96.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
96.2. Hay una promesa y una esperanza que el libro de los Salmos repite con alguna frecuencia: “No quedaré confundido” (Sal 25,2.20; 31,2; 71,1; 119,80). ¿A qué se refiere esta “confusión”? Es el nombre que la Escritura da a ese sentimiento profundo y evidente de estar en contradicción con uno mismo.
96.3. El gran “Confundido” es, desde luego, Satanás, porque, habiendo sido llamado y amado, nada puede decir de sí mismo que no sea o mentira o confusión. Y como la confusión le humilla obligándole a ver su realidad fracturada, puedes decir que todo su ser es un intento de cubrir con unas mentiras otras mentiras, en una secuencia que es en cierto modo interminable.
96.4. La “confusión” alude también al estado de perplejidad estéril del pensamiento. Así como hay una perplejidad bendita, fruto del sobrecogimiento de admiración ante aquello que rebasa el propio entendimiento, así también hay esta otra perplejidad, la estéril, que es algo así como un diccionario que revolviera todas las definiciones. ¡Imagina lo que sería utilizar este diccionario para establecer qué quiere decir el mismo diccionario!
96.5. Tal es el ejercicio sempiterno de las inteligencias de los condenados. Sometidos por su soberbia a ser perpetuos prófugos de la verdad que les persigue, se sumergen en una redefinición constante de todo palabra y de toda idea, en un vértigo que produce primero enredo, luego mareo, fastidio y asco. En el infierno el entendimiento está en permanente náusea de su propio desorden, empujado como se encuentra a huir de la claridad.
96.6. La “confusión” alude de igual forma a esa mezcla informe de cosas. En su origen como palabra se refiere precisamente a ese “derramarse o vertirse en uno solo.” Es, podíamos decir, algo así como un ensayo del caos. Ahora bien, el caos es lo más próximo a la nada que puedas imaginarte. En cierto modo la nada tiene más contenido que el caos, porque ante la imaginación —no ante la inteligencia—, la nada permite el vuelo del pensamiento, como un ave que atraviesa el aire limpio, mientras que el caos se asemeja a un fangal en el que todo intento de orden o de luz se frustra.
96.7. El caos es una nada “dinámica,” en el sentido de que no sólo cancela el ser sino la posibilidad misma del ser. Por eso el demonio prefiere pastorear a los hombres hacia el caos más que hacia la nada. Si el hombre fuera un ser plenamente intelectual y abstracto, Satanás intentaría arrojarlo directamente a la nada; pero como es un hecho que la fantasía, la imaginación y la reminiscencia tienen tanto poder en la vida humana, es preferible para sus perversos planes ofrecer el potaje del caos y no el caldo de la nada. Bien sabe que si ofreciera la nada, pocos o nadie podrían entender su propuesta.
96.8. Este caos, es decir, esta mezclarlo todo en uno es especialmente demoníaco por el matiz de caricatura que intenta con respecto a la voluntad de Jesucristo. Sabes que Nuestro Señor oró para que todos “fuéramos uno” (Jn 17,11.21-23). ¡De ningún modo esta unidad significa la cesación de la obra creadora, ni por lo tanto la confusión propia del caos! Pero Satanás pretende burlarse de la oración de Cristo “cumpliéndola” al revés, es decir, destruyendo las dos diferencias fundamentales, a saber, la que hay entre el Creador y sus creaturas, y la que hay entre unas creaturas y otras.
96.9. ¡Huye, hermano! ¡Huye de toda confusión y pide a Dios que nunca seas confundido! Busca el orden en tus pensamientos, la pureza y claridad en tus afectos, la luz en todas las áreas de tu vida, de modo que en todo cuanto eres, piensas, dices u obras Cristo sea tu Rey y Señor.
96.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.