99.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
99.2. La grandeza y belleza solemne del mar, así como la fuerza irreprimible de sus olas, han servido de imagen preciosa de numerosos atributos divinos, en los escritos de aquellos bienaventurados hombres y mujeres que acogieron la gracia, y de ella revestidos entraron a la Sala del Banquete celestial.
99.3. La Sagrada Escritura, en cambio, no tiene términos tan elogiosos o poéticos para las aguas insondables. Más bien ve una manifestación de la soberanía divina en su victoria contra la soberbia de las olas (Job 38,11; Sal 65,8), que bien tuvo su episodio en aquella tempestad sosegada por la palabra de Jesucristo (Mt 8,23-28).
99.4. De modo que una imagen más completa del mar debe incluir lo majestuoso, lo temible, lo bello y lo profundo. El mar es capaz de engullir al hombre (Éx 15,4; Heb 11,29; Ap 19,20; 20,10.14-15; 21,8), y este es el aspecto que más destaca el Libro Santo. «El mar de Suf partió en dos, porque es eterno su amor» (Sal 136,13), canta el salmista, porque esas aguas divididas son como las fauces abiertas de un monstruo al que se le arrebata la presa que pretendía, es decir, la vida humana.
99.5. Esta es la grandeza de Dios en su lucha contra aquellas aguas: así como David salvaba las ovejas de las fauces mismas de las fieras (1 Sam 17,35), así Dios salvó a Daniel de los dientes de los leones (1 Mac 2,60). Dios envuelve con su amor y su poder a los suyos, y con el océano de su saber a sus escogidos, pues anuncia: «nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar» (Is 11,9; Hab 2,14). Por eso el sonido de las alas de aquellos Ángeles de extraño aspecto que contempló Ezequiel tenía el rumor de muchas aguas (Ez 1,24; 43,2; Ap 1,15; 14,2).
99.6. Como ves, Dios quiere colmarte de su conocimiento; llenarte con su voz y protegerte con su gracia. La idea es ésta: que si el mar del amor divino te envuelve, no te envolverá ni se apoderará de ti el mar de la muerte o del pecado. Si Dios te protege y alimenta, no serás tú alimento de los dioses muertos.
99.7. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.