126.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
126.2. Es preciso buscar la soledad, no como una especie de bien absoluto, sino como un instrumento para el conocimiento de sí mismo y la escucha más fiel de la voluntad de Dios.
126.3. Aunque la soledad es maestra, hay que saber escucharle sus lecciones. Dicho de otro modo: no todo aislamiento es genuina y fecunda soledad. Existe el aislamiento que nace del orgullo, del miedo, de la indiferencia o de la apatía. Aunque estas separaciones te aparten de los demás, no te apartan de ti mismo, y resulta que la verdadera soledad es como una peregrinación en la que lo primero que hay que dejar es el propio yo con todas sus pretensiones de imperialismo.
126.4. La soledad hay que buscarla con humildad. Depón toda arrogancia; lleva el paso humilde del que viene de vuelta de las decepciones de sí mismo. A la soledad, más que “ir” hay que “regresar,” con la andadura suave y discreta del que no tiene mucho de qué gloriarse y sí mucho que aprender. No vayas al desierto a demostrarle nada a nadie, pues si pretendieras probarle algo a alguien, su sombra estaría siempre perturbando tu soledad, y su voz alterando la escucha en el silencio del alma.
126.5. Vete, pues, al yermo como si ya todos se hubieran olvidado de ti. Créeme: ¡más de una vez esto será simplemente cierto! Quienes van al desierto esperando que los extrañen, los comprendan, o cualquier otro afecto humano, no están buscando el desierto sino un podio para su ego, tal vez malherido.
126.6. No vayas a la soledad para resolver tus problemas. Es verdad que los tiempos de retiro aclaran muchas dudas por el solo hecho de ver con mayor detención y menos interferencias la realidad de las cosas, pero ten en cuenta que la expectativa de quien quiere aclarar sus inquietudes es otra inquietud más: una interferencia suficientemente fuerte como para empobrecer la capacidad de acogida de las preguntas y diálogos que sólo el desierto trae. Por ello es preferible tener una actitud tan desinteresada y sosegada como la puedas lograr.
126.7. Y sin embargo, te he dicho que la soledad no ha de buscarse por indiferencia ni por apatía. Hay que distinguir la disponibilidad a la voluntad divina con la indisponibilidad a las voluntades humanas. Mientras que lo primero es laudable y necesario para la perfección del alma, lo segundo puede ser cobija del egoísmo, del orgullo y de mil lacras espirituales más.
126.8. Seguramente te preguntarás cómo es posible que una persona consciente de las necesidades del prójimo busque la soledad que le separa de ese prójimo. ¿No entraña ello forzosamente indiferencia? Te respondo que no. Si todas las necesidades de los hermanos se arreglaran con la presencia física, habría razón para esta objeción, pero es que la fuente de respuesta de las úlceras más terribles del alma humana no están en nada que pueda dar otro ser humano. Quien va a la soledad por desentenderse de sus hermanos, va camino del abismo y de la nada, pero este no tiene que ser el caso de todos los que aman el yermo. Entre ellos son legión también los que, movidos por la caridad tanto como por la humildad, buscan desde aquellos recónditos parajes los hontanares de la misericordia para el mundo. Una soledad así, ¿quién no ve que sea meritoria y santa?
126.9. Hay razones particulares para que te recomiende la soledad de modo más intenso a partir de hoy. Te hace bien cultivar la amistad conmigo de ese modo. Cuando, apartándote de las compañías humanas, buscas de manera más firme mi presencia, tu corazón recibe de forma más completa las bendiciones propias de mi ministerio, empezando por el hecho mismo de la certeza de que estoy a tu lado, te amo y te bendigo.
126.10. Espero que tú sepas entender esta discreta indicación, y que no tenga que insistirte en ello para el futuro. Deja que te invite a la alegría; Dios te ama, su amor es eterno.