SANACIÓN POR LA CRUZ
Vamos a reflexionar sobre un elemento humano, una fuerza terrible que se opone y resiste al plan de Dios, a su amor. Es una enfermedad hereditaria que es sanada por la muerte de Jesús en la cruz. Esta enfermedad es el egoísmo, alimentado por el orgullo, que nos llevan a centrarnos en nosotros mismos, no importarnos los demás y convertirnos así en el centro del universo. Todo tipo de injusticia, odio, guerra, violencia están motivados por un egoísmo y un orgullo exagerados. Por la propia experiencia podemos afirmar que muchas enfermedades físicas son originadas por nuestro egoísmo. Cuántas úlceras, depresiones, tensones, dolores de cabeza, gastritis y otro tipo de dolencia brotan en nosotros debido a nuestro egoísmo.
El egoísmo: El egoísmo, que nos lleva a buscar la seguridad en nosotros mismo, tratando de ser el centro del universo, es un cáncer que va destruyendo completamente a quien lo padece. El egoísta no sabe darse, porque a nadie ama, ni siquiera a sí mismo. No puede ver a lo lejos, por eso nunca se fija en los otros, sino para sacar provecho de ellos. Sólo se ve, se escucha, se sirve a sí mismo y a sus intereses personales. La gratitud no existe en el corazón del egoísta. Más aún, el egoísmo es el causante de la miseria, adulterios, guerras, violencia que hay en el mundo, en la familia del egoísta y aún dentro de sí mismo.
Los dos pies, donde se apoya el egoísta, son la comodidad y la ley del menor esfuerzo. Estas normas son tan explotadas por la propaganda de la actual sociedad del consumo y del bienestar. El desorden, la miseria mundial, todos los sentimientos negativos: violencia, odio, rabia, etc., se manifiestan de una manera evidente en el egoísmo, enfermedad tan contagiosa que se propaga entre hombres y mujeres a la velocidad de la luz. El egoísmo convierte en individualistas a quienes lo viven y, así, no saben compartir nada, pues todo lo quieren para ellos mismo. No han aprendido otras palabras que “mío, mío”.
El egoísmo solo produce dolor, violencia, terrorismo, odio, amargura, angustia, intransigencia, división, sufrimiento. El egoísta no se siente amado ni ama. Por eso, es un problema para sí mismo y un problema para su familia y para la comunidad.
Medicina: La medicina para curarse del egoísmo la entregó el Señor en una de sus bellísimas mini parábolas, cuando nos dijo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto” (Jn 12,24). Jesús lo enseñó con sus palabras, pero lo rubricó con su vida: “El murió para que ya no vivamos para nosotros mismos sino para él, que por nosotros murió y resucitó” (2Cor 5,15).
Jesús se olvidó y se negó a sí mismo en todas las formas posibles. En el desierto fue tentado con egoísmo, fama y riquezas, pero triunfó. Vivió una vida que fue un acto de amor continuo, muriendo, finalmente, en una cruz por todos nosotros.
La victoria sobre el egoísmo: Jesús nos amó olvidando su trono en el cielo, haciéndose semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Olvidó la comodidad naciendo en un establo. Se hizo pobre e hijo de pobres; renunció a su dignidad, fue insultado y escupido; fue azotado, coronado de espinas, clavado de pies y manos en la cruz y allí, renunció a todo: al poder, a la defensa, a la venganza; murió a todo lo que el mundo ofrece como camino fácil y cómodo, dando así la prueba máxima del amor, entregando la propia vida por el amado, para curarnos de nuestro egoísmo que busca en todo la comodidad.
Así nos demostró que es posible renunciar a ser el centro del universo, vencer el egoísmo y despreciar los caminos del poder y del dominio que el mundo ofrece. Las calumnias no le hirieron, ni tuvo necesidad de responderlas, de defenderse; los insultos no le movieron a vengarse, sino que tomó la condición de siervo; la violación que hicieron de sus derechos humanos no le afectó, porque ya antes había renunciado libremente a ellos; la cruz, signo de escándalo se convirtió en signo de la victoria de Cristo sobre el egoísmo.
Para sanar profundamente: Como todos estamos gravemente enfermos del cáncer del egoísmo, necesitamos una sanación completa y radical, que no puede realizarse con simples aspirinas. La única manera de dominar el egoísmo con sus secuelas de violencia, odio, amarguras, rabias, incapacidad de perdonar, etc., es haciendo lo que hizo el único que lo ha vencido del todo: morir a nosotros mismos.
Jesús, el médico divino, le da a la persona egoísta la siguiente receta: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiere salvar su vida la perderá, pero quien la pierde por mí la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar El mundo entero, si pierde su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?( Mt 16,2-25; Lc 14,26-27; Jn 15,14).
“Negarse a sí mismo” es lo mismo que “morir a sí mismo”. Y morir significa dejar de vivir. Morir a sí mismo es dejar de vivir para sí y empezar a vivir para los otros. Negarse a sí mismo no significa renunciar a un pedazo de carne, de pan, de comida durante la cuaresma, dar limosna, sino ver cómo servir a los demás, olvidándonos de nosotros y de lo nuestro.
Ser discípulo de Jesús es amar de tal manera que Jesús sea el dueño de las posesiones personales, afectos, familia y de la propia vida. Debo amar a los demás, perdonarlos, de la misma forma que El lo hizo. Su mandamiento es amar a los demás de la misma forma que El amó, dando la vida por el otro como El, como prueba de amor: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por el amigo” (Jn 15, 13).
La única manera del vencer el egoísmo, y con el la violencia, la venganza, la injusticia, el odio, que nos enferma y nos hace infelices, es morir a nosotros mismos. Esta es la verdadera liberación y sanación radical. Si no aprendemos a morir a nosotros mismos, cualquier contrariedad se convertirá en una catástrofe y todas las heridas normales que recibimos sangrarán y se infectarán, contagiando a otros. Las adversidades se convertirán en tragedias y los problemas en traumas. Así comienzan a veces odios seculares y hasta guerras. Algunas personas viven tristes y amargadas porque otra no les correspondió el saludo.
La medida del amor: El termómetro que indica si somos de Cristo es el amor. Si no amo, simplemente no soy cristiano. Cristianismo y amor son sinónimos. Este amor tiene dos niveles. Primero: “amará a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12,31). El amor con que nos amamos a nosotros mismos es la medida con que debemos a amar a los otros. Segundo: “ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Y Cristo nos ha amado: “como el Padre me ama así les he amado yo” (Jn 15,9). Cada uno de nosotros es amado por Cristo con el mismo amor con que Jesús es amado por el Padre celestial. El modelo para amarnos unos a otros, por tanto, es como el Padre ama a su Hijo único, con un amor divino, con ese amor que le costó la vida a Cristo.
Por tanto, quien identifica al cristiano no es el egoísmo sino el amor que, existiendo en nosotros, va sanando y destruyendo el egoísmo. Quien en verdad muere a sí mismo adquiere una vida radicalmente distinta, vive en la forma en que Cristo nos enseñó a vivir, sanándonos en la cruz. De la misma manera, si nos entregamos a El, extirpará el tumor de nuestro egoísmo haciéndonos verdaderos hijos de Dios, capaces y libres para amar.