115.1. Las tentaciones tuyas no son tentaciones para mí, ni la angustia tuya es angustia que yo sienta, y sin embargo ni lo uno ni lo otro indica que tu vida y tu camino sean indiferentes para mí. Cuando una persona sólo se preocupa por otra en la medida en que siente lo mismo que ella siente, al atenderla o servirla está aliviando también su propio sufrimiento. En cambio, si no tiene ese dolor pero se aplica a remediarlo, todo su propósito y su intención está en el bien que quiere realizar, y en ello mismo demuestra la pureza del amor que le mueve.
115.2. Dios no cambia. Esta es una afirmación que a la vez alivia y cuestiona. Alivia al corazón humano, porque no cabe duda de que el sosiego es condición para el acto propio del entendimiento, y la posesión es requisito para el deleite de la voluntad, y ambas cosas de suyo piden el remanso de la meta y no los azares del camino. Cuando descubres a Dios como aquel Puerto bendito al final de tu travesía presientes que en Él está el compendio de todos tus anhelos, y esto es un gran alivio.