Quienes piden reformas en la Iglesia Católica harían bien en ver si sus propuestas han sido puestas en práctica en otros lugares. Por ejemplo, suele hablarse del celibato como un freno cruel y severo a una multitud de vocaciones que vivísimamente anhelan recibir las órdenes pero que se sienten frenados únicamente porque su corazón tiene la realidad o la promesa de una unión afectiva estable con alguien. Pero si uno va a Alemania no ve que los luteranos estén desbordando a base de esas vocaciones–ni de otras.
Hay un ejército de entusiastas del proyecto de democratizar la Iglesia. Entre sus mentores está por supuesto Hans Küng, y en España la Asociación de Teólogos que usa el nombre de Juan XXIII suele ir por esa línea. Me pregunto: Estos amigos del proyecto democrático, ¿cómo leen los acontecimientos de la Conferencia de Lambeth? Para efectos prácticos el Anglicanismo es lo que ellos están pidiendo para la Iglesia Católica. Entre los anglicanos, según es bien sabido, el Arzobispo de Canterbury no tiene poder de jurisdicción real–ni nadie lo tiene, ni siquiera la misma Conferencia, pues las reglas cambian y finalmente es la persuasión y la votación lo que prima, de modo que si no logras que te aprueben algo en el 2008… hombre, un poco de paciencia, que ya saldrá para el 2018, si haces suficiente lobby. Así se ha adelantado la agenda gay, la ordenación de mujeres obispas.. and so on and so forth.
La impotencia de Rowan Williams es patética. Según comentaba hace poco algún periodista del Catholic Herald, Williams ha quedado confinado a dos cosas: ver cómo sus “sugerencias” son desoídas, y hablar con tono solemne sin decir nada. Ejemplo de lo primero: Williams dispuso expresamente que Gene Robinson, el obispo episcopaliano abiertamente gay ordenado en 2003 no debía asistir a esta conferencia del año 2008. Pues Robinson llegó, predicó donde quiso, y declaró a la prensa–entre otras varias cosas–que la iglesia no debía “perder tiempo” discutiendo de sexualidad sino tratando de disminuir el número de ataques con cuchillo en las calles de Londres. La orden expresa de Williams fue desoída y, bueno, nada pasó. Era una sugerencia, al fin y al cabo.
Mucho más serio me parece lo segundo: el lenguaje vacío. Entendámonos: Rowan Williams es un académico de marca mayor; es un orador excelente; es un conferencista de altura a quien no le falta gracia y tono. Pero al enfocar los problemas que experimenta la Comunión Anglicana… he aquí una muestra de su novísimo arte de hablar sin decir:
Yo no me imagino que simplemente desarrollar relaciones resuelva nuestros problemas pero la naturaleza de nuestro llamado como cristianos es tal que ni nos atrevemos, y reitero, ni no atrevemos a presumir que nos podemos reunir y conversar sin prestarle atención a esa calidad de relación de unos con otros aun si estamos en desacuerdo y nos encontramos dirigiéndonos en direcciones distintas.
Me pregunto cuántas personas quisieran de veras un Papa así. No es nada personal contra Williams, a quien sigo admirando como hombre estudioso, y buen profesor y escritor.
Lo anterior no quiere decir que cualquier autoritarismo o modelo monárquico o dictatorial deba ser tomado como modelo. Bien lo dice Kasper en su discurso: hay que volver a la Iglesia de los Apóstoles. La verdad es que la realidad de la Iglesia no cabe entera en ningún modelo de sociedad que no la incluya entera a Ella misma, y en ese sentido solo puede ser “recibida”–una idea que fascina al Papa Benedicto.