Este es aquel que ha descubierto cuánto cuesta encontrar la verdad. Este es un hombre de convicciones profundas, logradas a precio muy alto. He aquí alguien suficientemente fuerte como para llorar por lo que vale la pena; este es un hombre que sabe qué significa abrazar y que tiene un amplio diccionario de sonrisas y de sueños.
No lo llames un triunfador, no por ahora. Espera un poco, guarda tus palabras, que ya lo verás levantarse, como lo ha hecho tantas veces, y entonces podrás saludar a uno de esos pocos líderes que no necesitan aplastar a otros para sentirse grandes.
La humildad ha sido su maestra, y él ha sabido sentarse, con noble obstinación, en los bancos de la escuela de la vida, allí donde todos deberíamos aprender que todos, absolutamente todos nos equivocamos; y todos, absolutamente todos, merecemos segundas y terceras oportunidades.
La soledad ha arropado muchas veces su alma; el frío del fracaso y la burla de los que al final resultan más astutos son capaces de pulverizar el ánimo de cualquiera. Este hombre sabe de todo eso. Sabe de las calles heladas donde sólo llueven desengaños, y sabe de los mercados falaces donde la honestidad tiene poco precio. Él sabe de todo eso, pero no se ha quedado ahí. Es un peregrino con una reserva increíble de esperanza. Su alforja tiene muchas lágrimas, pero no le faltan las oraciones de la mamá, el afecto de los pocos buenos amigos, y el calor bendito de papá y hermanos.
Sobre todo hay algo que no le falta: la mirada luminosa de su niña. Aquella hija, aquella bendita hija, es una fuente de alegría; es un beso del futuro, una promesa que se cumple en cada encuentro, una música siempre nueva en sus oídos, un perfume que puebla de amor el lugar donde ella esté. Aquella bendita princesa podría resucitar a este hombre, si hasta allá hubiera que llegar.
Dardos de fuego han golpeado a este hombre que yo admiro. Otros serían ya solo un recuerdo. Este hombre está hecho de otra cosa. No es el acero escandaloso e insensible lo que lleva en su alma; no es la pretensión de uno de esos que creen saberlas todas. Por sus venas corre sangre humana, y eso, que debería ser la norma, es hoy la excepción, porque este mundo casi ha olvidado los ritmos de un corazón cuando palpita.
Saber palpitar es saber indignarse ante el aborto; saber palpitar es entender lo que se juega en los años decisivos de la juventud; saber palpitar es saber perdonar y saber perdonarse; es pedir excusas, si hay que hacerlo, sacudir el polvo, levantarse otra vez y mirar de frente al sol que nace.
Disculpen todos lo que voy a decir: pocas personas realmente admiro. Una de ellas es este hombre, que Dios me regaló como hermano.
Ahora, cuando un abismo de incertidumbre y de dolor se abre tan cerca de su alma, yo sólo sé una cosa: que el Bien que hay en ti, hermano, es más fuerte. Toma esa mano pequeña, la de tu princesa, eleva otra vez tu corazón al Redentor, no dejes de alcanzar con tu voz a los que necesitan de un consejo tuyo, y de tu manera maravillosa de ser HUMANO.
Este es un hombre que yo admiro: Saulo Medina.
Bendito Dios, y el Espíritu Santo, por estas palabras que salen del corazón. Son como un bálsamo para el corazón de Saulo y de su hijita.
Dios, Papito Dios, siga bendiciendo a Saulo y a su pequeña.