El perdón como estilo de vida: Adoptar el perdón como un estilo de vida es un tema sumamente importante y benéfico, pues mantenemos equilibrada nuestra vida. A todos nos cuesta perdonar, tenemos dificultades para perdonar a alguien, rechazamos la idea de pedir perdón, nos incomodamos cuando nos lo ofrecen y somos duros para perdonarnos a nosotros mismos. Pero, para el cristiano el perdón no es algo sentimental ni condicional. Es una decisión que debemos de adoptar como mandato de Dios. No hay opción para elegir entre seguir resentidos o perdonar, entre odiar o amar, o entre la aceptación o la indiferencia. Estamos obligados a vivir el perdón y ojalá adoptarlo como nuestra manera de vivir. Si la ausencia de amor ha desorganizado a la humanidad, y la falta de perdón hace que la vida sea amarga, dolorosa, infeliz, el perdón nos coloca en una atmósfera de equilibrio, armonía y felicidad. De ahí la importancia de hacer de nuestra vida cristiana una vida permanente de perdón.
Y es que la incapacidad de perdonar envenena nuestro corazón y ese veneno se expresa en gestos permanentes, amargos y dolorosos en el rostro. Además, la falta de perdón hace que durante mucho tiempo vivamos sumergidos en el odio. Revivir permanentemente las ofensas o daños que nos han inferido, refuerza y potencia nuestra energía negativa, nuestra energía positiva se desarmoniza y nos provocamos la más variada cantidad de enfermedades a plano físico, psicológico y espiritual. Además de frenar nuestra evolución, podemos padecer graves problemas económicos.
La raíz del perdón: Perdonar implica convivir con los demás y aceptarlos como son, con sus defectos y virtudes. Sin tolerar el pecado, sí perdonar al esposo(a) que gruñe todo el día, al hijo por ser poco activo, al amigo por fallarnos, al hermano por ofendernos, al trabajador por engañarnos, al jefe por maltratarnos., etc.
La raíz del perdón está en Dios, nuestro Padre, que nos ama y que por su amor nos concede el perdón, cuando arrepentidos clamamos a él. Aparte de nuestra obediencia, el no espera nada a cambio; aunque el hombre le haya traicionado, olvidado, y renegado de Él, o haya cometido el peor pecado. Él siempre está dispuesto a concedernos su perdón, y a nos manda que perdonemos hasta setenta veces siete (Mateo 18, 21-22), es decir siempre.
Perdonar es un modo de vivir. Es estar listos para olvidar. Es practicar pequeños o grandes actos de sacrificio para poder enfrentar mayores ofensas más adelante, la práctica del perdón nos capacita para el futuro. Es una resolución de ser misericordioso a pesar de que la ofensa haya sido enorme, grave y deliberada. Aquí es cuando más valor tiene el perdón. Aceptar una disculpa o una solicitud de perdón sincera es también perdonar y respetar al ofensor, sin importar la profundidad de la herida.
Pero, sobre todo, perdonar es escoger amar, derribando cualquier barrera, cerrando heridas, abriendo las prisiones del alma, olvidándonos de nosotros mismos y llenándonos de tremenda paz. Amor y perdón van juntos, no puede existir uno sin el otro. Un autor de espiritualidad se pregunta con referencia al perdón: “¿Quién sufre más, el que odia o el que es odiado? Muchas veces, el que es odiado vive feliz, en su propio mundo, pero el que cultiva el rencor se parece a aquel que toma es sus manos una brasa ardiente o al que aviva una llama. Pareciera que la llama va a quemar al enemigo; pero no es verdad, el que se quema es el que tiene la llama en su mano. El resentimiento solo destruye al resentido, porque el tal, no perdona”.
