La Parábola del Chocolate
Había una ciudad, “Cocoa City,” famosa por sus chocolates. Generaciones de artesanos habían transmitido celosamente los secretos para producir una golosina exquisita, increíblemente deliciosa y refinada: placer puro para el paladar. Gente hubo que viajó largas jornadas con tal de sentarse en la plaza de aquella ciudad. ¡Había que verlos! A medida que el chocolate se derretía en sus bocas sentían que toda belleza palidecía, todo recuerdo se borraba, el tiempo mismo parecía quebrarse y la eternidad abrir sus brazos para dar un beso a los bienaventurados devoradores de chocolate.
Se volvió costumbre por aquellos días que la gente se reunía a comer chocolate. Los quioscos vendían revistas con estos títulos: “El Chocolate”; “Lo que siempre quisiste saber…”; “Dos mil fotos de chocolates”; “Cómo digerir más chocolate”; “Chocolate Magazine of America”; “La vie cachée du chocolat”; “Chocolatissimo!”; y otras trescientas más.
Los profesores no podían dar clases en paz porque a menudo los estudiantes estaban ingiriendo porciones ingentes de chocolate. Cuando la diabetes hizo su aparición como epidemia, el gobierno del presidente Shoemaker ofreció dineros del presupuesto nacional para investigar cómo lograr que la gente pudiera seguir consumiendo un promedio de libra y media de chocolate al día, y a la vez ser saludables y libres de diabetes.
En Cocoa City no se hablaba de otra cosa. Si alguna joven sentía amenazas de depresión el remedio era siempre el mismo: “Ve y te compras ya mismo cinco docenas de chocolate y te comes de a tres o cuatro cada noche.” Si un muchacho sufría por que el papá había abandonado a la mamá, el terapista recomendaba siempre: “¡Nada que un quintal de chocolate no pueda resolver!” Los ancianos recibían dentaduras del gobierno para poder consumir chocolates hasta la tumba, y de hecho, si alguien era declarado por los médicos como inhábil para el chocolate, la ley lo autorizaba para suicidarse o recibir la eutanasia porque ¿ya qué más podía esperar de la vida?
Llegó por esos días a la ciudad un hombre llamado Josué, al que pronto apodaron Josué Limón. La teoría de Josué es que uno podía pasar un mes sin chocolate. La gente se le reía en la cara. La televisión hizo mofa de él durante semanas y semanas. Los caricaturistas de turno lo representaban sentado en una montaña de chocolate sudando nervioso y repitiéndose: “No voy a comer, no voy a comer…” Un primo de Josué fue sorprendido robándose una cereza. La gente de inmediato empezó a comentar: “Es claro lo sucedido. Como en esa familia no dejan comer chocolate, la gente termina comiéndose las pobres cerezas. Son las consecuencias de una vida anormal…”
La historia de Cocoa City no es fácil de seguir. Ha saltado de esta pantalla a la calle, y ahora corre con identidad nueva por caminos antiguos. Si la ves, sonríele… pero no le creas una sola palabra. 🙂