Sí, en otro sentido, porque no llamamos “creado por Dios” sólo a aquello que existió en primer lugar, ya que, como te dije en otra ocasión, todas las cosas son creadas y tienen en Dios la primera y más directa causa de s ser y existir. Si esto es así, resulta obvio que las cosas que van llegando a ser constituyen una secuencia o serie que se desenvuelve en el tiempo, y desde este enfoque la creación misma es un proceso.
132.4. Las cosas, pues, están como al borde de un abismo y el no ser está tan próximo a cada una como si las demás no existieran. Pero al mismo tiempo, el ser acontece en cada una no de modo independiente de las demás, sino a través de una serie ingente de vínculos que con razón pueden llamarse “causas,” aunque tengan un tipo de causalidad radicalmente diferente del de Dios, Causa Primera y Directa de todo cuanto existe.
132.5. Algo así es lo que acontece con la conversión: en cuanto tiene en Dios su Causa propia y primera, es algo que trasciende el esquema del tiempo, y que puede llamarse “instantáneo; en cuanto está unido causalmente a seres creados, y específicamente vinculado a la predicación y el testimonio de la Iglesia, constituye un proceso.
132.6. La Iglesia misma, como podrás imaginarlo, tiene entonces ese mismo carácter, eterno y temporal. Cuando obra en Ella el Espíritu está más allá de toda temporalidad, en el sentido de que su acción supera estrictamente hablando a la suma de las causas parciales y secundarias que también obran, cada una a su modo y dentro de su ámbito. Pero, por lo mismo, el Espíritu no obra en contra de las circunstancias ni tampoco sometido a las circunstancias, sino, por decirlo de alguna manera, “escribiendo” en el alfabeto de las circunstancias y los protagonistas la palabra y el querer de Dios.
132.7. Por esto la Iglesia es al mismo tiempo una niña encantadora, una doncella, fresca y lozana, que presenta a Dios el encanto de su sonrisa joven, y también una venerable matrona que conoce por propia experiencia los vericuetos y escondrijos de los poderes mundanos, de las travesuras y ponzoñas del corazón de los hombres, y la fuerza y flaqueza de las instituciones humanas.
132.8. Donde mejor esto se aprecia es en la celebración de la Eucaristía. La predicación, si ha sido debidamente madurada en el crisol del predicador, acoge riquezas y tesoros de muchos siglos, y expresa bien la madurez de Maestra que tiene la Iglesia. Mas al llegar el momento de la Consagración y de la Comunión, la que parecía Maestra es ahora Alumna: Discípula Enamorada de su Maestro, Niña grácil, fascinada por la ternura del Amor que le ha dado vida y cautivado.
132.9. ¡Oh, qué bella es la Iglesia! Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.