La controversia suscitada por el libro de Jose A. Pagola sobre Jesucristo, que tanto ayudará a subir su difusión y venta, revive desde el punto de vista teológico la pregunta por el estatuto de las conferencias episcopales, o en general, del carácter que reviste una enseñanza o disposición de un obispo, si se le considera de manera individual o como parte de un cuerpo colegiado más amplio.
El criterio con el que se han presentado las cosas, por lo menos si uno juzga por algunos comentarios a estos blogs, es algo así como esto: “Si es un solo obispo el que condena un libro, el problema es del obispo; si en cambio fueran muchos, valdría la pena considerar el asunto.” La pregunta que surge es: Según esta eclesiología basada en mayorías, ¿cuántos obispos, y de qué sedes, tienen que pronunciarse sobre un asunto para que este quede zanjado?
Parece fuera de discusión que un pronunciamiento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) tendría un peso específico y unas implicaciones considerablemente mayores que las que puede tener la voz de un solo obispo. La razón en este caso es que, en cuanto es parte de la estructura de gobierno del Sucesor de Pedro, y en cuanto su voz esté avalada por él, la CDF participa de aquello de “confirmar en la fe a los hermanos” (Lucas 22,32) que es parte del ministerio petrino. Pero, ¿qué decir de los Departamentos de Doctrina de las conferencias episcopales? Su peso académico, su repercusión “política,” su trascendencia mediática puede ser mayor, pero, hablando en términos de teología, ¿añaden algo a la voz de un obispo, uno solo, considerado en su magisterio ordinario? La respuesta es no. Tales secciones o departamentos de las conferencias episcopales tienen su lugar e importancia como servicios de asesoría a los obispos, no como órganos de magisterio: no son parte de una Vaticano en miniatura.
Escalar públicamente un problema o controversia a un nivel que de suyo es más administrativo que teológico es una movida demasiado riesgosa para la Iglesia en España. Aquel que se fía de pronunciamientos colegiados en el fondo está haciendo el juego a los que quieren definir la verdad en términos de números y mayorías. Desde el punto de vista de la teología es preferible que otros obispos presenten nuevos argumentos que dejen ver las herejías de Pagola, en cuanto las hay, y no que una oficina sirva de parapeto para ahorrar tiempo y “gasto de imagen” a otros de los sucesores de los apóstoles. En el clima europeo nadie quiere pasar por inquisidor, entonces quizás resulta cómodo dejar que sea una entidad colegiada, una comisión permanente, o una oficina anónima, la que diga las cosas, de modo que se pueda lograr el objetivo sin “mojarse,” sin salir al ruedo.
Pero lo que muchos estamos esperando es que nuestros pastores salgan al ruedo. Que se les vea, y que se les vea bien, y que se vea que lo hacen bien. Aquí no se trata simplemente de recargar tintas contra un escritor sino de mostrar, con garbo y con amor que convence, que Cristo nos duele, y que no se puede decir cualquier cosa de Cristo sin lastimarnos a todos. Es el valor de su Sangre, es el valor de su Encarnación, es la verdad de su Resurrección lo que están en juego en todo esto. Para mí, Pagola es sólo una ocasión; una ocasión más para que el mundo sepa que Cristo, el Cristo de los Apóstoles, me importa. Hablar, en un caso así, es sobre todo un tributo de amor al Hijo de Dios, y un servicio de caridad a millones de cristianos de a pie.
Si Pagola nos pone a hablar de Jesucristo; si hace que “salgan del closet” de la pusilanimidad muchas ovejas–y pastores de fe adormilada–, bienvenido sea.