Cómo podemos perdonar estando heridos: ¿Qué fórmulas o reglas humanas hay para poder conseguir esta curación? En realidad no las hay, sólo el amor que viene de Dios. Cuando nos encontramos en una situación penosa, cuando alguien no se habla con algún hermano, amigo, o familiar, porque está dolido y se queja resentido y cuestiona ¿Cómo puedo confiar en ti ahora? ¿Cómo puedo perdonarte otra vez si siempre vuelves a hacer lo mismo? Otros dicen ¿Cómo y cuándo puedo empezar a perdonar si no me siento listo?, y otros no se atreven a pedir perdón porque consideran que las heridas hechas a otros son muy grandes y creen que es muy difícil decir lo siento, o porque consideran no merecer el perdón. Y si alguien no quiere recibir el perdón o no quiere perdonar? En cualquier circunstancia debemos hacer algo aprobado por Dios: Si no puedes encontrar al ofensor, entonces, un perdón silencioso en tu corazón te vendrá bien, y oraciones sinceras para recibir la fuerza del perdón.
El perdón es total, y no se da porque alguien lo merezca, es más bien, el precio del amor. Déle a alguien el regalo de su perdón, no sólo una vez, sino setenta veces siete.
Beneficios del perdón: Cuando perdonamos de verdad, suceden cosas maravillosas tanto al que perdona como al perdonado. Es como abrir una llave con gran caudal de agua y dejarla correr. Los resentimientos, culpas y enfermedades del alma se lavan, se limpian, se liberan. La alegría y la paz nos inundan, nos sentimos felices, humildes, íntegros, livianos y libres para amar, casi perfectos. Se abre una fuente de amor que estaba cerrada, pues con el perdón se cumple lo dicho por san Pablo: “ revístanse, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente” (Col 3,12-14). Vale la pena perdonar, porque no hay terapia más liberadora que el perdón (Ef 4, 31-32).
Terapia de perdón: Para iniciar una terapia de perdón, debemos tener presente los siguientes aspectos:
– No es necesario que pida perdón de viva voz; puedo perdonar en mi corazón y en mi mente. Pero no hay mejor experiencia que pedir perdón a los ojos de la otra persona.
– Sabemos que las palabras y pensamientos que emitimos son energía en acción y se convierten en un poderoso bumerang. Al ser negativos, al estar cargados de odio o rencor, salen de nosotros a buscar más odio, más rencor y lo atraen y nos lo inyectan multiplicado. En vez de amarnos nos estamos autoagrediendo.
– El perdón es una autodefensa para poder conservar nuestro equilibrio y armonía. Si me hieren y yo decido agrandar la herida puedo llegar hasta el borde de la muerte. ¿Es más culpable el que me hizo una herida de un centímetro o yo, que la agrandé hasta un metro?
– No debo omitir el perdón a mí mismo, ya que el perdón es una consecuencia del amor. Así como debo trabajar para amarme bien, debo hacerlo para perdonarme bien.
– Es necesario trabajar el perdón a nuestros padres. Estén vivos o no. Todo problema no resuelto con ellos, afecta nuestra energía positiva de por vida. Por difícil que haya sido nuestra relación con ellos, tenemos que cerrar con urgencia ese capítulo. En el fondo del corazón de los padres hay un amor hacia sus hijos que no han sabido manifestar. Por eso vale la pena decir en oración: “papá, mamá yo se que me quieres, solo que nos logras decirlo en la forma más conveniente”. Tenemos siempre que dar el primer paso para que la brecha entre nosotros se vaya achicando. Recordemos que ellos son tan imperfectos como nosotros y que, si sus errores nos molestan, limitan o duelen, está en nosotros mismos el poder para cambiar esas situaciones.
– Tenemos que insistir en perdonar totalmente, pues es el tiempo mejor invertido, ya que nos libera de un lastre negativo, que afecta nuestras relaciones con los demás. Cuando empecemos a perdonar una a una las anteriores situaciones veremos que la gente comienza a cambiar sus actitudes, las relaciones se van mejorando y hasta nos encontraremos manteniendo un diálogo normal y respetuoso con un apersona con la que habíamos mantenido relaciones de discordia.