LA MEMORIA Y LOS RECUERDOS: El tema de la sanación interior es muy largo y uno no se sana de una sola vez. Mucha gente piensa que está en paz, pero en su memoria hay guardadas una cantidad de heridas que necesitan ser sanadas mediante el perdón. Este tiene que llagar hasta las últimas fibras de nuestro ser, especialmente hasta la memoria y los recuerdos. Les invito, por tanto a iniciar una reflexión sobre este tema.
Cada persona es un mundo y su interior es tan complejo, que resulta difícil de esclarecer. Ha recibido, desde su concepción e infancia, gran cantidad de sensaciones tanto positivas como negativas. Todos llevamos en nuestro interior un mundo de experiencias, que a través de la vida hemos recibido, lo cual nos hace reaccionar de manera muy distinta. Para conseguir la mayor paz y felicidad en nuestro interior, necesitamos entrar dentro de nosotros mismos, para descubrir aquello que nos está haciendo daño. Es necesario, por lo mismo, buscar a Cristo, dejarnos amar y cubrir nuestra vida con su perdón. Es la única manera para poder perdonar, aunque, de pronto, sea un camino largo, pues las heridas afectivas son hondas y se infectan con facilidad. Por eso, necesitamos tener una vida de oración personal, prolongada, estar con Jesús: media hora, un ahora, según el crecimientote espiritual de cada uno. Ser sanados, poder perdonar no se recibe como por encanto. Sólo el Señor nos sana. En la presente reflexión veremos el poder del perdón en la sanación de la memoria, que es el almacén de los RECUERDOS. Los recuerdos son la base para una vida emocional estable. El recuerdo es como la fotografía de un acontecimiento, feliz o desdichado, registrado en mi memoria.
El acontecimiento feliz queda registrado sin problemas y se convierte en parte integrante de mi vida. El Señor aprovecha los buenos acontecimientos de la vida para sanar en nosotros lo que ha sido herido. El acontecimiento desdichado plantea problemas, porque, cuando fue registrado en mi memoria, hirió mi afectividad. El recuerdo de esta herida, que siempre es signo de una falta de amor o de una frustración, se convierte en un veneno que se infiltra en nuestro ser enfermándolo.
Los recuerdos y el olvido: Muchas heridas de la vida son tan amargas que la conciencia no soporta retenerlas y las envía al subconsciente. Y aunque aparentemente se olvidan, quedan guardadas en la memoria. Alguna vez, como de paso, resurgen al ver a alguien, pero no queremos complicarnos e inmediatamente ignoramos y olvidamos ese recuerdo. Estos son recursos para mantener la paz interior. Ese olvido no hace que las heridas se desatiendan y se hagan inofensivas. Son falsos olvidos que se transforman en una gran espina que nos convierte en susceptibles, temerosos, competitivos, celosos, envidiosos, y ansiosos.
Las malas experiencias a las que nos hemos enfrentado y no han sido sanadas a tiempo, quedan guardas en la conciencia y lastiman por lo bajo, produciendo sensaciones desagradables y difusas. Por lo mismo, puedo llegar a herir a otro como yo fui herido. Hay pequeñeces que ahora parecen infantiles, pero que cuando las recordemos más adelante nos producirán dolor. En consecuencia, si esto no lo voy sacando, irá acumulando desperdicios dañinos dentro del corazón.
Consecuencias de los recuerdos no sanados: Los recuerdos no sanados nos pueden acarrear situaciones desagradables y difíciles. En otras palabras: cuando vemos caracteres raros, reacciones extrañas, estados de ánimo tristes, abatidos, cabizbajos, etc. podemos sospechar que algún recuerdo no querido hay en el subconsciente de esa persona. Cada sentimiento, desde la concepción da por resultado recuerdos que quedan grabados en el subconsciente; estamos afectados emocional y físicamente por los recuerdos que recibimos desde los sentidos; asociamos experiencias presentes con las pasadas; los recuerdos dolorosos negativos, tienden a hacernos negativos e infelices. Así, un padre bebedor, y su falta de amor con sus hijos, o la falta de amor en la relación entre sus padres, traerá a los niños fuertes recuerdos negativos, resentimiento hacia el padre bebedor; otras experiencias traumáticas cuyo resultado es el resentimiento y la culpabilidad.
Un hecho: Una joven universitaria llevaba dos años con sus estudios interrumpidos. Cuando su mamá, cargada de hijos, sólo tenía un deseo: “ojalá esta criatura no llegue a nacer con vida”. Nació la criatura, una niña muy inteligente, pero introvertida. Sus primeros años pasaron sin complicaciones. A los 18 años se encontró lejos de su familia, en una residencia de estudiantes. A las pocas semanas murió su padre, y también envenenado accidentalmente un sobrino a quien ella quería muchísimo. Esto le provocó una profunda depresión con tendencia al suicidio. La joven perdió el sueño y el apetito, aunque no la fe ni la esperanza. A los dos años, y a pesar del tratamiento médico, se encontraba en un estado de gran debilidad física y emocional. En la primera entrevista se le preguntó: ¿Qué juegos te gustaban en tu niñez? Esta fue su respuesta: “No me gustaba jugar con otras niñas. Prefería sentarme sola y pensar, o soñar despierta que me había muerto y me estaban haciendo el funeral con cantos, velas y flores”. Los deseos y sentimientos de la madre se habían grabado en su hija ya antes de nacer. De ahí surgían sus “sueños” o juegos de niña, y sus tendencias de autodestrucción más tarde.
