EL PERDÓN SANA Y LIBERA: Reflexionemos sobre la acción poderosa del perdón en nuestra vida. Si el amor moviliza el poder de Dios sobre nosotros, el perdón, la otra cara del amor, destapa, desbloquea la entrada para que una corriente sanadora entre en toda la persona y el bienestar fluya por toda la vida. Por eso a un verdadero perdón sigue siempre la sanación. Dios nos quiere felices y sabe que cuando estamos en pecado, cuando necesitamos su perdón, cuando no perdonamos, nos sentimos tristes, traumatizados, incapaces de amar. Necesitamos, por tanto recibir el perdón y perdonarnos a nosotros mismos y a nuestro prójimo. Y al perdonar, disculpamos completamente, no volvemos a recordar la ofensa.
Una señora llevaba varios años sufriendo de jaqueca e insomnio. Se acercó a pedir que oraran por ella. Después de orar por unos minutos su dolor de cabeza se agravó. Uno de los que oraban por ella le dijo: “El Señor te llama a perdonar a una persona que te hirió hace mucho tiempo, a la que nunca has perdonado”. Ella preguntó sorprendida: ¿Cómo lo sabe, si a nadie le he dicho esto? Y el que oraba insistió: para sanarte es preciso que perdones a esa persona, y la perdones incondicionalmente”. “Es tan difícil, pero lo intentaré con la ayuda de Dios, dijo la aludida”. Y así lo hizo. Continuaron la oración de intercesión, y a los pocos minutos la señora sorprendió a todos echándose a reír. Luego explicó entre lágrimas:”me sentía oprimida por un peso enorme, que no me dejaba dormir en paz. Y de pronto siento que ha desaparecido. Y sé que no volverá, pues el Señor se lo ha llevado”. Desde entonces esa señora pudo perdonar, se liberó de su peso y se convirtió en un apóstol del perdón con su testimonio. Su receta, desde entonces, para muchos males y tensiones es “perdón incondicional”. Si esta receta es costosa, mucho más es la enfermedad. Jesús Salvador vino a salvarnos, a perdonarnos. Perdonar es otra forma de decir que Jesús vino a llenarnos de su amor, porque perdonar es amar. Se perdona porque se ama, y cuando no se quiere perdonar es porque la persona se niega a amar. Dar el perdón es hundirnos en el mar insondable del amor, de la sanación de todo nuestro ser. El perdón moviliza el poder sanador del Señor y desbloquea la entrada por donde pasa la corriente sanadora del amor.
Enfoque positivo: Se ha dicho que “las guerras se gestan en la mente humana”. Acabar con las guerras, no es cuestión de acabar con las armas, de entregarlas. Es preciso poner fin a los planes agresivos de la mente humana, al odio, la venganza, la codicia, el orgullo y el egoísmo represados en el corazón humano. Para crear la paz necesitamos comenzar a construirla en nuestra mente y en nuestro corazón. Ya lo dijo el Señor: “mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo” (Jn 14,27). El mundo nos ofrece una paz armada, con secuelas de miedo, ansiedad, incertidumbre constante. Jesús nos ofrece una paz, fruto del amor, el perdón, la justicia, fuente de optimismo, de seguridad y de esperanza. Pero para recibir y compartir esa paz es preciso liberar nuestra mente de actitudes negativas y nuestro corazón de todo sentimiento negativo.
Como las grandes guerras, también los conflictos entre las personas se gestan en la mente: cuando buscamos nuestro propio interés, olvidando el de los demás; cuando imponemos nuestras propias ideas, violentando a los demás; cuando nos creemos mejores que el otro; cuando no reconocemos nuestros propios fallos y exageramos los del prójimo. Por eso san Pablo nos exhorta: “No hagan nada por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada uno a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada uno no su propio interés sino el de los demás. Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Filp 2,3-5).
Tomar la decisión: Perdonar es un acto de la voluntad y no un sentimiento; es una decisión libre y personal. Hay que distinguir entre voluntad y emociones. Si siento que no puedo perdonar, porque mi corazón está herido, necesito pedir al Señor la gracia de tomar la decisión, de querer perdonar. Se puede tomar la decisión, aunque se siga sintiendo el dolor. El acto de la voluntad domina las emociones y cuando se otorgue el perdón las emociones se van ajustando poco a poco al perdón, a aceptar a la persona a quien se ha perdonado. Querer perdonar es ya perdonar. Es importante, por tanto, querer, orar para que quiera perdonar, aunque hayan fuertes emociones por la herida recibida y el dolor que haya recibido y que todavía se siente. Insistiendo en la oración con perseverancia se logra perdonar de corazón. El Señor nos pide que hagamos el acto premeditado de la voluntad. Y, si no lo podemos, pidamos su ayuda.
Cómo orar por perdón: para aprender a perdonar necesitamos comprender el funcionamiento de nuestro corazón emocional y así saber cómo lograr su curación. En nuestras relaciones con los demás tenemos encuentros satisfactorios o desagradables. Esos encuentros quedan grabados en nuestro interior, archivados allí como recuerdos agradables o desagradables. Las emociones son almacenadas en la memoria, a manera de las fichas en un fichero o en un computador, y basta un pequeño estímulo para que, en cuestión de segundos, aparezca en mí esa información y me haga reaccionar positiva o negativamente, esté o no presente físicamente la persona cuyo recuero me hace reaccionar.
