131.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
131.2. Toda la economía depende finalmente del campo; y todo en el campo depende finalmente de la tierra, de la lluvia y del sol: el agua, la luz y el suelo son el primer y más fundamental lenguaje de la cultura humana. Como una especie de milagro repetido, el aire y la luz, el agua y la tierra se vuelven hojas, flores, frutos; y también mariposas, ovejas, reses; y luego: músculos, carne y sangre; y finalmente: pensamientos, amores, anhelos, poesías y cantos.
131.3. De este modo, el agua que corría por entre las peñas hace arroyos insólitos por las cavidades de tu cuerpo; el aire que silbaba impetuoso por entre los riscos y sobre los valles, se hace música de tu voz y aliento de tus sueños; la tierra muda y ruda, arisca y solemne, hoy es firmeza de tus huesos y soporte de tu trabajo y de tus pasos.
131.4. Todo lo que campeaba por aquellas llanuras, vegas y llanos se ha hecho sentimiento, oda, epopeya, drama, de pronto ironía y gracejo; tal vez soneto, elegía o himno. En tu pecho se apresura el trotar afanoso de los caballos indómitos y se vuelve palpitación incesante y ritmo sereno. En tus pupilas se vierte la luz de los cielos y estalla en sinfonías de colores asombrosos con que pintas el mañana y acaricias el ayer. Tu oído guarda memoria de tantas auroras grandiosas y humildes, en las que Dios preparó orquestas de petirrojos y gorriones. Y un día las melodías del universo se te vuelven pentagrama, arpegio y acorde.
131.5. ¡Con cuánto amor te mira Dios! En tus lágrimas de angustia o de alborozo, es como si el universo se le derritiera entre las manos. En tus gemidos de dolor, o en tus canciones de esperanza, es como si pronunciaras aquellas palabras que Él ha querido recibir. Sí: el hombre es el culmen misterioso de la creación visible. Y lo más sorprendente de su ser es que todo sucede como si Dios pudiera realmente recibir algo que no fuera suyo. Como si su infinito hubiera abierto un cuenco o un regazo para recibir el infinito creado que es el hombre.
131.6. ¿Cómo puede ser Dios dueño de todo y sin embargo abrir ese espacio de libertad en el que su creatura semejante se atreve a buscarle o a desecharle? Dime, ¿en dónde se da mayor humildad: en el que osa levantarse hasta el infinito de su Creador o en el que se abisma ante su propia nada y su radical dependencia? ¿Y es que alguien puede explicar qué es eso que hay en las creaturas racionales, eso que puede volverse negativa, rebeldía, autodestrucción o absurdo?
131.7. ¿Cómo pudo Dios —es cosa que espanta— dejar su sello propio en una creatura que puede acogerle o rechazarle? ¿No es demasiado riesgo, muy poca ganancia y descomunal peligro? Si es propio de enamorados arriesgar y padecer por sus amadas, bien puedes notar que nada falta a la declaración del amor divino, pues al crearos se arriesgó, por así decirlo, y al redimiros padeció, con toda la fuerza y todo la intensidad de un Dios inagotable y Santo.
131.8. Eso, precisamente eso, es lo que hace más admirable la Cruz, y lo que la levanta por encima de toda revelación divina: la Cruz, digámoslo así, “agotó” el océano de Dios. ¿No era ya excesivo que hubiera querido crearnos a los Ángeles y los hombres? Pues no pareció suficiente a su ingente piedad e incalculable benevolencia. Quiso derramarse o vaciarse de sí, de modo que allí donde estaba su imagen, quedara Él mismo, y donde Él estaba, un vacío de absoluta donación declarara la palabra fundamental del amor: darse.
131.9. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.