Aunque alguno empiece a sentirse fastidiado, creo que el término “políticamente incorrecto” está bien vivo y lo estará por un buen trecho. Voy a contar por qué, a partir del notable cambio que tuvo Pablo en su misión de evangelizador, como queda patente al comparar su discurso en Atenas (Hechos 17,16-32) con su modo descarado de proclamar la Cruz–cosa que vino a ser el estilo con que llegó a Corinto, según consta en 1 Corintios 2,1-5:
Yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.
El análisis del discurso en Atenas es muy útil porque hay quienes ven en él la presentación oficial del Cristianismo a los filósofos o un modelo de inculturación. Mi opinión es más cruda: lo de Atenas fue un fracaso, un bendito fracaso, un desastre que sin embargo trajo bendición.
La estructura del discurso en el areópago ateniense sigue un modelo clásico, que empieza por la captatio benevolentiae para luego presentar un argumento, hacer una persuasión y rematar con la demanda de acciones específicas. Las Filípicas de Demóstenes o las Catilinarias de Cicerón muestran bien este patrón, que era conocido y usado ampliamente en la Antigüedad. A Pablo ni siquiera le dejaron acabar su discurso; lo podemos aseverar a la luz de ese modelo, que era el estándar de la época.
Siguiendo la “plantilla,” el apóstol empezó alabando la religiosidad de los atenienses, siguió con un argumento sobre la unicidad de Dios, y luego, a su soberanía. Sabemos qué iba a pedir Pablo: que aquellos ilustres filósofos aceptaran a Jesucristo; esa era la parte conclusiva. Pero tal conclusión nunca pudo llegar porque en la parte de la persuación el punto central del apóstol era que Jesús ha sido acreditado como Juez a partiur de su Resurrección. Error craso. La persuasión sólo puede basarse en lo que ya suena razonable y obligado al auditorio. El auditorio en este caso pensó que era risible y gratuito hablar de resurrección, y todo quedó en mofa: “Al oír la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: «Sobre esto ya te oiremos otra vez.» Así salió Pablo de en medio de ellos” (Hechos 17,32-33).
Hay un hiato, una ruputra en la continuidad, entre la suavidad elocuente de “sois los más religiosos” y la demanda increíble de rendirse al poder de Jesucristo, como Juez único de todo cuanto existe. Precisamente, son las pretensiones de unicidad y universalidad de Cristo las que hacen que no pueda haber “continuidad” entre una argumentación dulce al oído y la fe cristiana. Lo que es grato y amable a mis oídos es lo que cabe dentro del ámbito de lo que a mí me place, lo que yo entiendo y lo que yo controlo. No hay modo de pasar desde esa postura a la postura radical que anuncia que sólo Cristo es Rey y Juez de todos. Entre una cosa y la otra mi yo tiene que pasar por la Cruz.
Y como no hay continuidad posible, porque finalmente no cabe otra cosa sino rendirse con amor ante el que nos ha amado sobre todo medida, ninguna cantidad de azúcar hará del Evangelio una golosina. Mal que sepa a algunos, el Evangelio y la Cruz serán siempre políticamente incorrectos. Un fracaso, un fracaso bendito, se lo enseñó a Pablo, para jamás olvidarlo después.
Primero publicado por Fr. Nelson Medina aquí. Con las licencias necesarias.