Mi centro emocional origina en mí las relaciones correspondientes a la imagen que guardo. Los recuerdos agradables que conservo de una persona forman en mí la imagen buena de ella –ficha blanca-. Por eso, mi relación con esa persona será feliz, dichosa: la amo, quiero estar con ella, la recuerdo gratamente y me será fácil y placentero vivir con ella. Aunque la persona tenga defectos notorios, si la amo, me será siempre atractiva. Los recuerdos dolorosos o desagradables que guardo de una persona, suscitan en mí indiferencia, fastidio, rencor, odio, y otros sentimientos negativos; esos recuerdos forman en mí la imagen desagradable de esa persona –ficha negra-. Insistiré en rechazarla y, por lo mismo, no podré amarla, perdonarla, ni relacionarme espontáneamente y con facilidad con ella. Recuerda siempre: según la imagen que tengas en tu interior, en tu corazón, así serán tus relaciones con esas personas. Buena imagen produce buenas relaciones, imagen dolorosa o desagradable produce relaciones difíciles, rotas. Lo que forma o deforma las imágenes son los recuerdos buenos o desagradables que tú tengas de las personas. Vale la pena que hagas este test: trata de acordarte de tu papá, tu mamá, hermanos, tíos/as, amigos, etc.; los momentos que viviste con ellos, desde niño… ¿cuál es la imagen que tienes de ellos? ¿tus relaciones con ellos son positivas? Si son desagradables, necesitas orar y perdonar. Basta ver, oír, recordar, oír hablar de una persona, para que tu corazón reaccione de inmediato positiva o negativamente, sin lograr controlarte, aunque lo quieras. Dentro de ti está la facilidad o la dificultad de amar a alguien. El impedimento está dentro de ti, en tu propio corazón (cf. Mc 7,14-23) y es allí a donde debes acudir para tu sanación.
Allí, como en un computador, hemos guardado: fichas blancas: recuerdos gratos y buenos, que nos hacen amar a determinada persona, o fichas negras: recuerdos desagradables que nos hacen no amarla, no querer estar en su presencia, no querer tener ninguna relación con ella. Para cada persona tenemos un fichero con fichas blancas y negras. Si abundan las blancas la amaremos y tendremos buenas relaciones con ella, si abundan las negras nuestra relación con esa persona será difícil, cuando no imposible, y en ves de amarla, sentiremos fastidio, disgusto, rabia y hasta odio. En este caso es necesario reconstruir la imagen deformada de esa persona para poder amarla. Esta es la obra que hay que hacer por medio de la oración, que nos lleve hasta el perdón. Es necesario, por tanto, un trabajo personal, unido al poder de Jesús. Solo así se van quemando, se van destruyendo todas las fichas negras que tenemos sobre una persona para poder amarla más y mejor. Y estas fichas se van remplazando por blancas para formar la imagen agradable de esa persona y poder amarla. Ese trabajo de reconstrucción se hace con la oración, por la cual el Señor cambia nuestro corazón duro con los hermanos por un corazón de carne, amoroso, fraterno: “pondré en ustedes un corazón nuevo.. quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 36,26-27). Para amar al otro necesitas, por tanto, curar tu corazón, intervención de “cuidados intensivos” que se realiza en la sala operatoria de la oración; necesitas que el Señor haga en ti un trasplante de corazón. Sólo así podrás reconstruir en tí esa imagen deformada que conservas, hasta convertirla en agradable y bella. Solo, entonces, podrás aceptarla y amarla. El inicio de esta reconstrucción se logra con la oración, con el perdón de las ofensas. Por lo tanto, en esta reconstrucción de la imagen deformada es fundamental la oración. Me ayuda igualmente realizar el siguiente ejercicio: busco una virtud o un valor en dicha persona y alabo por ello y doy gracias al Señor durante unos 8 días, 1 mes; tomo otra y hago lo mismo, así voy perdonando y formando en mí una nueva imagen agradable, de dicha persona.
Perdono si Dios está vivo en mí: El ambiente vital de Dios amor es el perdón. Por eso, si Él está vivo en mí, soy capaz de perdonar. Pues, “no hay cosa que haga el hombre más semejante a Dios que perdonar” (Cicerón). Por gusto nadie perdona, pero por Dios somos capaces de perdonar a quien sea. Lo importante es que Dios esté vivo en mí. El me hace extender las manos y ofrecer incondicionalmente el perdón. Si encuentro dificultades para perdonar, la oración irá ablandando mi corazón y facilitando el poder perdonar (experiencia mía de orar y orar para ser capaz de perdonar). Yo creo que Jesús, que es amor, tuvo que orar mucho por los fariseos, pues ellos se convirtieron en el obstáculo más grande en su ministerio. El necesitaba tener comunicación con ellos, aunque ellos estuviesen tan cerrados a Él. De la misma manera, nosotros necesitamos orar por quienes nos ofenden o no quieren saber nada de nosotros. Es necesario orar por aquellas personas a quienes deseamos perdonar. Dios se hace vivo en nosotros con la oración permanente y con su poder, recibido en la oración, logramos perdonar.
El perdón es sanador: Cuando somos perdonados u otorgamos el perdón entramos en una dinámica liberadora, sanadora: la herida queda cicatrizada, sanada. Hoy perdonar se ha convertido en una terapia necesaria y urgente. Nuestra sociedad camina desequilibrada, llena de violencia, porque no sabe perdonar, o no es capaz de perdonar. No tiene paz porque no sabe perdonar. Los odios encadenan al pasado, y así no somos libres para vivir el presente (el religioso que llevaba veintitantos años amargado con otro compañero; logró perdonarlo, se liberó y hasta se puso más elegante). Las personas que odian mantienen el corazón encadenado a la violencia. En cambio, cuando perdonan, se rompen las cadenas, se liberan y quedan como hundidos en los brazos amorosos del Padre, como el “hijo pródigo” cuando se decidió a regresar a su casa.