Jesús, El Rostro del Padre
Para poder entender mucho mejor el perdón, les propongo acercarnos y hundirnos en la adorable persona de Jesús, que en todo momento nos ha enseñado que Dios es Perdón, que el Padre es perdón, que El es perdón. Fascina la persona de nuestro Salvador. Es totalmente cercano, pero aparece trascendente en su manera de obrar, actuando como Dios al perdonar los pecados de los hombres. Porque “el Hijo del hombre tiene en la tierra el poder de perdonar los pecados” (Mc 2,10). El Jesús que nos presentan los evangelios es un Jesús que cautiva, fascina, seduce y deja en nosotros una marca imborrable, apareciendo también como Maestro. El nos enseña con su palabra y con su vida.
Entremos a ver esta faceta de Jesús, que es un padre y un Maestro perdonando. Nos enseña con su manera tan fina y delicada de perdonar, con su modo recibir a los pecadores y a quienes necesitan ser rehechos con el perdón. Comprenderemos mejor al Jesús del perdón si hemos hecho la experiencia de acercarnos a El a recibir su perdón amoroso y tierno. De Jesús sabemos lo que hemos vivido de El y con El. De todos modos al Jesús que perdona se le entiende mejor en la meditación serena de su vida, en la escucha silenciosa dejándose empapar por la lluvia fina de la contemplación, de la iluminación callada de su Espíritu de Resucitado, llenando de perdón al pie del lago a Pedro, a sus discípulos y al mundo entero.
El revelador del Padre: Cuando uno de sus discípulos, Felipe, en medio de una inmensa nostalgia por el Padre de quien les acaba de hablar Jesús, le pidió que les mostrara al Padre, Jesús nos regaló esta maravillosa revelación: “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Jesús, con su rostro, con su persona, con sus obras, con su palabra nos revela al Padre, nos regala la revelación inaudita de la misericordia y del perdón de nuestro Padre Dios.
Jesús no solo acoge a los pecadores y come con ellos, sino que proclama que no ha venido a condenar, sino a curar y a perdonar. Es esta la gran novedad de Jesús, que ha venido a “traer fuego a la tierra” pero no el fuego de la cólera, de la violencia, de la venganza, sino el fuego del amor misericordioso, del perdón. Su vida entera y sus actos son la revelación última de la misericordia de Dios, cuyas entrañas se conmueven ante la miseria del hombre. Jesús es le buen samaritano, “que se compadece” del hombre herido y abandonado a la orilla del camino. No solamente no rechaza al pecador, sino que se invita para entrar a su casa.
La auténtica imagen de Jesús: El Evangelio nos muestra la figura externa e interna de Jesús. Nos muestra al Jesús misericordioso en todas sus páginas. Una de ellas es el texto evangélico de (Mc 2, 1-12), de un paralítico sanado por Jesús. Este cuadro nos ofrece una auténtica imagen de Jesús, que aparece aquí investido de un poder extraordinario, que lo descubre como Dios: el poder de curar unido al de perdonar los pecados. Sólo Dios perdona los pecados, solo Dios tiene el poder de curar al paralítico. Jesús subordina la curación del paralítico al poder del perdón. La curación del paralítico es, por tanto, el testimonio impresionante de que Dios se manifiesta plenamente en Jesús, que perdona y cura; Dios está presente en Jesús y obra mediante él su plan de perdón y salvación. Esta milagrosa sanación contiene en sí la clave interpretativa para saber quién es Jesús. Solo Dios puede perdonar los pecados; Jesús los perdona, luego El es Dios. En esta curación aparecen los dos niveles de la identidad y de la misión de Jesús: el humano y el trascendente. “solo Dios tiene el poder de perdonar” (v. 7). El aparece con los dos poderes por igual: perdonando y curando. Aunque san Agustín dirá: “es más glorioso para Dios sacar bien del mal que crear algo de la nada; así es más sublime convertir a un pecador, dándole la vida de la gracia, que crear de la nada todo el mundo físico, el cielo y la tierra”.
Jesús no cesa en su intento de restaurar la amistad buscando la reconciliación de Dios con el hombre y de los hombres entre sí. Dentro de nosotros existe una fuerza hostil que turba y destruye nuestra relaciones con el Dios de amor y hace, a veces, imposible la convivencia en paz y armonía. Necesitamos, pues, redescubrir la necesidad del perdón y conocer y valorar los múltiples caminos que el Señor a través de la Iglesia. El sacramento de la Reconciliación es la vía primera vía del perdón. Cuando recibimos generosamente de Dios el perdón hemos hecho una experiencia maravillosa de la misericordia del Padre sobre nosotros y estamos en capacidad de entregar nuestro perdón a quien sea y ante las ofensas que nos hayan hecho. Las relaciones humanas no pueden jamás fijarnos en nuestro pasado y no perdonar es uno de los más temibles peligros que se nos presentan.
