Hay quienes piensan que prácticamente lo único que tiene que hacer Roma es esperar a que los demás cristianos se convenzan de sus muchos errores y vuelvan arrepentidos a la Plaza de San Pedro. Otros piensan que muy al contrario el Vaticano debe fortalecer su presencia en organismos multilaterales, como el Consejo Mundial de Iglesias, y hacer frente común con los demás, produciendo “hechos ecuménicos” reales.
Las dos tendencias admiten, en general, que la oración es necesaria, sólo que la primera insiste en que los católicos tenemos esencialmente la verdad, mientras que la segunda tendencia enfatiza en lo que no tenemos y sí podríamos aprender de otros, incluso desde un punto de vista doctrinal.
Hay un par de tendencias muy frecuentes entre algunos católicos muy felices de su catolicismo. Una, creer que ya tenemos un conjunto básico de respuestas a las preguntas relevantes sobre la existencia humana, la sociedad, el cosmos, la estructura del ser, y la distinción entre el bien y el mal. Segunda, pensar que ese conjunto de respuestas se puede demostrar de modo tan convincente que sólo la obstinación o la malicia de un interlocutor podrían impedirle ver la claridad de nuestro punto de vista.
La vida me ha convencido de la insuficiencia de ese enfoque, por donde quiera que se le mire. Para empezar, no creo que Jesucristo sea más “respuesta” que “pregunta.” La canción bien conocida ya lo dice bien: “Jesucristo me dejo inquieto…” Una cualidad del verdadero Jesús es ponernos en movimiento, y ello incluye comprender que nuestras estructuras jurídicas, litúrgicas, teológicas y pastorales son, por principio, insuficientes. El aire de suficiencia o autosuficiencia que respiran tantos documentos deja poco espacio para suponer que algo ignoramos de Cristo.
Además, ¿por qué veo tan poquita alegría en aquellos que están tan seguros de la verdad que poseen? ¿Has notado eso tú también? Anuncian que Dios vive pero lo anuncian de un modo tieso, de pergamino, de corsé. Cuando el arca fue llevada al santuario en Jerusalén, David bailaba, y en su entusiasmo hasta se vieron alguna vez sus partes íntimas. El episodio, con su nota bizarra, muestra el corazón de un hombre que sabe embriagarse de gozo. Yo echo de menos eso. Me parece que el control último sobre el pueblo de Dios no puede estar sino en Dios mismo, y que ello debiera ser palpable de cuando en vez. Además, estoy convencido que si el pueblo no puede embriagarse de alegría en Dios buscará tarde o temprano cómo embriagarse de pecado. Es deber de los pastores entonces enseñar la embriaguez divina.
En términos ecuménicos nadie tiene la delantera que tiene la Iglesia Católica. No hay contendor serio. Eso implica también que la velocidad del proceso en buena parte la determinaremos nosotros, los católicos, en plena y gozosa comunión con nuestros legítimos pastores. La velocidad crece cuando crecen la oración, la caridad, la alegría, la santidad, la sencillez; ser menos dueños y más administradores.