EL DIFÍCIL ARTE DE PERDONAR: El perdón es una necesidad de nuestro tiempo. Esa imperiosa necesidad surge del hecho de que nadie está libre de heridas, como consecuencia de frustraciones, decepciones, penas de amor, traiciones. Las dificultadas de vivir en sociedad se encuentran por doquier. Conflictos en las comunidades religiosas, en la familia, personas divorciadas, en las parejas, entre patrones y empleados, entre compañeros. Todos tienen algún día necesidad de perdonar para restablecer la paz y seguridad viviendo juntos. Para descubrir la plena importancia del perdón en las relaciones humanas, intentemos imaginar cómo sería un mundo sin él. Estaríamos condenados a perpetuar en nosotros mismos y en los demás el daño sufrido. Cuando lesionan nuestra integridad física, moral o espiritual, algo sustancial que ocurre en nosotros: una parte de nuestro ser se ve afectada, lastimada, incluso mancillada, como si la maldad del agresor hubiera alcanzado nuestro yo íntimo. Nos sentimos inclinados a imitar a nuestro agresor como si un virus contagioso nos hubiese infectado. Quién ha sido maltratado buscará maltratar, determinará no dejarse maltratar más. Estará a la defensiva y con todos tendrá desconfianza.
Si perdonar significa olvidar, ¿qué ocurriría con las personas dotas de una excelente memoria? El perdón les sería inaccesible. Por lo tanto, el proceso del perdón exige una memoria y una conciencia lúcida de las ofensa; si no, no es posible la cirugía del corazón. La prueba del perdón no es el olvido; el perdón ayuda a la memoria a sanar; la herida poco a poco va cicatrizando; el recuerdo de la ofensa ya no inflige dolor. Una memoria curada se libera y puede emplearse en actividades distintas del recuerdo deprimente de la ofensa. Las personas que afirman “Perdono pero no olvido”, han comprendido que el perdón no exige amnesia.
Perdonar no es sólo un acto de la voluntad. Algunos ven el perdón como una fórmula mágica apta para corregir todas las ofensas. El perdón lo reducen a un simple acto de la voluntad capaz de resolver todos los conflictos de un modo instantáneo. Muchas personas dicen: “Cuando me lo proponga lo voy a olvidar todo” “cuando yo lo quiera lo voy a perdonar”, “a mí nadie me roba la paz, basta que me lo proponga”, etc. Este tipo de perdón es muy superficial. Lo pronuncian los labios pero no el corazón, sirve para calmar la conciencia, la ansiedad, pero no cura de raíz. Por supuesto que la voluntad representa un papel importante, pero no realiza el trabajo del perdón por sí solo. Para el perdón se movilizan todas las facultades; la sensibilidad, el corazón, la inteligencia, el juicio, la imaginación, la fe, etc.
Perdonar no puede ser una obligación: El perdón o es libre o no existe,. Es un acto sublime de generosidad. Hay algunos que sienten la gran tentación de obligar a la gente a perdonar libremente: “hay que perdonar”, “se debe perdonar a los demás”, etc…Pensar así es crear un debate interior entre la voluntad de perdonar contra las reticencias de los sentimientos y las emociones, que también exigen ser escuchados.
Reducir el perdón, como cualquier otra práctica espiritual, a una obligación moral es contraproducente, porque, al hacerlo, el perdón pierde carácter gratuito y espontáneo. Es más eficaz convertir el corazón, hacerlo mas humano, ya que el corazón no miente y es lo más sincero que tenemos.
Como perdonar.El perdón se integra simultáneamente en dos universos: el humano y el divino; es importante respetar estos dos componentes para articularlos bien, pues, de no hacerlo así, se corre el riesgo de amputar el perdón en uno de sus elementos esenciales. El perdón constituye el único vínculo posible entre los hombres y Dios, más aún, el perdón es un don del Señor.
El universo divino. Perdonar significa dar en plenitud; llevar el amor hasta el extremo a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo. Para dar este paso se requieren fuerzas espirituales que superen las fuerzas humanas. En el perdón todo es cuestión de amor. Así es, quien verdaderamente ama, ni siquiera tiene que perdonar porque el amor verdadero desconoce el resentimiento. No perdonar equivale a crear un universo sin Dios.
No cabe duda que Dios es el autor intelectual y práctico del perdón, y lo ha convertido en un don gratuito para todo hombre que quiere forjarse un futuro. Renunciar a la voluntad de perdonar es cerrar mente, corazón y cuerpo a la acción de Dios. El perdón de Dios se hace discreto, humilde, incluso silencioso. No depende de la sensibilidad ni de la emotividad, sino que emerge desde el ser y del corazón animado por el espíritu. Goza de algo único que no tiene nada en común con el sentimiento. El perdón es Dios mismo; es el Padre misericordioso del hijo pródigo; es el amor en su pura gratuidad; es el papá que allí donde los hijos engendran muerte, hace surgir la vida con el perdón. Dios es y será siempre la fuente primera y última del perdón autentico, pero el perdón no acontece sin la cooperación humana.