El Padre misericordioso: Otro de los momentos en que Jesús nos revela el rostro misericordioso del Padre, que perdona siempre, es la parábola del “padre misericordioso” (Lc 15,1-3. 11-32). En ella encontramos dos mentalidades, dos concepciones enfrentadas de Dios.
Por una parte está la conducta de Jesús abierta y dialogante, sin antipatía ni clasismos, que no huye de los pecadores sino que los busca, los acepta, los perdona y come con ellos. Por otra están los fariseos, y quienes son como ellos, que no aceptan al pecador y, por lo mismo, son incapaces de perdonar. En este modo de ver a Dios hay un antropomorfismo obstinado en rebajar a Dios al nivel de los criterios humanos. Jesús quiere superar ese antropomorfismo y revelarnos el verdadero rostro de Dios, a quien Jesús conoce porque viene de Dios, más aún, El es Dios. No podemos partir de nuestros conceptos para elaborar un Dios a nuestra medida. Importa, pues, dejarnos instruir por las enseñanzas de Jesús, revelador del Padre Dios y con su enseñanza llegar a descubrir el verdadero rostro de Dios. Ver a Dios como los fariseos, o como ellos, es idolatría. Ese ídolo del dios severo con corazón de hierro tiene hoy adoradores y profetas y no comprende el misterio del amor y del perdón del Señor. Su dios es distante y frío. Choca con el Dios cercano, en medio de nosotros y perdonador, que nos ha revelado Jesucristo.
En la parábola, los dos hijos aparecen únicamente para mostrarnos la actitud del padre, personaje central de la parábola. Jesús nos muestra aquí el verdadero rostro de Dios, que es misericordia y perdón. Si alguna vez el hombre tiene la desgracia de alejarse del Señor, de los hermanos, siempre será recibido por el Señor con los brazos abiertos y el corazón lleno de perdón. Y esto porqué? Porque el Hijo no nos saca de su corazón, a pesar de que le hayamos ofendido, a pesar de que hayamos ofendido al hermano.
La parábola del “padre misericordioso” nos dice que el padre tenía dos hijos. Los dos viven alejados, el menor, de su casa y el mayor, del corazón de su padre. El hijo menor sale de casa sin salir del corazón de su padre, se va y vuelve, protagonizando una historia mala que termina bien. El hijo mayor se queda en casa sin entrar en el corazón del padre. Su historia queda incompleta y no sabemos si aceptó o no los brazos de su padre, el perdón que amorosamente le ofrecía.
El padre perdona, el hijo mayor no: En contraste con el padre, retrato vivo de la forma de ser del Padre celestial, el hijo mayor no quiere perdonar a su hermano, no tolera que el padre lo acoja y organice una fiesta en su honor. En cambio el padre ha perdonado totalmente al hijo menor. En su estilo de perdón no le ha dejado que confiese su falta, ha volcado sobre el todo su amor y ha organizado una fiesta por recobrarlo salvo. El Padre perdona, y celebra fiesta por el que ha perdonado; el hermano mayor tiene el corazón de piedra y su boca de palabras duras, ofensivas, destructoras; por su incapacidad de perdonar, se convierte en enemigo del hermano, se ha frenado en el pasado y no quiere cancelar la deuda a su hermano. Es incapaz de perdonar porque carece de amor por su hermano y por su padre, no ha dejado entrar el amor en su corazón. Las cosas le han endurecido. Cuando el hombre carece de Dios es incapaz de otorgar cualquier clase de perdón.
Jesús nos muestra el rostro del Padre amoroso, su manera de ser, misericordioso, bondadoso, indulgente, lleno todo él de una capacidad infinita de ternura y de perdón. De El le llega al hombre esa capacidad de perdonar. El Dios duro, inflexible, rígido, severo, riguroso, cruel, no tiene que ver con el Dios que Jesús nos presenta en su vida: un Dios lleno de misericordia, que espera a quien le ha ofendido para darle su abrazo y así entregarle el perdón amoroso del que está lleno ese corazón divino que siempre perdona y olvida, más aún, siempre se adelanta en su amor perdonador.
El misterio de la cruz: Cristo es la encarnación, el rostro del perdón de Dios, cuya profundidad infinita se descubre en la cruz. Allí se oyeron esas abismales palabras: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Con este acto Jesús nos está revelando el secreto del corazón del Padre. En la cruz Jesús puede decirnos: “Esta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza, derramada por todos para la remisión de los pecados” (Mt 26,28). Solo el amor divino podía elevarse a ese nivel de perdonar y ser así fuente de vida nueva para los asesinos. Vamos a detenernos en dos momentos que nos revelan el rostro de Jesús y en él el rostro del Padre.