123.1. Durante mucho tiempo pensaste que tu vocación era sobre todo el ejercicio de la inteligencia. Error grave. La inteligencia no es vocación, porque la aprehensión del bien supone el ejercicio del amor. Ello significa que, hasta cierto punto, debes aprender a vivir desde el principio, desde el cimiento, desde Cristo.
123.2. Todas las vocaciones son vocaciones al amor y desde el amor. El amor no lo puedes reemplazar con nada. En cambio, teniendo amor es posible reemplazar unas cosas con otras. El amor es la fuerza que convoca, el amor que mueve, y, si te lo digo todo de una vez, es la razón de las razones. Ni siquiera la razón tiene poder en quien no tiene amor a la verdad.
123.3. Lo más grande que te deja este año que hoy termina, y lo más grande de mi presencia en tu vida está en eso que hoy te digo: tu vocación es el amor. Desde el amor entenderás por qué has querido entender; desde el amor hallarás luz para que tu razón sepa adónde dirigir su fuerza de aprehensión; desde el amor comprenderás los sinuosos e incomprendidos caminos del corazón humano. Vives entre la gente, no entre ideas. Y la gente se rige por amores. Si no entiendes y si no vives la potencia del amor, serás siempre una voz inútil y un oído sordo. Darás preciosos consejos para gente que no existe y marcarás hermosas autopistas sobre el vaivén de las olas inestables del afecto humano.
123.4. Sólo hay algo en lo que vale la pensa ser grande, y esto es el amor. Tu inteligencia es ridículamente pequeña, no te digo frente al saber divino, sino frente a los solos misterios de la creación. Tu tiempo es irremediablemente breve frente a la marcha solemne de los siglos. Tus dolores son pasmosamente insignificantes frente a los cataclismos que a cada minuto tiñen los cielos en las galaxias recónditas. Todo en ti es minúsculo, y si a veces no lo parece a tus hermanos los hombres, es porque entre hormigas se alaban los terrones. Sólo el amor es grande. “Amo a Dios”: esta es una frase mayor que la mayor de las constelaciones. “Hoy he perdonado a alguien”: he aquí una proclamación mayor que el nacimiento de mil miríadas de soles. “Buscaré tu mayor bien”: esta es una promesa que hace temblar a las estrellas lejanísimas.
123.5. Estás llamado al amor. Un llamado que podrás ejercer siempre: frente a amigos y enemigos, conocidos y extraños, niños y ancianos, sanos y enfermos. Estás llamado al amor: una vocación que no tendrás que cambiar nunca, ni en este día, ni el próximo año, ni en los siglos que vengan.
123.6. Mira en qué se han ocupado los hombres, y dime si es o no verdad que los que fueron grandes en algo —su ciencia o su poderío militar, por ejemplo— si no fueron grandes en el ejercicio del amor, de repente te parecen tan pequeños como los niños que discuten por sus juguetes o se insultan peleando por caramelos. Si un hombre puede conquistar tierras y tierras, pero no puede ser dueño de sus amores, ¿lo tendrás por verdaderamente admirable? Si un científico o filósofo acertó en la formulación de hermosas reflexiones pero no pudo perdonar a quien le agredía o tener misericordia de quien le necesitaba, ¿tendrás por precioso y sugestivo su pensamiento?
123.7. El mundo puede subsistir sin artistas, sin científicos, sin literatos, sin políticos, pero, si faltara el amor, desaparecería en el espacio de una generación, o tal vez menos. Hazte constructor, vuélvete obrero, conviértete en artífice de una sociedad de verdadero amor, según el mandato de Jesucristo: «como yo os he amado» (Jn 13,34). Para vivir esta vocación fundamental no necesitas cargos, ni dinero, ni reconocimientos ni muchos recursos de la tierra. A tu favor, en cambio, vas a tener todos los recursos de los cielos.
123.8. Yo te amo. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.