El universo humano. El perdón se sitúa en el tiempo y tiene sus períodos largos y cortos; implica un antes, un durante y un después. Perdonar requiere una multitud de condiciones; tiempo, paciencia consigo mismo, moderación, prudencia y perseverancia en la decisión de llegar hasta el final. El perdón comienza con la decisión de no vengarse; “si quieres ser feliz un instante: véngate. Si quieres ser feliz toda la vida: perdona”.
El perdón requiere una introspección; una conversión interior, una peregrinación al corazón; una iniciación al amor hacia los enemigos. Perdonar para liberar en uno la fuerza del amor. El perdón requiere una búsqueda de una visión nueva de las relaciones humanas. El perdón no es olvido del pasado, sino la posibilidad de un futuro distinto del impuesto por el pasado o por la memoria. Para perdonar es indispensable seguir creyendo en la dignidad de aquél o aquélla que nos ha herido o traicionado. Las amistades renovadas exigen mas cuidado que las que nunca se han roto. Perdonar no sólo supone liberarse del peso del dolor, sino también liberar al otro del juicio malintencionado y severo que de él nos hemos formado.
El perdón es liberación. Renueva devuelve la alegría y la libertad a quienes estaban oprimidos pon el peso de la culpabilidad. Perdonar es un gesto de confianza hacia un ser humano; es un acto de amor hacia el pecador, al que no queremos cerrar definitivamente el futuro. El perdón es un derecho del corazón herido y de la mente perturbada por el odio. Cuando Pedro le pregunto a Jesús cuantas veces tengo que perdonar le contestó hasta setenta veces siete. Lo que es lo mismo que siempre. ¡Perdona y serás feliz! Perdonar no significa olvidar o negar las cosas dolorosas ocurridas. Perdonar es la poderosa afirmación de que las cosas malas no arruinarán nuestro presente, aun cuando hayan arruinado nuestro pasado.
Hay tres componentes principales que motivan la creación de largos y dolorosos resentimientos: Tomar la ofensa exageradamente personal; culpar al ofensor por nuestros sentimientos; crear una historia de rencor. Piense en alguna herida personal para así darse una idea de cómo lo aflige ahora. Cierre los ojos y piense en aquel doloroso suceso por un momento. Cuando recuerde claramente lo ocurrido, piense o escriba brevemente un resumen sobre aquella experiencia. Cuente la historia de lo que pasó, en el papel o en la cabeza. Ahora analice lo que pasa cuando piensa en ello hoy. Por ejemplo, ¿cuál es su pensamiento más recurrente al recordar el suceso? Luego tenga en cuenta cómo se siente y fíjese cómo reacciona su cuerpo al revivir el dolor.
Una vez consideradas sus respuestas, por favor responda a las siguientes preguntas: 1. ¿Piensa usted en esa dolorosa situación más de lo que piensa en las cosas buenas de la vida? 2. ¿Al pensar en ello siente incomodidad física o alteración emocional? 3. Cuando hace memoria sobre el particular, ¿lo hace con los mismos pensamientos? 4. ¿Repite la historia una y mil veces en la cabeza?
Debe quedar claro que los rencores no son señal de enfermedad mental. Sentirse herido(a) tampoco es indicio de estupidez, debilidad o falta de autoestima. Sencillamente significa que no se está preparado(a) para afrontar las cosas de otra manera. Sentirse herido(a) en la vida es normal pero difícil, y casi todos creamos rencores en algún momento. Sin embargo, que sean comunes no significa que sean saludables.
Por más preparación que se tenga para perdonar, hay momentos en que es útil -hasta necesario- sentirse molest@. Puede ser que algún límite personal haya sido violado; podemos hallarnos en peligro o haber sido maltratados. Aun así, las situaciones que exigen reaccionar con molestia son muy pocas. Reaccionar movidos(as) por el dolor sólo ayuda cuando ello soluciona el problema.
Ceder el poder: El error más grande que se comete bajo el efecto de las sustancias estresantes es culpar de nuestra molestia a la persona que nos lastimó. Al culpar a otros por nuestros sentimientos, les cedemos el poder de controlar nuestras emociones. Seguramente tal poder será mal usado y seguiremos heridos(as). Es alarmantemente alta la cantidad de personas que le ceden poder a aquellos que nos los quieren. Sentirnos mal cada vez que pensamos en la persona que nos lastima se vuelve costumbre y nos hace sentir víctimas de alguien más poderoso. Responsabilizar a las personas por sus acciones no es lo mismo que culparlas por nuestros sentimientos.