La gente toma sus catarsis. O se hace un detox. O se re-inventa. A veces se revienta.
La gente llega estresada de su trabajo. Sienten la cabeza a reventar. Dicen que necesitan un buen relax, un poco de budismo zen, aprender a meditar, “escaparse” a unas vacaciones.
La gente está urgida de entretenimiento. Oyen música todo el día, juegan X-Box todo la tarde, ven televisión todo la noche, tienen fiestas cada semana, se emborrachan cada vez que pueden, suspiran por una jubilación temprana y bien paga, quieren un paraíso donde todo brille, y huela y sepa bien.
La gente busca nuevos comienzos, etapas diferentes, marcar un antes y un después; la gente corre tras experiencias y deportes extremos, quizás para poder decir que “volvió a nacer.” La gente quiere sondear el abismo y rozar las puertas de la muerte; algunos no vuelven.
La gente admira al Dalai Lama, se embriaga de ecologismo, se acalora protestando en contra del calentamiento global, tiene nostalgia de Mahatma Gandhi, llora oyendo por centésima vez “Imagine” de John Lennon, se tranquiliza después con tres litros de yogurt orgánico.
La gente empieza nuevas dietas. “Visualiza” un futuro con independencia financiera, 22 kilos menos de peso, 23 centímetros menos de barriga, 24 mil cabellos más, 25 arrugas menos, como si pudieran siempre tener 26 años de vida. Se visualizan… y quieren abrazar ese futuro, y quieren que ese futuro empiece ya. Ese futuro en el que viven sus actores favoritos, las modelos del último desfile y la cantante blasfema aquella.
La gente tiene su pequeño grupo de amigos, que no crece mucho, y su gran número de antipáticos y enemigos, que ultimamente ha crecido bastante. Entonces se organizan en “tribus” y caminan por las calles de Madrid, Londres, Bogotá o Milán haciendo ruido, soñando a gritos, para que no se oiga el arroyo de su llanto por el último divorcio o el tercer aborto.
Si uno es religioso, todo en la descripción anterior simplemente está deletreando una palabra, la gran palabra postergada de nuestro tiempo: conversión. El mundo hace todo y quiere tener todo lo que implica la conversión pero sin convertirse. Quieren sentirse perdonados sin tener que pasar por el arrepentimiento. Quieren la absolución general sin preguntas, sin examen de conciencia, sin dolor de corazón. Quieren que les digan que en el fondo su pasado era biodegradable y que ahora sólo importa el presente. Quieren conjurar el futuro sin pronunciar la palabra postergada.
Es algo complejo esto del momento de la conversión de una persona: por un lado, por supuesto que es El Espíritu Santo el que manda en todo esto; por otro lado, somos instrumento, si lo permitimos de ese Espíritu. Qué hacer? aveces ni en el momento de dolor, de debilidad, la persona manifiesta su intención de abrirse al evangelio.
Es en donde creo que hace falta ser mas santo para que quien escuche “Dios te ama”, pueda sentirlo en su corazón y abrirse a la conversión.