105.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
105.2. Uno de los motivos de mi presencia en tu vida, es purificar y levantar tu imaginación. Precisamente nuestra condición de “invisibles” es como una especie de discreto freno a las pretensiones de la fantasía humana. Aprender a vivir y crecer junto a los Ángeles significa para ti, entre otras cosas, una preciosa y continua oportunidad de humillar tu mente y acrisolarla en las virtudes fundamentales de la fe y la caridad.
105.3. En efecto, hay muchas vidas que no mejoran simplemente porque no sienten el impulso de algo mejor ni más bello ni más grande que lo que ya son. La inercia se apodera de ellas y languidecen como si tuvieran por destino ser momias y no flores y torrentes de vida. La santidad propia de nuestro estado es un magnífico acicate a la mediocridad que sin cesar os tienta.
105.4. Sucede en esto como cuando volvieron los exploradores que Josué envió a la tierra prometida: de sus palabras, buenas o malas, mucho depende la esperanza o desfallecimiento del pueblo elegido (Núm 13,26—14,1). Si das oído a los Ángeles buenos, con la bondad que Dios nos da, tu alma será fortalecida, tendrás rostro alegre y ánimo firme; si te dejas llevar por las consejas de los ángeles malvados, con la maldad que a sí mismo se dieron, tu corazón se derretirá como agua, tus manos desfallecerán antes del combate y tu derrota será memorable.
105.5. Por ello es importante que estés dispuesto a ir más allá de tu imaginación. Dios abre caminos inesperados y tiene planes que no puedes suponer. Tu mente descarta lo que es superior a ella, pero olvida que hay una distancia infinita entre lo que supera tu mente y lo que roza la mente de Dios. En ese infinito sobrevuelan multitudes de Ángeles que pueden llevarte de altura en altura, hasta ver a Dios en Sión (Sal 84,8).
105.6. De este modo la amistad con los Ángeles abre tu corazón a una innovación continua en la fidelidad profunda al Espíritu Santo. Todo predicador debería pensar no sólo qué se ha hecho en la Iglesia, sino cuántas cosas nunca se han intentado. Lo primero es necesario no por erudición, sino para caldear el ánimo en la dulce certeza del poder del Espíritu. Lo segundo es necesario para que sea ese Espíritu el que reine como protagonista de la obra de la conversión y de la santificación de las almas.
105.7. Hay carismas nuevos, apostolados nuevos, modos nuevos que están sin estrenar en la Iglesia. muchas veces las cosas que parecen más obvias y necesarias se descubren como accesorias y contingentes cuando sopla el Espíritu. Mira cómo para el pueblo judío era “obvio” que el servicio a Dios iba de la mano con el establecimiento de una familia. Mira después a María y a Nuestro Señor Jesucristo y descubre cómo eso que era “obvio” ha pasado a ser una opción, y nada más que eso.
105.8. Ahora bien, ¿de dónde surge ese conjunto de las cosas “obvias”? Simplemente de la costumbre y de la experiencia del propio corazón. Pero el Espíritu puede abrir espacio a nuevas costumbres y puede brindar nuevas experiencias a nuevos corazones, pues en Él todo se renueva (Sal 104,30).
105.9. En vano intentaron algunos oponerse al Espíritu cuando los Apóstoles predicaron que la Alianza definitiva ya estaba teniendo cumplimiento en el misterio de la Cruz de Cristo. Novedad tan extraña golpeaba los oídos de aquellos entendidos que simplemente no podían soportar tales cosas. Y ya ves en qué van aquellas predicaciones apostólicas. En vano se opusieron los emperadores a la irresistible elocuencia de la vida de los mártires: haciendo brotar esa sangre tan semejante a la de Cristo propagaban lo que querían exterminar. En vano se opusieron algunos clérigos al surgimiento de las Ordenes Mendicantes; en vano se opusieron algunos juristas al resurgir del Rito de Consagración de Vírgenes; en vano se opone el hombre al poder del Espíritu de Dios.
105.10. Así es el Espíritu: siempre igual y siempre nuevo. Con su sello bendito todo lo humano se impregna de Cristo y así las señales de la carne de Cristo: su pureza, humildad, obediencia, pobreza y santidad van atravesando como pinceladas gigantescas toda la historia de los hombres. Por eso no toda novedad es del Espíritu; es preciso que la Iglesia asistida por ese mismo Espíritu se pronuncie a su tiempo, básicamente para discernir si aquello que se le presenta como regalo es verdadero don de Dios o es engaño y fatuidad de los corazones humanos.
105.11. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.