120.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
120.2. El amor acerca pero no confunde; une pero no mezcla; consolida sin disolver a nadie, armoniza sin apabullar a nadie, complementa sin anular a nadie. Me refiero al amor que es de Dios, porque el amor humano, dejado a sus solas fuerzas, cuando se acerca al otro lo confunde consigo mismo y por ello no es raro que lo utilice, lo burle o lo irrespete.
120.3. Ese amor, que es el de la carne, no sabe unir sin mezclar; sólo se siente fuerte cuando ha desaparecido aquello que es irreductible del otro, es decir, del supuestamente “amado.” Para “amarlo” le cancela en su individualidad y lo integra sólo como conveniencia, esto es, como la pura negación de su ser personal. Donde más crudamente se ve esto es en los pecados contra la sexualidad, y particularmente en la prostitución.
120.4. Meretriz es aquella mujer sin historia, sin anhelos, sin otro proyecto que satisfacer a otro. En contra de lo que se quiere difundir hoy, ella no trabaja con su sexo, al modo que un carpintero trabaja con su manos o un flautista con sus pulmones y su boca. ¡No es una “trabajadora sexual”! Es una persona cancelada, desaparecida bajo el peso de un deseo que la exprime como posibilidad de disfrute, cercenándola de todo lo que no sea prolongar la falsificación de algo que no puede llamarse “amor.”
120.4. Pero también hay otras expresiones de ese amor carnal. El común denominador de todas ellas es la incapacidad de percibir el bien de la otra persona como distinto del propio bien, conveniencia o deleite. De aquí puedes deducir cuál es el sello del amor que da el Espíritu Santo, único amor que merece llamarse “espiritual.” Lo propio de este amor es la búsqueda del mayor bien para el amado.
120.5. El amor espiritual empieza entonces en el conocimiento de cuál es ese “mayor bien,” y por tanto, su raíz está en Dios, porque sólo Dios puede ser considerado en todo y por todo Bien máximo, estable y unívoco de toda creatura racional. Del amor de Dios nace el amor al hombre, aunque lo contrario no necesariamente es cierto. Por eso el orden de los mandamientos de la Ley de Dios no puede ser cambiado, así como tampoco puede ser desmembrado.
120.6. Desde Dios, sumamente amado, es posible —y en cierto modo, forzoso— desear el mayor bien para la creatura racional que se ama. Por eso el amor espiritual desde el principio se sitúa en el ámbito de la libertad. Todas las prisiones del amor, no importa qué digan los románticos, son negaciones del amor. Sólo hay una esclavitud válida, la que además es necesaria como condición de liberación: el servicio total al Dios altísimo, único Señor del universo. Sobre la base de esa libertad —que es la plena esclavitud que te liga al Dios que te hace libre— el amor humano fluye como donación de belleza, de sabiduría y de fuerza.
120.7. Para crecer en el amor espiritual hay, pues, que crecer en santidad. Haz que tus amigos sean santos y haz que los santos sean tus amigos. Si falta la base en Dios, no consideres amigo al que está contigo ni al que trabaja contigo, porque desde muy cerca es posible y fácil lastimar con heridas más graves, y desde el trabajo conjunto es más fácil traicionar.
120.8. ¿Quieres saber cuánto va a durar una amistad? Pregúntate cuánto de Dios tiene. Cuanto más haya de Dios y de la libertad y amor de Dios en ella, más va a durar. ¿Quieres saber cuánto va a perdurar una enemistad? Pregúntate cuán lejos de Dios se encuentra. Cuanto más lejana se haya hecho de Dios, más prolongada será su duración y más honda su devastación.
120.9. Uno de los bienes de mi amistad contigo es que, como te dije desde el primer momento, tiene su fuente y cimiento en Dios. Estamos hechos para ser amigos. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.