Conocida su historia, se le explicó cómo Jesús resucitado puede penetrar hasta nuestro subconsciente, borrar imágenes nocivas y sentimientos negativos, sanar heridas y llenar vacíos, y de ese modo cambiar el rumbo de nuestra vida. Se le ayudó a comprender y perdonar a su mamá –lo hizo con dificultad-; a perdonar también a los que habían envenenado a su sobrinito –lo encontraba imposible, pero con la ayuda de la gracia lo hizo-. Luego se le invitó a revivir su pasado en compañía de Jesús, pidiéndole borrase aquellas imágenes nocivas y sentimientos de rechazo a la vida, captados antes de nacer. Se le pidió al Señor y a la Virgen María que la arropasen en su amor ya desde el seno materno, y en los momentos más críticos de su vida. Se le pidió al ES que descendiese sobre ella y le infundiese un deseo grande de vivir para Jesús y, desde Jesús, para los demás. La joven comenzó a mejorar visiblemente, sobre todo después que hizo una confesión general y de haber orado por segunda vez por sanación. No mucho más tarde reanudó sus estudios con nueva ilusión, y con un gran deseo de consagrar su vida al servicio de los que sufren y no tienen en quién apoyarse.
Jesús sanador: Con el progreso de la medicina, el hombre goza cada vez de mayor control sobre las enfermedades. Pero, también, sumergido en un mundo de tensiones, falto de higiene mental, de defensas espirituales, se encuentra cada vez más agobiado por conflictos internos y enfermedades psicosomáticas. Además, los conflictos crecen en proporción directa con la indiferencia religiosa, pues el hombre no puede construir su vida a espaldas del Señor, su Creador, Redentor y Santificador.
Jesús viene al encuentro del hombre contemporáneo allí donde más herido y enfermo está: en su espíritu, en su mente, en su corazón, su afectividad y sus relaciones con los demás. Sus sentimientos negativos, dudas, rencores, ansiedad, tristeza, soledad, pueden crecer hasta convertirse en una carga intolerable, capaz de provocar el derrumbamiento interior. Jesús sale a su encuentro invitando: “vengan a mí los que está cansados y agobiados y yo los aliviaré. Tomen mi yugo y aprendan de mí a ser mansos y humildes de corazón y alcanzarán descanso para sus almas” (Mt 11,28-30).
Cuando deseemos entrar en nuestra memoria, -nos podemos encontrar con recuerdos muy dolorosos-, nunca debemos hacerlo solos sino acompañados siempre de Cristo Jesús. Se trata de revivir hechos dolorosos ante la mirada de Cristo, y luego entregarlos, confiando en la obra sanadora del Señor. No debemos permitir que quede ninguna parte de nuestra vida, fuera de la mirada y de la luz del Señor. Puede tratarse de cosas que nos den vergüenza, o que nos hagan sentir culpables, pero para alcanzar la paz, es necesario no esconderlas más. La mirada de Jesús no hace daño; no nos hace sufrir. Solo busca mi felicidad, mi liberación. Justamente un signo de que hemos sanado la herida, es que podemos presentar serenamente aquel hecho ante la mirada del Señor. Él conoce el hecho, no se lo podemos ocultar. Pero es necesario presentárselo, y permitirle que entre allí, para poder sanarme. Es muy útil imaginarse ese momento del hecho doloroso, sólo y sufriendo; pero pedir en aquel momento a Jesús que me abrace, consuele y unja mi herida con el óleo de su ES.
La oración cristiana: Entregamos nuestras vidas a Dios, y no siempre gozamos de una profunda y verdadera paz interior. La santidad a que Cristo nos ha llamado es una armonía entre cuerpo, mente y espíritu: una integración de los tres elementos. Sabemos de la influencia que tiene en el hombre los recuerdos sensoriales. Si los recuerdos son positivos y agradables, tendremos una persona positiva y feliz. Si los recuerdos son negativos y dolorosos, la persona será negativa e infeliz. El 90% de nuestra mente es subconsciente, y en ella están almacenadas todas las experiencias de nuestra vida, que influyen en ella.
El dolor que producen los recuerdos puede sanar para siempre. Un resultado valioso de la identificación de los recuerdos es la posibilidad de orar específicamente por recuerdos bien identificados. Orar por todos los recuerdos en general, no es tan efectivo. En esta oración de sanación del hombre interior, pedimos al Señor que sane estos recuerdos negativos profundos para que la persona sea libre de esas ataduras. Si un hombre tuvo padres perfeccionistas, conservará la tendencia al perfeccionismo en todo lo que haga. Aunque las cosas estén bien hechas, él siempre tenderá a perfeccionarlas más, y esto le causará tensiones, dejándole un profundo sentimiento de imperfección. Por medio de la oración, el Señor le sanará de esta conducta compulsiva hacia el perfeccionismo exagerado. De la misma manera sucederá con los otros recuerdos dolorosos de la niñez como son los padres “severos”, “poco amorosos”, “posesivos”, “tolerantes”, “hipocondríacos”, etc.