Quiero con estas palabras unirme a tantos otros testimonios que se han dado y que se van a seguir escuchando sobre la vida y obra de una mujer infatigable y gozosa en el servicio a la causa del Evangelio. Su palabra vigorosa, convencida, enamorada, recibió fuerza que luego se condensó en la Asociación María Santificadora (AMS), con la que me unen lazos de amistad y gratitud. No me corresponde a mí hacer una semblanza biográfica, que otros harán más amplia y mejor. Aquí solo quiero expresar lo que significó para mí encontrar a Gloria Niño, una mujer que anunció con su palabra el mensaje de Cristo, y con esto digo por supuesto: una mujer predicadora. ¿Qué mensaje nos trae este hecho hoy en nuestra amada Iglesia?
Para muchas personas hablar sobre la mujer y la predicación sólo puede ser la antesala para hablar de otros temas, casi siempre polémicos, como por ejemplo, el hecho de que la ordenación sacerdotal esté reservada a los varones en la Iglesia. Lo interesante, desde mi punto de vista, es exactamente lo opuesto: traté a Gloria muchas veces, en privado y en público; la oí predicar a grupos pequeños y grandes; oramos juntos en distintos sitios y circunstancias; me obsequió con el don de su amistad y su confianza… y jamás vi en ella rastro de nostalgia por ser “sacerdotisa,” ni vi disgusto alguno por no presidir una eucaristía. Muy al contrario, era ella una de esas personas–escasas lamentablemente–que parecen sentirse profundamente a gusto con la opción de vida que han tomado. Su opción se llamaba y se llama: pareja, familia, hogar. Fue su experiencia de hogar la que dio los rasgos centrales a AMS, y no lo contrario. De hecho, AMS nació en cierto sentido para respaldar y cultivar el verdadero sentido de lo que es una familia cristiana. Recorramos los lemas de las decenas de actividades, encuentros, congresos, sesiones de oración de AMS y encontraremos que la palabra y el tema constante es: familia, familia y familia.
Gloria tenía el don de la predicación pero no lo miraba como un oficio para sí misma, sino como un instrumento para construir una casa para Jesús: primero en la vida de ella misma, luego con su esposo e hijos, luego en AMS. Su palabra de predicadora llevó siempre el sello de quien ha experimentado lo que dice. Es algo que no se puede falsificar: ella hablaba como quien ha probado un consejo y por eso ahora lo puede compartir con otros. En este sentido, su predicación nunca pretendió ser la de un maestro sino la de una amiga, una de esas escasas y buenas amigas que saben sentarse con sus amigas para hablar de los hijos, o de la paz en el hogar, o de dónde se pueden pasar unas vacaciones gratas y sanas. Su predicación era esencialmente una conversación en la que una amiga le cuenta a muchos amigos y amigas: “Oigan, he probado lo que dice la Palabra de Dios, tal como lo enseña la Iglesia… ¡y funciona!
Por eso no había en ella nostalgia del sacerdocio. La predicación del sacerdote, sobre todo en la homilía, tiene un lugar eclesial distinto. El sacerdote tiene que ser, también él, un testigo, por supuesto, pero él habla en primer lugar como representante del sentir de la Iglesia y no desde su propio sentir, sea rico y pobre. Lo que él está llamado a compartir no es el círculo comparativamente pequeño de textos y consejos que le han servido a él; su palabra, en cambio, debe transmitir el mensaje que él mismo ha recibido de los apóstoles, y que en este tiempo los sucesores de los apóstoles, que son los obispos, le han encomendado precisamente con la gracia de la ordenación sacerdotal.
De aquí surge lo que se llama la autoridad del sacerdote–una expresión que no resulta muy simpática a mucha gente hoy, pero que fue una columna vertebral en la espiritualidad y el ejemplo de Gloria. Alguien tiene que mantener íntegro el testimonio que viene desde los apóstoles, ese alguien corresponde a los sucesores de ellos y los que son asociados a su servicio, es decir, a los obispos, los sacerdotes y los diáconos. Con esta clase de servicio el sacerdote hace presente a Cristo como cabeza de su Cuerpo, que es la Iglesia. Su palabra es el eco de la palabra del Esposo a la Esposa, la palabra con que Él se presenta como autor de la salvación de Ella. Por esto la palabra de la homilía tiene preludio y eco de la consagración eucarística, en al que el sacerdote no dice: “Miren, aquí está Cristo” sino que dice: “Esto es MI cuerpo… esta es MI sangre…” esa clase de lenguaje implica una fusión con la fuente de la que han brotado esas palabras. El gusto o la experiencia existencial de ese sacerdote particular desaparecen, se funden en el único que puede pronunciarlas, Cristo mismo. Por eos la Iglesia necesita del ministerio magisterial de los obispos y sacerdotes.
Pero ese magisterio, por más cierto y razonable que sea, se quedará en lenguaje de bibliotecas y museos a menos que el Espíritu Santo siga regalando almas llenas de fuego y de amor, como la de Gloria. La predicación magisterial requiere a su lado de la predicación exhortativa: juntas hacen que los corazones se abran primero a la persuación de un testimonio creíble, a través de la vía exhortativa, y luego a la fuente del Evangelio en que creemos, a través de la vía magisterial. Aquel a quien corresponde enseñar queda paralítico si no cree lo que enseña, pero aunque él mismo tenga fe, su palabra no irá lejos si no va acompñada de aquellos que, como Gloria, pueden decir: “Yo he probado esto que nos dice la Escritura, y sí funciona.”
La Virgen María, que hermosamente queda en el centro del nombre de la Asociación, es el primero y más notable ejemplo de esta predicación que Gloria realizó tantas veces y con tanto fruto. En Juan, capítulo 2, un texto que Gloria amaba entrañablemente, vemos a María haciendo su obra de predicación: le predica a Cristo (!), subrayando la necesidad de los que estaban en la fiesta, y luego le predica a los sirvientes, dirigiéndolos hacia Aquel que puede en verdad solucionar las cosas. Al hablarle a Cristo, es intercesora; al hablar a los sirvientes de Cristo es propiamente predicadora.
Mi comunidad religiosa, que se abrevia “OP,” es precisamente la Orden de Predicadores. En Gloria Niño yo encontré una realización peculiar y muy viva del don de la predicación, y por eso, mientras agradezco a Dios todo lo que nos regaló con este y otros dones de Gloria, le pido que extienda su consuelo a la familia de ella, a la Asociación María Santificadora y a los muchos que echarán de menos sus palabras y su don de liderazgo. Que su ejemplo nos estimule también, y su intercesión atraiga sabiduría y renovado ardor en todos lso que servimos la causa de Jesús en la bendita compañía de su Santísima Madre. Amén.